Un regalo de cumpleaños
No tengo información de cuántos son los lectores, que se acercan y se adentran en la literatura dramática, destinada a ser vista y escuchada. Es de suponer que, sean los que sean, la mayor parte de sus lectores son aficionados al teatro y, así, además de leerla, la van viendo y escuchando, y poniendo en una escena imaginaria, como si fueran sus directores, pues cada director reinventa los textos, de modo que son varios los que se pueden ver y escuchar. Sin que cada texto deje de ser siempre el mismo, que no está acabado hasta que es puesto en escena, y es visto y escuchado.
El caso es que yo ya había leído la obra “A Margarita”, que el pasado día 12 de noviembre vi y escuché en la Sala Escena Miriñaque. La había leído en la edición que, con otras dos obras del mismo autor, “Peceras” y “Añicos”, publicó en 2019 la editorial cántabra Alas Ediciones.
Su autor, Carlos Be, se prodiga en espacios escénicos de los llamados alternativos, desde los que ha sido varias veces premiado, así como sus obras han sido traducidas a varios idiomas. En Santander tuvimos la oportunidad de ver y escuchar su obra “Llueven vacas”, un alegato contra la violencia de género, programada en 2018 por Sala Escena Miriñaque, donde ahora se ha representado “A Margarita”, dentro de un ciclo denominado, precisamente, “La Alternativa”.
En general, los textos de Carlos Be son teatro de situación, con personajes normales, con sus anormalidades, en situaciones, aparentemente anormales. que se normalizan cuando se producen. El personaje de “A Margarita” es una mujer de mediana edad en una situación, en principio, límite, por más paradójico que parezca. Al personaje, el autor lo define con un lenguaje acomodado a sus ideas, sentimientos, emociones, pasiones, gustos, ilusiones, sueños…y comportamientos, no siempre acordes con aquellos, en situaciones tan reales, como poco ejemplares. Margarita recibe un regalo, tan extraño como envenenado, el día de su cumpleaños, el único regalo, dado por su médico, que no invita a la celebración.
El autor no juzga a los personajes -hay más de uno, aunque no se les vea, y su voz se escuche por delegación- ni cuestiona la situación, no se compadece de ni se compadece con unos y otra, sino que describe los conflictos con un distanciamiento irónico, no exento de un humor, que desdramatiza una situación dramática, llamada a ser trágica, pero que en todo momento mantiene el tono de comedia.
La obra presenta una estructura, textual, escénica y temporal, lineal en el relato que hace el personaje, para el que la actriz, Sara Moros, dirigido el montaje por Sandra Dominique, interpreta un monólogo, transido de diálogos con personas de su entorno familiar y laboral, ausentes, a los que hace presentes, poniéndoles voz, y con los que entra en conflicto en una sucesión de momentos, entre los que no falta algún momento pastelón. Y también de ese buenismo, que llama a la autoayuda´.
En un escenario ocupado por una mesa, unos pequeños cojines, un taburete y tres puff, el personaje se sitúa en su puesto de trabajo, en la consulta sanitaria, en un sofá, en la cama, en la barra de un bar…, según las situaciones, a las que la lleven los diálogos con sus interlocutores o con ella misma, y sus recuerdos. La actriz, arropada por una iluminación, ora cálida, ora neutra, Sara Moros alterna el tono grave con el aparentemente desenfadado, produciendo la correspondiente reacción en el público, que ríe en tono bajo, como si no tuviera que reírse, o se mantiene en silencio.
Un cambio inesperado en el envoltorio del “regalo” lleva a un final, no sé, si ridículo por surrealista o surrealista por ridículo, pero que existencialmente transmite la esperanza de que no hay mal que cien años dure, pero que sí hay cuerpo que lo resista, y es posible empezar de nuevo, y cumplir sueños, a los que las circunstancias vitales han dificultado su cumplimiento. O nosotros mismos. Y nos los regalamos.