El cuadro
“Extraigo del mundo que me rodea, lo que sé. Llevo a mis amigos y familiares a mis pinturas… Pinto la figura porque conozco el mundo a través de mi cuerpo. Y comprendo mis deseos y mis ansiedades a través de mi cuerpo y los deseos y ansiedades de nuestra cultura. Creo que el cuerpo puede contener tanto, puede ser un sitio para explorar la pintura o puede contener significados metafóricos y alegóricos. Está completamente abierto.”
¿Y si lo único que conocemos del mundo es la prisa? ¿ Y de nosotros mismos es la prisa? ¿Y de los demás también la prisa? Nos convertimos en figuras difuminadas, desenfocadas tras un vistazo rápido, que se descomponen en partículas de una fugacidad con forma de comida rápida, pinceladas que se nos escapan, versos que ni siquiera llegan, historias que jamás serán contadas porque nadie las ha vivido, las ha llorado, las ha sufrido, las reído, las ha soñado….O aún peor, porque nadie se ha detenido a escucharlas ya que “nadie está dispuesto a perder el tiempo en chorradas”. O aún peor, quien dice escucharlas lo hace por compromiso y no entienden nada. “Los abuelos ya no cuentan batallitas, porque perdieron la batalla de nuestro tiempo” . Y con ellos, muchos otros. Forman parte de una periferia que aún mira el reloj porque le gusta la forma de su esfera. Que se entretienen dándole vueltas a la ruedecilla, o simplemente dibujando unas manecillas sobre su piel. “Y así su piel se convierte en cuadro, en escucha, en tiempo por donde pueden coger aliento sus arrugas”
Y así quizás quedarse quieto signifique avanzar, y no hará falta salir corriendo, buscar excusas, huidas hacia delante que no miran por donde pisan y por eso acaban pisando a quienes no miran como ellos, o a quienes se encuentren a su paso, porque serán vistos como obstáculos. Es fácil ver a alguien como un obstáculo, para llegar a nuestro objetivo, cuando no miramos mas allá de nuestras propias pisadas. Y así acabamos pisando a quien no camina como nosotros. Olvidamos que muchas veces los propios caminos nos llevan a lugares que ni sabíamos que existían simplemente si nos dejamos llevar, si nos quitamos esa puta ansiedad que sudamos como coraza, como prisión, como laberinto de línea recta, como pensamiento único. Olvidamos lo revolucionario que puede ser perderse.
“Y que le jodan a Judy Garland y nos salgamos de las baldosas amarillas, porque quizás la bruja del este solo quería ponerse sus zapatillas”
Siempre tuve curiosidad por ver que pasaría si se saliera y pisara la hierba, o levantara los adoquines para ver el sendero que había debajo. A saber las “mordidas” que habría dado el Mago ese de Oz a las empresas adjudicatarias de semejante obra para que todos los caminos acabaran en su guarida. ¿Y quienes vivían en la periferia? Es como cuando las autopistas y las vías rápidas empezaron a pasar por encima de los pueblos, a rodearlos, para así ahorrar unos minutos. Al hacerlo todo iba más rápido y nos perdíamos el sendero del mirar, de conocer, de para a tomar algo, de salirnos del camino marcado y dejarnos llevar, aunque fuera para darnos cuenta de que ese era el camino correcto, o para comprobar que no, o para cambiar de opinión y destino, o para quedarnos allí mismo, o «para yo qué se».
Al hacerlo, los pueblos empezaron a desaparecer, a formar parte de la periferia de nuestra mirada, como una rápida sucesión de líneas discontinuas que nos metemos como si fuera una sublimación posmoderna de la cocaína incrustado en la cotidianidad, nos la metemos como el aire al respirar sin darnos cuenta de la taquicardia en la estamos inmersos al borde del “Colapso” o ya parte de él. No creo que el profesor Jared M. Diamond, autor del libro-ensayo con el mismo nombre, en el que analiza cómo las sociedades desaparecen, invitándonos a estudiar la Historia, a sumergirnos en ella mas allá de las fechas, lo hiciera con esa prisa que al final no nos lleva a ningún lado.
Y es que vías rápidas y autopistas, como las baldosas amarillas. nos arrebataron las opciones y esa parte del tiempo que te deja caminar con lentitud, incluso ser consciente de respirar, y creímos que era lo mejor, porque solo importaba llegar cuanto antes. Quizás vivir deprisa para no pensar. Pero, si te paras a pensarlo, que absurdo ¿No? Es como si, sabiendo que vas a morir, cuando naces, o eres consciente de tu existencia, decides acabar con ella solo porque ya conoces el final y eso es lo único que importa. Un cuadro o una poesía así podría titularse “el nacimiento de un cadáver”, Total, si lo importante es el final, qué mas da el camino. Para qué pararnos a sentir, a hablar con nuestro vecino, a escuchar nuestros silencios, a ese viejo y sus historias, si no somos capaces de escucharnos a nosotros mismos.
El cuadro de Nicole Eisenman, la pintora y artista, autora de la cita que encabeza el artículo, no sería ni un cadáver, ni siquiera polvo en el camino. Se titularía simplemente “Vacío”.