Malamute se compran una casa en El Sardinero con Ariadna Punsetes
Los Carabelas ya tienen sucesor y El Sardinero quien actualice su historia sonora.
La zona en la que estalló un coche en la recta final de Airbag ya no es lo que era: reforma de la Plaza de Italia -Italia por el país, dice la última actualización, nada que ver con Mussolini, circulen– evolucionada al losetismo que tanto gusta por aquí, los bajos del Casino poco a poco vaciándose mientras se desbordan los tanques antilluvias y el fin del Eros –ahora en el ‘barrio’ se estilan más los montaditos-, por no hablar del misterioso caso del desplazamiento de la bola de Piquío, la única que al rodar sube de nivel…
Todos esos cambios no impiden que perviva lo que siga siendo: uno de los precios por metro cuadrado más locos de todo el país, un paraíso de los jerséis al hombro y un lugar en el que también pensaría Carolina Durante en su ácido y precursor retrato de la rebeldía acolchada. Coherente, en cualquier caso, en la ciudad en la que las prendas antilluvia eran un icono ideológico hace décadas. No sabemos si mencionar que es Godofredo o confiar en que se pille la madre mía qué sutil referencia.
El caso es que esto de ahora va más allá del mero paseo al lugar de los baños de ola, los fuegos artificiales o las noches del auditorio y su icónica Niña de Cueto, o de cómo se llame ahora la feria de las naciones. Da igual: es cara y lo del canguro no terminamos de verlo.
En su huida de los monstruos gigantes que en su día invadieron la capital cántabra –por cierto, que antes de que Nacho Vigalondo, que este fin de semana presenta Los Feroz, se hiciera con Anne Hathaway, su ‘Colossal’ iba a llamarse Santander—, Malamute han recalado en el Sardinero, la playa en la que creemos que acaba el libro de ‘Historias del Kronen’ –el protagonista veraneaba en Santander–, el arenal que tiene –y deja—secuelas y por eso se llama como una película: Sardinero 1, el origen: y El Sardinero 2, el retorno de los vallisoletanos.
Es el barrio –mira que suena raro decirlo– donde se esconde la Fuente de Cacho, desde el que se ‘baja’ al centro y para el que Jesús Pardo se inventó su propio gentilicio –sardinerino, era Jesús Pardo y podía hacer lo que quisiera, incluso escribir su propia muerte– en los años en que había quien tenía piso en la ciudad y piso en la playa. Sucedía.
El Sardinero es tan inmenso que antes llegaba a Panamá y ahora se asoma al Caribe: el menú incluye mojitos, hamburguesas, camisas rosas y la posibilidad de toparse con un dirigente del PP, el partido de la sede en un hotel. Eso sí que es ‘diferente’ (pero por favor, qué sutil todo).
Tan icónico que da nombre a una mascota, cuyos avistamientos indican que no eres tan joven y que estás en la tercera (fase vacuna), y tan tranquilo que allí llegaron a organizarse las marchas del Primero de Mayo en los años clandestinos.
Allí se quieren ir Malamute: a la ventana que Pepe Hierro –este año de centenario, tiene nombre de premio, de instituto y, por alguna razón, de tercer grado– se merecía más que las infaustas vistas de la calle Alta, a la playa a la que mira el único Quijote con vistas al mar que está allí porque Eulalio Ferrer no dejó de acordarse nunca de aquella otra playa. Al lugar de Corocottas-rotonda, de litros, Cormoranes en migracion que no vuelan porque la arena está cada vez más cerca y escenario de primeras veces. Podríamos seguir hablando de corners que van y viene, pero lo del Racing lo ha contado mejor Marta San Miguel.
Pero claro, hablamos de 5.359 euros el metro cuadrado, así que Malamute han tenido que buscar un compañero de piso, y, fieles al tradicional ‘volquete’ Serrano-Sardinero que se produce cada verano, han recurrido a Madrid, tirando del hilo de Ariadna Punsetes que seguro que no tienen problemas de adaptación al verano que no se puede olvidar, porque al fin y al cabo, tienen muy claro lo que piensan de las opiniones de los demás. Compañeros de piso más extraños habrá dejado de haber en la milla de oro en la que los Botín y los Díaz son vecinos de los de prestarse la sal y venderse las fincas, o en la que todo un expresidente y todo un constructor llegaron a comprarse una villa a pachas.
MALAMUTE
Malamute es el dúo de pop independiente formado por la músico cántabra Irene Gutiérrez y el artista madrileño Diego Ibáñez —responsable de dirigir algunos de los videoclips más llamativos de Carolina Durante, Cariño o La Bien Querida— que empieza a hacer sus primeras canciones en 2018, pero no es hasta 2019 cuando publican su primer ‘EP’.
Un álbum autoeditado que llegó en formato cassette con cuatro canciones de pop, con toques ‘punkis’ y unas letras ingeniosas, directas y frescas, producido por Carlos Hernández y con referencias como TCR, Airbag, Axolotes Mexicanos o Los Fresones Rebeldes.
Un año más tarde, pusieron banda sonora al sórdido verano de 2020 con un doble single, que luego publicaron en vinilo de 7″ en edición muy limitada de la mano de Snap! Clap! Club y High Five Records.
En él, mostraron su cara más sincera con ‘La Espiral’, una canción que reflexiona sobre la autodestrucción y los finales fatales; y ‘Todo El Mundo Está en Japón’, dedicada a todos aquellos que se van de vacaciones de ensueño por el mundo, y que aún no tenemos muy claro como.
LOS PUNSETES
Por su parte, Los Punsetes es un grupo de música indie muy polémico por su estilo sinvergüenza, sus letras irónicas y el escarpelo que le aplican al signo de los tiempos en tiempo real, con un estilo que trasciende el indie para emparentar con el punk más afilado.
Tienen cinco discos en el mercado y algunas de sus canciones más conocidas son “Tu puto grupo”, “Opinión de mierda”, “¡Viva!” o “Me gusta que me pegues”, que suman a una puesta en escena en la que destaca la impertérrita Ariadna al frente de una banda con Manuel Sánchez “Anntona” como principal compositor.