Cruda realidad
“El ruido de sus tacones rebotando en la pared….” Cantaba El Drogas, así se conoce al cantante Enrique Villareal, en el disco de Barricada “Pasión por el ruido”. Recuerdo colocar esa imagen con forma de historia en un relato de clase de Lengua y Literatura. Creo que es de las pocas clases a las que no falté aquel año. Mi profesor era Fidel, serio, pero con esa bondad que no necesita de sonrisas ni de gestos paternalistas o condescendientes para mostrarse. Que te trata de igual a igual y desde ahí te exige. Todos recordamos a nuestros profesores, a aquellos que nos marcaron, para mí Fidel fue uno de ellos, no el único. No me olvido de Carmen, Moralejo, Jose Ramón…. esa es la ventaja de escribir artículos y de pasar por varios institutos…
El relato contaba un día en la vida de una joven sin más pistas para el lector que su breve rutina tras sonar el despertador hasta que abre la puerta para salir a la calle. Al cerrar la puerta escucha la voz de un hombre que le dice: ¿Te vienes? Y ella sin mediar palabra acaba yéndose con él. Esa imagen, alejándose de espaldas por la calle de la mano de un desconocido, se cerraba con algo así como “y así vivir su cruda realidad”. Justo, esas dos palabras acabaron siendo el título del relato. Imaginarse el paisaje que lo acompaña no era difícil. Un Bilbao pos industrial que aún vivía entre lo que fue y lo que quería ser, el humo de sus fábricas, el olor de la ría, el color de un casco viejo que manejaba sus propios códigos, aún estaban presentes pero, en algunos casos, ya intuían que formaban parte del pasado.
Recuerdo asomarme al balcón mirar a la derecha y ver al fondo, en las escaleras que quedaban visibles, cuando el caudal de la ría bajaba, a jóvenes sentados clavándose agujas y tirando las jeringuillas, buscando un lugar para esconderse del mundo, ensimismados en su chute de heroína. Recuerdo no dejar de mirar como quien no es capaz de apartar la vista cuando ve un crimen. Al contrario de los de ETA, donde demasiados fuimos quienes miramos a otro lado durante demasiado tiempo.
Un poco más arriba, junto a la calle San Francisco, estaban la calle de las Cortes y “La palanca” de la que habla Fito cabrales en su época con los Platero y tú: “Pero tú, tú mírame a la cara, pero tú, tú tú, no me des la espalda….”. Terminaba con un “curro en la palanca” autobiográfico. Llegaba allí pasando por el puente “Cantalojas” levantado sobre las vías del tren, ante la estación de Abando. Y otra canción de Platero: “por el puente Cantalojas a los doce menos diez, se ha asomado un borracho para ver salir un tren, su mirada estaba triste, pues su amor se ha ido en él. Una chica de las cortes ya cansada de vivir, ha cogido sus maletas y se ha marchado “pa” Madrid….” Tal vez ese Madrid del que habla Sabina y en el que coloca a muchos de los personajes de sus canciones, en ese “pongamos que hablo de Madrid” a mí personalmente la versión que más me gusta es la de los Porretas, por ese pulso acelerado que solo el rock n´roll puede ponerle a los sentimientos más profundos. Cuestión de gustos, momentos y de estados de ánimo supongo.
Llamarte “Princesas” como hacía Fernando León de Aranoa en su película o, como el mismo Sabina, en la canción que lleva ese nombre (sin “s”) y que versionan de forma, para mi brutal, Los Rodriguez en el disco homenaje, te lleva a ese imaginario que sublima de modo romántico realidades jodidamente crudas, pero que también encuentran sus espacios de insumisión al dolor y al estigma, capaces de luchar por ser felices en esa cotidianidad que les quiere aniquilar. Y quien las relata así no hace apología, en mi opinión, sino que rescata la humanidad, la dignidad de quienes las sufren.
Muchos años después, en un Santander con mascarilla, de camino al curro paso por la calle San Pedro y la veo sentada en una de esas sillas, echando la tarde, esperando un “cliente”, o simplemente esperando, en la esquina o a la entrada de un “sube y baja” cerrado y medio derruido. El bar donde suelo desayunar y, a veces, me la encontraba sentada, tiene un letrero tachado, pese a eso, se puede ver que pone “Se vende”. No las queda otro remedio que esperar en la calle. Pienso para mí, dónde se meterán cuando haga frío, dónde pasarán las horas, pienso por qué tienen que estar y vivir así, pienso si no habrá alguna manera de que mi relato acabe bien, sin la incertidumbre de qué se encontrará cuando doble la esquina y nadie vea lo que pasa. Pienso si aún hacen ruido tus tacones y si alguien los escucha.
Y la veo, igual que en mi relato, que en las canciones, películas y libros que la nombran, que en Bilbao, Madrid, Barcelona, Santander, o cualquier otro lugar del mundo, la veo intentando (sobre) vivir en su cruda realidad.