Smolny: la vuelta al espíritu solidario de barrio
Justicia social, despensa solidaria, clases de refuerzo, ropero, clases de yoga, feminismo, ecologismo, expresión corporal, afrohouse o bailes de salón son algunas de las actividades que vertebran la actividad del centro social Smolny de Santander.
Se definen como un centro independiente, al margen de organizaciones políticas o religiosas. «Somos un espacio ecologista, feminista y antifascista que no depende de nadie. Los socios cotizamos y también hay aportaciones voluntarias. La labor de los voluntarios es fundamental para que todo esto marche», explica José Luis de la Mata, coordinador del proyecto.
COMUNIDAD
La comunidad que integra el centro social Smonly es variada. Por una parte, hay un grupo estable de chavales del barrio que llevan años vinculados con el proyecto. Muchos son estudiantes de secundaria y bachillerato y para ellos existe un programa de refuerzo académico desarrollado por voluntarios. «Algunos tienen necesidades específicas y otros no. Juntos organizamos actividades como recogidas de basura en la playa, con ‘Friday for Future’, también hacemos excursiones y, la semana pasada estuvimos en la concentración del 8M», aclara el coordinador.
Los viernes, desde el pasado mes de noviembre, en Smolny organizan charlas y encuentros en torno a la mujer. Durante este tiempo han hablado sobre prostitución, han proyectado películas y documentales, han recibido a distintas asociaciones que han dado charlas, han participado en un taller que organizaron en el centro las Asambleas Feministas Abiertas y la Red Cántabra Contra la Trata y ahora preparan un taller sobre acoso escolar y otros temas que van surgiendo. «Abarcamos temas diversos. Tenemos prevista también una charla de personas que trabajan con el Sahara. Lo que queremos es dar la visión que nosotros tenemos del mundo, temas que no vemos a diario, pero están ahí», añade José Luis.
DINÁMICAS VIVAS
En realidad, las actividades del centro van adaptándose al momento, a las posibilidades o a la disponibilidad de personas voluntarias. Ahora mismo intentan ayudar a una familia que acaba de llegar de Ucrania y necesita, entre otras cosas, ropa. Ruth es la voluntaria que se encarga de coordinar esta acción. Los vecinos, como sucede habitualmente, han respondido y en el pequeño almacén de la asociación, ya hay unas bolsas con ropa que será clasificada para entregar lo que verdaderamente necesita esa familia.
La sede del Smonly está en un local alquilado en la calle Santa Teresa de Jesús. Una zona llena de bajos vacíos ya antes de la pandemia y donde lo raro es encontrar un espacio abierto. Los últimos en echar la persiana han sido los del bar de enfrente y los de la carnicería que está junto al local del centro social. Son 30 socios lo que integran la comunidad de este proyecto y son ellos los que abonan mensualmente una cuota mínima de 10 euros. Oros ingresos proceden de gente que acude a los distintos talleres que se ofrecen y también de donaciones de personas que hacen aportaciones voluntarias. Es fundamental la labor de los 15 voluntarios que son quienes hacen posible que que el centro se mantenga vivo. Ellos se ocupan de organizar los talleres, coordinar el refuerzo educativo de los chavales y también está Marina, que se ocupa de organizar recogidas y repartos de alimentos y de ayudar, en la medida de lo posible a facilitar la inserción laboral de personas que lo necesitan.
Durante la pandemia, el centro intensificó el reparto de comida. «las parroquias cerraron y nosotros nos pusimos las pilas e intensificamos eso que llevábamos años haciendo en coordinación con el Banco de Alimentos. Cuando el país estaba confinado, nosotros repartíamos alimentos mensualmente a unas 600 familias. Luego ya frenamos un poco, porque tampoco tenemos capacidad para seguir a ese ritmo. Ahora mismo hay 42 familias recibiendo los alimentos que distribuimos desde el centro», explican
Smolny ha sido uno de los espacios que ha dado la bienvenida al barrio al Laboratorio de Identidades, una curiosa iniciativa puesta en marcha en la calle Santa Lucía por el artista visual Eduardo Barbeira quien explica la filosofía del proyecto en estos términos: «ser un laboratorio de identidades que promueva la salud emocional y mental a través de la identidad de género y la sexualidad creando para ello proyectos de arte, charlas, monólogos…. con la pretensión de avanzar hacia una comunidad más sana en la que todos seamos un poco más empáticos».
Son estas iniciativas que surgen con el ánimo de tejer redes y establecer vínculos las que luchan por recuperar el espíritu de barrio que tradicionalmente se ha vivido en pueblos y ciudades y que las prisas, las tecnologías o quién sabe qué, están destruyendo poco a poco.