Quien (y para quien) manda aquí
Dicen ciertos editoriales sobre el brutal asesinato de Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación Provincial de León, que hay un ambiente de tensión y crispación en las calles y una deslegitimación constante a los políticos que crea un caldo de cultivo para que se produzcan episodios en su contra.
Hay tantas falacias en esa tesis que no sabe uno ni por dónde empezar.
De primeras, produce cierta lástima que haya medios que secunden tan rígidamente la opinión del político por encima de la del ciudadano.
Porque, para empezar, hay que negar la mayor: no hay un ambiente generalizado de protestas, no hay una tensión constante. Salimos a la calle y el sol brilla sin que lo tape el humo de ningún contenedor. Los ciudadanos estamos tranquilos, estoicos ante el poder como sólo sabemos serlo los españoles.
Únicamente puede pensar lo contrario un cargo público, que sí que es cierto que se encuentran a diario protestas y reacciones críticas a su gestión.
Aunque las protestas no son un invento nuevo y también las recibían dirigentes de todos los partidos gobernantes en épocas de bonanza, desde hace un tiempo sucede que las inauguraciones y visitas ya no son como antes y al que no le queda otra herramienta que la crítica, pues la utiliza.
Pero eso no le pasa al común de los mortales, que tienen otras formas de pasar tensión que no enumeraremos aquí para demostraros que no hace falta victimizar ni hacer demagogia para explicaros lo que pensamos.
Es decir, defender que hay una tensión generalizada, un clima violento, una ola bolivariana o batasuna radical, que diría aquel, supone adoptar, ASUMIR, la visión de los problemas del político, pero no de la calle. Es algo que se dice desde la moqueta, pero desde luego, no desde la baldosa.
Además, es que cuesta entender el salto lógico de aplicar ese razonamiento en lo que ha quedado claro ya desde el primer día que no tiene relación alguna con ese contexto de protestas, sino que responde más bien a otro tipo de situaciones. La realidad desmiente lo de la crispación ciudadana cuando los detenidos son del mismo partido y cuando se empiezan a conocer más detalles de las relaciones entre las partes. Da igual, ya no estamos hablando de León. Hablamos de algo más.
Pero, por otra parte, hay una espiral peligrosa en ese pensamiento: se identifica, se hace coincidir, se considera que es lo mismo, la protesta con la violencia. Se sigue pensando que una manifestación es un problema de orden público y que un escrache es violencia. Eso se llama, simple y llanamente, criminalizar la protesta. Y la protesta no deja de ser una forma de expresar la crítica. Es decir: se criminaliza la crítica. Desde la fuerza, se actúa contra el débil.
“HAGA COMO YO”
Esa misma corriente de opinión también denuncia que ese ambiente de deslegitimación puede llevar a estos sucesos.
Ahí la pendiente por la que nos deslizamos es ya un ochomil antidemocrático: si la protesta y la deslegitimación lleva a la violencia, queda claro qué es lo que sobra en la ecuación y lo que hace falta para que haya paz.
“Haga como yo, no se meta en política”. Esa es la idea que subyace detrás. Es un reflejo inconsciente de los años en que había paz cuando no había protestas…y si había protestas, pues había cárcel, lo que llevaba a identificar protesta con actitudes delictivas. El mecanismo ha evolucionado, pero la idea de fondo es la misma que en los años de plomo. Ahora que estamos en elecciones europeas, hay que recalcar que eso en Europa no pasa.
Preocupa esa condescendencia hacia los políticos por parte de unos medios cuya función debería ser fiscalizarles.
Porque de fondo hay otra idea peligrosa: son los ciudadanos los que deslegitiman a los políticos al criticarles. No los políticos los que se deslegitiman por sus actos: por el sectarismo, por la tolerancia hacia la corrupción propia y el rechazo a la ajena, por el clientelismo en la gestión, por las decisiones equivocadas, por el autismo social y el rechazo a las opiniones externas por muy profesionales que sean, por la infiltración en todos los ámbitos de la sociedad que puedan para tratar de controlarlos y por callar o defender a quienes cometen estos vicios.
QUIÉN Y PARA QUIÉN
No es el único tic que ha asomado estos días: ante los infames mensajes vertidos en Twitter, cargos del PP y del PSOE, para demostrarnos que no son lo mismo, se han replegado y han reaccionado a la defensiva, cargando contra las redes sociales que criticaban a uno de los suyos. Nos preguntamos si hubieran reaccionado igual, pidiendo regular las redes sociales, si esos comentarios no se hubieran hecho sobre un compañero. Porque no es la primera vez que en las redes se dicen barbaridades de un ciudadano.
Y nos planteamos también si esta reacción no refleja que, a la hora de la verdad, están tomando decisiones únicamente desde su perspectiva. Porque eso es lo que pasa.
Viven en permanente crispación y creen que somos nosotros los crispados. Están a la defensiva y creen que les atacamos. Se sienten perseguidos y creen que ese es el principal problema del país. Hacen un uso cuestionable del dinero público y acusan a los demás de fraude o derroche. Se nutren de esos fondos por varias vías, formales o informales, mientras critican a quienes viven de las subvenciones. Derrochan dinero público y dicen que vivimos por encima de nuestras posibilidades. Usan nuestros espacios para poner sus carteles. Reciben críticas y tenemos que compadecerles. Se olvidan de sus promesas y por eso piensan que nosotros tampoco recordamos. Creen que los demás participamos de su día a día y ellos no participan del nuestro. En definitiva, gobiernan, con nuestro dinero, para una minoría cada vez más pequeña y aislada de la realidad. Ellos mismos.