Tolerancia cero
¿Os acordáis de Giuliani? Sí, aquel alcalde tan carismático que muchos grabamos en nuestras retinas por la forma tan elegante que tuvo de llevar un tema que hubiera desbordado a cualquiera: ser el alcalde de Nueva York el 11 de septiembre de 2001.
Este hombre pasará a la historia por otra cosa menos conocida fuera de Norteamérica y es que consiguió, en una década, erradicar la criminalidad de una ciudad como Nueva York y convertirla en la ciudad más segura de Estados Unidos, ahí es nada. Su plan de acción fue bautizado como ¨tolerancia cero¨ y generó fuertes críticas y también encendidas alabanzas, que es algo que sucede frecuentemente cuando alguien pone toda la carne en el asador y lleva el plan en el que cree hasta las últimas consecuencias.
No quiero abrumaros con información pero la esencia de este plan de acción de Rudolph Giuliani era la siguiente: considerar delitos menores como beber alcohol en la vía pública, colarse sin billete en el metro o hacer pintadas en las calles. Esta inteligente estrategia actuaba de modo disuasorio para potenciales delincuentes de delitos mucho más serios.
De alguna forma, Giuliani pensó que para correr primero hay que saber andar y que para cometer delitos así primero hay que pasar una fase de delitos menores en los que se curte una mente criminal.
La prueba de que Rudy Giuliani no andaba tan equivocado es que consiguió darle la vuelta a una ciudad como Nueva York, que mutó gracias a este plan tan estricto como ingenioso.
¿Adónde quiero llegar con todo esto? Pues bien, leyendo la entrevista al juez Bermúdez que publica este miércoles 27 de agosto El País, habla de algo que me ha sido imposible no relacionar con lo que acabo de contar. Bermúdez dice textualmente:
¨El problema de la corrupción es educacional. ¿Quién no ha pedido un favor alguna vez? Está socialmente permitido y hoy por hoy no se puede considerar que sea infracción de ningún tipo lo que hace que se instaure la conciencia de que el favoritismo está permitido.¨
Después de leer algo así, tenemos dos opciones. La primera, negarnos en redondo a reconocer que somos un país de pícaros, que somos ciudadanos de a pie extremadamente honrados sin ninguna tacha en nuestro currículum.
La segunda es aceptar la realidad, que es que si no robamos más es porque no podemos y son nuestras circunstancias de vida las que nos frenan de meter la mano en el saco común. Seamos honestos y hagamos un ejercicio de autoconocimiento, vivimos en el país que dio origen al género de la picaresca y eso no es casual. No hablo de clichés, hablo de observar la cruda realidad tal cual es, sin wonderbra, ni máscara de pestañas, ni taconazos…esa que deprime pero de la que es necesario partir cuando hablamos del tan recurrente tema de la ¨regeneración democrática¨.
La cuestión es ¿nos conocemos como pueblo? ¿Somos conscientes de que formamos parte del problema? Si nos limitamos a repetirnos como un mantra que los políticos son ladrones y el resto somos un dechado de virtudes, creo que no habremos entendido nada.
El potencial político corrupto es el taxista o carnicero que te redondea la vuelta y de da 0,20 de menos, es el funcionario que hace fotocopias de libros enteros en horas de trabajo, es la secretaria de instituto que se pasa la mañana llamando a sus amigas al móvil desde el teléfono fijo, la enfermera que se lleva gasas y alcohol a casa, el ladrón de toallas de hoteles (en efecto, todos conocemos a uno o dos), es el compañero de trabajo que pide una baja sin estar enfermo…¿Estoy exagerando? Puede que sí, pero pensad en lo siguiente…todas esas personas han demostrado no tener autocontrol a la hora de lidiar con su ¨gula¨ de aprovisionamiento de bienes. Sus ganas de ¨gratis total¨ les pueden…entonces, ¿quién puede afirmar con rotundidad que están capacitados para enfrentarse a tentaciones de varios miles de euros o millones de euros?
Estamos en condiciones de reconocer entonces que la cuestión de la corrupción nos atañe mucho más de lo que nos gustaría pensar puesto que absolutamente todos hemos sido partícipes de pecados menores como los descritos anteriormente o, en su defecto, los hemos presenciado y hemos seguido con lo nuestro.
La corrupción, ese tema que según las encuestas perturba y cabrea tantísimo al español medio…está en cada esquina, en cada casa, en cada colegio, supermercado,…está en el aire.
Dejemos de una vez de echar balones fuera para reconocernos en lo que somos: un pueblo de pillos al que sus políticos representan muy fielmente. Un plan al estilo de Giuliani bastaría para cambiar este país en un par de lustros.
A la más mínima infracción: tolerancia cero. Los Urdangarines, Fabras, Pujol…no son microorganismos de un campo de cultivo artificial criados en un laboratorio, han salido de un país llamado España, un país que siempre ha perdonado la picaresca a pequeña y gran escala. Sólo así se entienden personajes como Gil y Gil, El Dioni o Luis Roldán.
De alguna manera, estos ¨piratas¨ institucionalizados y sus historias rocambolescas nos han cegado con su luz y ¨carisma¨, sus hazañas y ni siquiera los hemos tenido que perdonar porque nunca los odiamos realmente. Quizás incluso despertaron en muchos una suerte de envidia o admiración ante tanto ¨coraje¨.
Cada vez que se habla de la corrupción en España como si fuese un champiñón que ha crecido en un par de semanas o un sapo que ha salido de no se sabe dónde, me acuerdo de esa cita genial del gran Winston Churchill: ¨Cada pueblo tiene a los gobernantes que se merecen¨.
ANA ISABEL FERNÁNDEZ ES PERIODISTA Y PROFESORA DE IDIOMAS
Product Development Manager
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