Gestionando el espacio público en la “nueva normalidad”
Después de varias semanas de cuarentena estricta en mi apartamento de la Avenida de los Castros, un debate interno se coló en mi mente. “Sal a correr, o, aunque sea, en bici o a caminar”, decía mi cabeza. “Te sentirás mejor”. Así que salí directo hacia la puerta. Antes de llegar a la calle, la adrenalina hacía ya acto de presencia. Me preparé para estar vigilante; la acera de mi calle mide unos cuantos metros, aunque no los suficientes para garantizar la distancia interpersonal recomendada. No ocurre solo aquí, sino en cuatro de cada diez calles principales de Santander.
Entonces, tienes que estar preparado en caso de querer evitar el contacto cercano con los otros paseantes, cuando las farolas, papeleras o árboles no son quienes te impiden caminar tranquilo. El hecho de distanciarte físicamente de otro vecino en un entorno urbano densamente poblado puede ser agotador y, a veces, imposible en aceras no lo suficientemente anchas. De todos modos, como un trabajador no esencial, al menos me siento privilegiado de que este sea mi mayor reto.
Hay muchas cosas inciertas en estos tiempos, pero una es clara; necesitamos mantener, al menos, un metro y medio entre nosotros para ser capaces de prevenir la expansión de la COVID-19. Por ello, el mayor desafío que deben enfrentar las ciudades es éste: ¿cómo se puede gestionar el espacio público para hacer compatibles la movilidad con el mantenimiento de la distancia interpersonal?
Se pueden citar numerosos ejemplos sobre cómo en algunos lugares se realizan actuaciones de urbanismo táctico; Bogotá, por ejemplo, ha creado varios kilómetros de carriles bici provisionales, al igual que Berlín. Nuestra propia ciudad ha cerrado al tráfico algunas arterias más transitadas.
Sin embargo, hay que pensar más allá del momento actual, en la “nueva normalidad”, pues nos tocará seguir viviendo en un momento donde las medidas de distanciamiento e higiene formarán parte de nuestro día a día. Mucha gente comenzará a relajarse a medida que la curva descienda, con una falsa sensación de seguridad. Por ello, es fundamental tomar medidas de concienciación que promuevan la distancia interpersonal. La más interesante ahora mismo es que nosotros, los planificadores urbanos, hagamos ciudades donde sea fácil mantenerla en espacios públicos.
El punto de partida es observar a los habitantes, planificar desde las necesidades colectivas y poner el objetivo en la ciudad como espacio para humanos, bípedos de 2 metros que hacemos del espacio urbano un lugar de interrelaciones, partiendo también desde la premisa de que no todos los barrios tienen las mismas oportunidades cuando se habla de mantenerse separado físicamente en las zonas públicas.
Santander ha de ser más ambiciosa; si no ahora, ¿cuándo? Es hora de ganar espacios para el peatón en el Paseo Pereda -al menos los fines de semana o en las franjas de ejercicio de los adultos-, de crear carriles bici, en calzada, en los principales ejes o de asegurar que el diseño urbano es el correcto para que los vecinos cumplan con la anunciada “ciudad 30”. Quiero apuntar aquí a una reflexión: ¿en qué tramo de General Dávila respetaría usted más probablemente el límite de 30km/h?
Cuando la economía vuelva a arrancar, las medidas para crear más espacios para las personas seguirán siendo importantes, pero dónde y cuando las implementamos puede cambiar en varios puntos a largo plazo. El urbanismo táctico es la oportunidad de gestionar el espacio público en la “nueva normalidad”; permite obtener datos, implementar ideas piloto, observar sus resultados y ajustar las actuaciones permanentes. La crisis del coronavirus es una buena coyuntura para que las ciudades prueben algunas medidas impensables hasta ahora (en ocasiones por la inacción de la Administración). Nuestras ciudades tienen la obligación de dotarse de espacios públicos que aseguren la salud de sus vecinos.
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