La densidad de la lluvia
¿Qué pasa en un “pueblo” cuando uno de sus vecinos se desangra en mitad de la calle sin que nadie salga a socorrerle? Luego vendrán los simulacros de relatos, narrativas y contextos, que si el conflicto armado, que si todos somos víctimas, que si el estado opresor, que si hay que liberar a “nuestro” pueblo. Pero, ¿Liberar a un pueblo matando a tus vecinos? El enunciado ofrece las claves, cuando nos apropiamos de un concepto plural, colectivo, que surge de la suma de muchos diferentes, negando la diferencia, considerándola una amenaza y construyendo un imaginario que nos de la coartada moral para no ir en su auxilio (Y no solo el miedo).
Nada importa que fuera tu compañero de la fábrica, o que tus hijos jugaran con los suyos en el parque, que fuerais a la misma sociedad gastronómica o que coincidierais en alguna partida de mus en la taberna. Que se os erizara la piel con un “irrintzi” o que os emocionara esa canción de cuna cantada en euskara por la “amama”. Las tarde de frontón animando y apostando en el mismo lugar o coincidir “de poteo” porque algunos de los de tu cuadrilla y la suya se conocían. Esperar a los niñxs a la entrada de la ikastola, salir de misa para ir a tomar los potes o no entrar porque estáis cansados de tanta monserga. Todo desaparece tras el goteo de la lluvia sobre su cuerpo muerto. Tras el eco del disparo que atravesó su cuello. Todo es niebla que oculta, ya no importa el “baserri” y cuidar la huerta, ya no importan todos esos lugares comunes compartidos durante años a más o menos distancia, más o menos mezclados, con más o menos apego. Todo desaparece cuando la bala atraviesa su cuello.
Y es que quien yace en el suelo no se parece en nada a esa imagen que tienes de torturador, de opresor. Nunca le has visto empuñar un arma, amenazarte o negarte ser quien eres. Es simplemente tu vecino. ¿Entonces por qué no sales a ayudarle? ¿Qué te impide salir corriendo hasta dónde está, llamar a una ambulancia, a la ertzaintza, consolar a su mujer que lo sostiene en sus brazos o ir a su entierro? Intentar darla consuelo en ese mismo instante donde todo su mundo se rompe, se quiebra, se desangra. Y la lluvia solo puede acompañar cada una de sus lágrimas, y la sangre se filtra por las alcantarillas siguiendo el regato donde el agua hace del rojo testigo de algo más que la lluvia.
Desde tu ventana eres testigo de la escena y, es verdad, el primer impulso ha sido salir a ayudarla, ¿Quién no lo haría? Entonces, ¿Por qué no? ¿Qué es eso que te ha empujado para atrás? ¿Qué te ha fijado al suelo como una estatua de sal? Ni puedes dejar de mirar como esperando que alguien salga. Pero nadie lo hace. La calle vacía, y en la calle su cadáver, y ella gritando: “mesedez, norbaitek lagundu” (Por favor que alguien nos ayude). Estás en tu casa y, sin embargo, te escondes tras las cortinas, como si te preocupara que te vean, como si sintieras que haces algo mal. Con un dedo apartas lo justo para poder ver sin que te vean.
Da igual que los gritos sean es euskara, castellano, o esperanto, porque por mucho que se oigan son incapaces de romper los muros que durante años se fueron levantando en Euskadi, en Euskal herria, en el Pais Vasco, da igual como lo llames. Hubo una época, podría parecer lejana, como de otro tiempo y que, sin embargo, es ayer, hace un momento, corriste la cortina, todo el pueblo se quedó en silencio buscando en la lluvia la excusa de quedarse en casa. Y la lluvia era miedo, era “eso no es cosa mía” y la lluvia era “algo habrá hecho” y la lluvia era “que se ocupe su familia” y la lluvia era “vete de mi pueblo” fuera de euskal herria maketo no eres de los nuestros…
Y la lluvia era ese silencio que convirtió las cortinas en los barrotes del tiempo. Cómo explicar que ese dedo no se moviera más allá que la tela que apartaba. ¿Qué le pasa a un pueblo que es incapaz de auxiliar a su vecino? El peso de la palabra chivato, cómplice, traidor, el peso de ser señalado y apartado, el peso del miedo a ser el próximo, el peso de tantos pesos que haga de ti otro peso muerto en la balanza de una realidad que cuesta entender cuanto más te alejas y qué, eras incapaz de entender cuando la vivías en el centro de esa tierra que te vio crecer o que te acogió.
Solo las ventanas eran testigos mudos del silencio. Porque cuando algo te interroga desde ese lugar se vuelve todo incomprensible. Envolverte en capas y capas de distancia que hizo que solo vieras la lluvia y que acabes olvidando su cuerpo. Todas esas capas que hicieron que tu vecino fuera otra cosa, dejara de serlo.
¿Era tan densa la lluvia como para que dejaras de verlo?
Nota: Artículo escrito tras ver el primer capítulo de la serie “PATRIA”.