Adióóóóóóóóóóóós

Esta vez el adiós no será hasta la próxima vuelta, como los miles de adioses pronunciados por los niños en cada giro de los caballitos. El carrusel de Pombo se despide de la plaza. Mas de 140 años de historia de la ciudad se van para Madrid.
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Los caballitos vienen a ser a la Plaza de Pombo de Santander algo así como el Palacio a la Península de la Magdalena. Cuesta imaginar el entorno sin ese elemento que otorga personalidad al lugar.

Sin embargo, habrá que irse haciendo a la idea, porque la plaza se despide esta semana de los caballitos. Concretamente de los de Jose y Marijose, los que estaban junto a la fachada del Club de Regatas.

«Nos vamos con mucha pena por cerrar esta etapa tan bonita, pero contentos y con la cabeza muy alta, porque sabemos que hemos hecho bien las cosas. Nos sentimos muy queridos por la gente  y estamos satisfechos por el trabajo realizado», afirma Marijose después de una tarde llena de emociones en la que, a falta de besos,  muchos niños se han acercado con dibujos para regalárselos a esta pareja que durante 43 años ha regentado el tiovivo en la ciudad.

DESPEDIDA EMOCIONANTE

«Es que no te imaginas la cantidad de gente que ha pasado por aquí esta tarde al ver que lo estábamos desmontando. Abuelas, padres, niños, gente que yo ni conozco. Muchos llorando de emoción y agradeciéndonos lo felices que hemos hecho a sus hijos, a sus nietos y a ellos mismos, porque, te voy a decir, yo he conocido niños desde que estaban en la barriga de sus madres. Esos niños se han subido en los caballitos en cuanto han levantado un palmo del suelo y, después, se han casado y han sido ellos los que han traído a sus hijos para que disfruten dado vueltas aquí», nos cuenta Marijose que, a punto de entrar en el toque de queda del lunes, sigue recibiendo llamadas de gente que ha visto la noticia en redes. «Me ha dicho mi cuñada que el facebook está que arde desde que la gente ha empezado a poner fotos del carrusel a medio desmontar. Han sido tantas muestras de cariño que, en un momento, hasta creí que me iba mal por la emoción tan grande».

DE ACÁ PARA ALLÁ

Resulta difícil repasar la historia de este tiovivo. Jose y Marijose se lo compraron a un señor de Santander de apellido Aguado que lo tenía ya desmontado. Eso fue hace 43 años, justo después de casarse y entonces comenzaron a trabajar en Los Pinares, donde ya había tenido otro similar el padre de Jose. «Allí estuvimos muy bien. En Santander no había tantos sitios donde ir y la gente iba a pasar el día. Estaba ya la cabaña y la bolera y también ‘los gorgoritos’, que a los niños les encantaban. La verdad es que trabajábamos muy bien», nos cuenta.

De ahí fueron a Pombo. «Aquí en la plaza también muy bien. No estaba como ahora, claro. Había pistas de deporte, los coches pasaban por donde ‘Zubieta’, era cuando todavía se usaban las pesetas, eh niña» (me dice con ese deje santanderino con el que es capaz de llamar niña a la abuela mayor de la plaza).

Pero comenzaron las obras del aparcamiento subterráneo y se tuvieron que mover de nuevo. En esta ocasión a Cañadío donde, a pesar de que la zona estaba más escondida, el carrusel siguió triunfando. «Tu no sabes qué bien».

Una vez más hubo que desmontar, porque comenzaron las obras de la iglesia de Santa Lucía.

Les buscaron nueva ubicación en Numancia, en un espacio donde salían los niños a jugar en los recreos «Todavía estaban allí los bomberos, pero aquella ubicación nos duró poco porque yo lo llevaba mal. Por una parte estaban los niños que salían al recreo y se echaban encima de los caballitos, pero además es que había allí cerca unos futbolines donde paraban chavales de esos que vestían de negro con pulseras de pinchos y yo es que no los podía ni mirar. Adelgacé 10 kilos y todo de los nervios y entonces, gracias a las influencias de un tío mío, conseguimos que nos cambiaran otra vez. Así llegamos hasta los Jardines de Pereda, donde nuevamente los caballitos fueron un éxito.

Y allí se hubiesen quedado de no ser porque comenzaron las obras de remodelación de los jardines, así que otra vez tocó desmontar.

NUNCA ERA MOMENTO

Finalmente llegaron a Pombo y en esa plaza han estado hasta esta semana. «Estaba claro que no podíamos seguir, porque Jose se ha jubilado y yo, que ya tengo 67 años, me jubilo también. Madre mía la de niños que he cogido en brazos ‘Que me suba la señora’, decían. La verdad es que nos ha costado mucho tomar la decisión. No encontrábamos el momento. Siempre que si hoy, que si mañana, que si este año, que si el siguiente, pero es que, entre que nos daba pena y la gente nos decía que no nos fuéramos, pues nunca era buen momento para hacerlo. Pero ahora nos ha llegado esta oferta de compra de un señor de Madrid y ya, pues hemos dicho: hasta aquí hemos llegado», nos cuenta una emocionada Marijose.

El carrusel viajará a Madrid, donde se colocará fijo en una ubicación que Marijose todavía desconoce. El nuevo propietario tiene dos churrerías y otra atracción infantil parecida y, en cuanto instale ésta, se ha comprometido a decirle a la pareja santanderina donde estará ubicada. «Hombre, a mi me hubiese gustado mucho que los caballitos se quedasen en Pombo y verlos cada vez que pasara por aquí, pero es que el ayuntamiento, si no era algún familiar nuestro, ya no quería que siguiesen aquí instalados, así que no ha quedado más remedio». Quien nos dice esto es Jose, que lleva toda la vida metido en la taquilla de los caballitos, poniendo la música, siempre muy adecuada para los gustos infantiles, y presionando el botón capaz de encender la magia del giro una y otra vez. José está más que acostumbrado a responder a los más pequeños cuando, con sus pequeñas manos le decían adiós cada vez que pasaban ante él . Igual que hacían con  sus familiares cada vez que pasaban frente a ellos al girar, emocionados subidos a su caballo. Así una y otra vez. Adioooooos, decían ellos. Adiooooos, decían sus padres, abuelos, primos, hermanos y todo aquel que se quedaba hipnotizado con el giro del tiovivo.

MÁS DE 140 AÑOS

43 años haciendo del carrusel un modo y un  medio de vida. Los caballitos son los originales de madera «calculo que tienen más de 140 años» , pero tan bien cuidados y mantenidos que cuesta creer su antiguedad. «Es que Jose lo ha cuidado mucho. La pintura no faltaba cada año. Hace poco, han pintado el biombo. Jose lo tiene todo muy curioso siempre. Pinta hasta el interior, lo que nadie ve. Hemos cambiado el toldo, el suelo, las cornisas. Siempre hay cosucas que hacer para tenerlo bien. Ahora el que lo ha comprado nos ha dicho que lo va a modernizar un poco y va a poner luces led y todo, fíjate, niña», dice Marijose.

Me despido de Jose y Marijose poco antes del toque de queda. En el rato que hemos estado hablado, le ha sonado el teléfono varias veces, la gente se ha acercado intrigada al ver el carrusel desmontado y han hecho fotos. Cuando me voy, dejo allí a una señora mayor llorando. «Lleva aquí toda la tarde – me dice Marijose- . Dice que tiene muchos recuerdos en este tiovivo. No se, es tanto el cariño que estamos recibiendo en la despedida que, por una parte me da cosa, pero por otra, sentimos un  orgullo enorme de poder irnos con la cabeza bien alta y sintiendo el cariño sincero de generaciones completas. Es que esta tarde han llorado los niños, han llorado las madres, han llorado las abuelas, he llorado yo. Para nosotros, esto ha sido muy grande».

 

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