Sucedió en Reinosa…

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Suelen decir  que siempre que llueve escampa, que en algún momento para esa lluvia de regatos que no pueden más y se dejan desbordar como los ríos con su caudal inabarcable, como los cauces que renuncian a convertirse en camino para ser riada de un agua que ahoga, que llega hasta las casas y se te mete tan dentro que eres incapaz de tragarla y solo puedes intentar evitar que te lleve la corriente.

Cuando la madrugada acribilla con su balacera, con su incontinencia, como si dios fuera al baño y no pudiera dejar de mearnos encina y,  encima, al acabar tirase de la cadena. De carreteras inundadas convertidas en improvisados ríos por donde caminan a sus anchas todo lo que el agua encuentra a su paso  con la arbitrariedad de la tormenta, del desconcierto, de un pueblo que durante unas horas, demasiadas, se convierte en ese mar donde deciden desembocar ríos de cielo.

Y de las nubes salieron tantas gotas y tan seguidas que parecían disparos sobre las vidas de quienes habitan este pueblo, casa natal de Fontibre y río Ebro, caudal desde Cantabria al Mediterráneo, ese que riega los campos, ese que vertebra con lo que tiene la tierra que habita la semilla para dar de comer, para crecer, para buscar un poco más arriba de la raíz. Como si el Ebro hubiera mirado hacia atrás y se hubiese negado a seguir su curso y empeñado en desembocar de un golpe en el origen. Y de un golpe las puertas arrancadas, sin llamar antes de entrar. Y de un golpe una península de agua donde hasta el agua se ahoga.

Y cada vecino traga saliva y aprieta los dientes y se remanga para salir adelante como tantas veces antes, como tantas veces siempre cuando vienen mal dadas. Y las botas de goma y las chilucas y las albarcas, almadreñas y alpargatas y la ropa de agua, y la piel que se empapa de todas las gotas de solidaridad que emanan de cada persona, de cada vecino y vecina de Reinosa y no solo de Reinosa. Si necesitas ropa, si necesitas una mano, un lugar donde dormir, o un abrazo ante la impotencia de una naturaleza enfadada que demasiadas veces se desahoga con quien menos culpa tiene.

Pero a veces frente a las dificultades, frente a las estorrengadas, frente a las bofetadas del tiempo, de la vida, del clima y de quienes tienen la responsabilidad de dar soluciones antes de que el problema exista, frente a todos esos, se alza esa revolución de lo cotidiano, del hombro con hombro, de vamos a repartir lo poco que nos queda, de vente a comer a mi mesa, que donde comen dos comen tres y así hasta que nadie se quede fuera, de no sé quién eres, pero aquí me tienes. En momentos así te sientes orgulloso de esa gente que no conoces en persona pero que ya les sientes un poco tuyos por el ejemplo de solidaridad, de humanidad, de pundonor y de esa verdad que sale sin filtros ni banderas, ni carnets.

Siempre que llueve escampa suelen decir y, es verdad, esta vez ha llovido demasiado y ha tardado demasiado en escampar y se ha llevado demasiado por delante, trayendo demasiados quebraderos de cabeza, demasiadas noches sin dormir,  demasiado barro, achicar agua y angustia mezclada con impotencia rabia y resignación en unas lágrimas que unas veces “pa” dentro y otras “pa” fuera se confunden con ese torrente de agua y barro que no deja de bajar y que ojalá ese río tarde más de 300 años en volverse a desbordar. Ojalá que no vuelva a desbordarse jamás, que nada de esto pase de nuevo y si sucede se hayan tomado las medidas para que el desgarro aguante el tirón de las crecidas.

Hoy es lunes y amanece en Reinosa, la noticia de las inundaciones pasará y quedará en la nota a pie de página de los informativos, el foco mediático pondrá su mirada en otra parte, pero quedarán los gestos de solidaridad. Paco,Isabel, María, Juan  seguirán arremangados en el bar, en el garaje, en  sus hogares, intentando recuperar esa normalidad que el agua se llevó por delante, dando las gracias porque entre tanto golpe no hubiera ninguna desgracia personal que lamentar. Abriendo sus negocios, recogiendo el ganado y  los destrozos con la piel aún mojada por esa lluvia que les ha calada más que  los huesos.

Y vuelven los vecinos a sus quehaceres, a salir a la calle,  a hablar de lo que tercie, a saludarse cuando se tropiezan. Pero al hacerlo se reconocen en esos gestos que les han acompañado estos días, en ese apoyo mutuo, en esa solidaridad, en ese echarnos una mano joder que para eso estamos. Y al mirarse y al saludarse por la calle se miran sin decir nada, pero diciéndolo todo. Porque siempre que llueve escampa y el paisaje humano que emerge es jodidamente hermoso. Qué curioso que en los peores momentos hay quien saca lo mejor de sí. Mucha fuerza Reinosa, mucha fuerza y aquí nos tienes.

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