Turismo impulsará la apertura al público del Museo Torres Quevedo en el colegio que lleva su nombre

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La Consejería de Industria, Turismo, Innovación, Transporte y Comercio dará el impulso definitivo para abrir el espacio expositivo y didáctico sobre el ingeniero cántabro Leonardo Torres Quevedo que está ubicado en el colegio público de Educación Infantil y Primaria de La Serna de Iguña, muy cerca de la casa natal del genio que creó el transbordador de las cataratas del Niágara o antecedentes del mando a distancia.

El museo o centro de interpretación está instalado en dos aulas cedidas por el colegio para el proyecto y contiene maquetas y facsímiles del archivo personal de Torres Quevedo y otros objetos cedidos por la Asociación Amigos de la Cultura Científica. Además, el proyecto del museo incluye una zona taller donde se podrá experimentar de forma práctica algunos de los principios físicos aplicados en sus innovaciones.

10:00 horas. Despacho del consejero
El consejero de Industria, Turismo, Innovación, Transporte y Comercio, Javier López Marcano, recibe a responsables de la Mancomunidad Molledo-Arenas y Bárcena.
10 AGOSTO 2021 © Oficina de comunicación

Marcano, que ha recibido al presidente de la Mancomunidad del Valle de Iguña, Agustín Mantecón, ha reconocido la importancia del museo desde las vertientes educativa y cultural al incluir la divulgación del ingeniero, natural de Santa Cruz de Iguña (Molledo), pero también desde la promoción turística de la zona, ya que en criterio del consejero este proyecto contribuirá a enriquecer las fortalezas de la mancomunidad como atractivo para visitarla, y así conseguir unas mejores condiciones para el desarrollo económico, turístico y social mediante la puesta en valor de la figura de Torres Quevedo.

El proyecto del museo ha contado con la colaboración de tres consejerías del Gobierno de Cantabria, que además de la de Turismo han sido las de Obras Públicas y Vivienda, que se encargó de habilitar el edificio y la de Educación, que ha fomentado el aspecto formativo de ese museo. El mantenimiento correrá a cargo de la Mancomunidad del Valle de Iguña.

Según ha manifestado Agustín Mantecón, con la ayuda de la Consejería de Turismo se da un impulso vital para que el proyecto del museo sea una realidad, y en los próximos meses se estrenará este área expositiva dedicada al ingeniero, matemático e inventor cántabro, natural del Valle de Iguña dentro del proyecto educativo ‘El valle de los inventos’, en el que participan directamente los propios alumnos y alumnas para introducir a estudiantes de otros centros de la región en la vida y obra de Torres Quevedo.

En la reunión de Marcano y Mantecón también ha estado presen te la directora general de Turismo, Marta Barca.

TORRES QUEVEDO

Torres Quevedo nació en 1852 en Santa Cruz de Iguña, Molledo, en Cantabria. De ascendencia bilbaína por parte de padre y cántabra por su madre, vivió y estudió en la capital vizcaína los primeros años de su vida y, más tarde, marchó a París y Madrid para completar sus estudios como ingeniero de Caminos. Un largo viaje por Europa que pudo realizar gracias a una herencia le sirvió para conocer los últimos avances científicos y técnicos de un mundo que estaba en plena transformación y que cada día se despertaba con una nueva invención.

A su regreso a España se instaló en su localidad natal, donde, llevado por la curiosidad y espoleado por todos los prodigios que había visto, empezó a centrar su trabajo en la investigación, algo que ya nunca abandonaría.

Allí, en Molledo, inventó y patentó su sistema de transbordador en 1887, en principio destinado al transporte de cargas. Ya en el nuevo siglo, en 1907, cuando Torres Quevedo era un ingeniero e inventor de reconocido prestigio, instaló en el monte Ulía de San Sebastián el primer teleférico abierto en el mundo capaz de transportar personas.

De hecho, el famoso Transbordador del Niágara, abierto nueve años después, es una evolución de este primer ingenio de Torres Quevedo, basado en un sistema de cables soporte y tractores que se auto equilibra, trabajando a tensión constante soportada por los contrapesos situados en uno de sus extremos. Esto es, su patente de 1887, que fue la base, y aún sigue siéndolo, para todos los teleféricos construidos desde entonces a lo largo y ancho del mundo.

El Transbordador del Niágara, conocido como Niagara Spanish Aerocar, que cumple 100 años de funcionamiento con pequeñas modificaciones y sin haber sufrido accidentes dignos de mención, es una de las atracciones turísticas imprescindibles del lugar, junto a las famosas cataratas.

Hablamos de un teleférico, de 580 metros de longitud, que comunica dos puntos en la orilla canadiense (allí donde se produce el famoso remolino, whirlpool) y que posee otra particularidad: no sólo es el primer teleférico para pasajeros de toda Norteamérica, sino que se trata de un proyecto español de principio a final.

Está basado en una patente española, es obra de un ingeniero constructor español, fue construido -con material transportado desde España en plena Primera Guerra Mundial- por una empresa española (The Niagara Spanish Aerocar Co. Limited), constituida en Canadá con capital español, con administradores españoles y explotación comercial inicial española.

En 1902 creó el Telekino, un invento considerado desde hace diez años por el IEEE (Instituto de Ingenieros Eléctricos y Electrónicos, por sus siglas en inglés) un hito para la ingeniería mundial. Se trataba de un autómata que ejecutaba órdenes transmitidas por ondas hertzianas, lo que de facto era el primer aparato de radiodirección del mundo, pionero en el campo del mando a distancia. Torres Quevedo lo concibió tanto para gobernar los torpedos submarinos de la Armada española como para maniobrar dirigibles, sin necesidad de arriesgar vidas humanas.

Torres Quevedo también desvió su atención hacia los cielos. Y, de esa manera, patentó entre 1902 y 1909 numerosos sistemas para el diseño y construcción de dirigibles autorrígidos, que recogían las ventajas de los sistemas precedentes pero eliminaban todos sus inconvenientes.

Infatigable creador, en 1914 presentó en España y Francia la considerada primera manifestación de inteligencia artificial de la historia: el «Ajedrecista”. Se trataba de un autómata con el que se podía jugar un final de partida de ajedrez: torre y rey contra rey. La máquina analizaba en cada movimiento la posición del rey que manejaba el humano, pensaba e iba moviendo inteligentemente su torre o su rey, dentro de las reglas del ajedrez y de acuerdo con el programa introducido en la máquina por su constructor hasta, indefectiblemente, dar el jaque mate.

Y hay más, mucho más. Patentes sobre máquinas de escribir, un puntero proyectable para ayudar a los profesores en sus explicaciones, la llamada binave -el primer bimarán de casco metálico de la historia, cuyo uso no se haría común hasta finales del siglo XX- o las denominadas máquinas algébricas, artefactos de cálculo analógico en los que una determinada ecuación algébrica se resolvía mediante un modelo físico. Más tarde presentaría en Argentina su concepción teórica de nuevas máquinas de calcular digitales de tecnología electromecánica, adelantándose nuevamente a su época.

Con todo, el año verdaderamente crucial para la figura de Torres Quevedo fue 1920, cuando presentó en París su aritmómetro electromecánico, materialización de las ideas teóricas sobre las máquinas analíticas avanzadas ya años antes. Esta nueva creación contenía las diferentes unidades que constituyen hoy una computadora (unidad aritmética, unidad de control, pequeña memoria y una máquina de escribir como órgano de salida y para imprimir el resultado final), convirtiéndole en el inventor del primer ordenador de la historia.

En torno a su figura, que despertó admiración a uno y otro lado del Atlántico, se sitúa asimismo un hecho tan destacado como los orígenes de la I+D+i. En 1906, un grupo de empresarios vascos creó la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería, cuyo objeto, fijado en su primera base, era esclarecedor: “Estudiar experimentalmente los proyectos o inventos que le sean presentados por don Leonardo Torres Quevedo y llevarlos a la práctica”.

Torres Quevedo murió en Madrid en 1936, habiendo dedicado los últimos años de su vida a recoger por todo el mundo reconocimientos a su creatividad, labor investigadora e ingenio.

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