Ya, casi, somos europeos… pero nos está costando
Este sábado apareció soleado. Bien.
Bien porque, si llueve, lo de hacer vida social se complica bastante. Cerrado el interior de todos los establecimientos, las terrazas son ahora el lugar de encuentro.
A medio día, en el centro de Santander costaba encontrar mesa para comer en la calle. En Tetuán, imposible.
Cañadío, que antes de dejarse morir, se reinventa semana a semana, tenía ocupadas todas las mesas disponibles. Algunos de los que nunca abrían sus puertas hasta bien avanzada la tarde, han reajustado horarios y ya montan terrazas desde por la mañana. En un día soleado, como este sábado, todas ocupadas durante toda la jornada.
Más se hacen esperar otros, como el legendario Canela o el Ventilador, que, eso sí, abren mucho antes de lo que solían. A las seis ya había cola para coger mesa en la plaza.
EL RÍO RECUPERA SU CAUDAL
Los que se acaban de sumar al terraceo son los hosteleros de la zona alta de Río de la Pila, con el tramo de carretera empedrado cerrado al tráfico y transformado en espacio de ocio. Mesas distanciadas animan la parte alta del río. Todo completo, como ocurre en otras calles por las que pasamos.
Los que todavía capean el temporal en Peña Herbosa también llenos. Llenos es un decir, claro. En realidad están vacíos, lo que si está ocupadas son las mesas de la calle. En esta calle, las terrazas tienen poco espacio y por eso algunos han preferido retirarse a espera tiempos mejores. El mítico Fuente de ha sido uno de ellos.
En nuestro recorrido solo hemos visto interiores cerrados. Parece que esta vez las cosas se están haciendo bien de verdad.
Es constante el paso de coches de policía. Uno, otro, otro a los 15 minutos…. así, como para recordar que estamos en estado de alerta, que la situación sanitaria no es buena y que todos tenemos que ser responsables.
REPARTIDORES POR TODAS PARTES
Poco tráfico en las calles semipeatonales del centro, pero muchos repartidores. Eso sí. La nueva normalidad ha traído consigo un más que notable aumento de trabajadores que reparten comida a domicilio.
En Peña Herbosa hay unas cuantas motos preparadas para distribuir las delicias que salen de las cocinas de los distintos establecimientos.
Un constante trasiego .»Si, ahora a las ocho empezamos y es un no parar. La gente pide mucho más a casa», cuenta para EL FARADIO un repartidor mientras se coloca el casco y sale disparado para hacer la entrega.
Los hosteleros se han agarrado a esta única opción de mantener sus puertas abiertas y encontramos terrazas adornadas con lucecitas, mesas con velas y pequeños jarrones y, entre las mesas, estufas de esas que consiguen subir unos grados la temperatura de la calle.
A las nueve y media, en un visto y no visto, desaparecen las terrazas. Ni mesas ni sillas.
Poco a poco, la gente se va despidiendo y cada uno para su casa.
A las diez la policía comprueba que ninguna cenicienta haya perdido su zapato, que calles y plazas están vacías y los establecimientos cerrados.
Lo nunca visto, a esa hora, aparcar en el centro es más fácil que nunca.
Una ciudad fantasma. Eso parece el centro de Santander a las diez de la noche.
¿Quién nos lo iba a decir?