Lo que aprendimos de las víctimas de la lgtbifobia en Cantabria
El camino del odio comienza allanando el terreno con la desconfianza, el miedo, los chistes o los desprecios, que permiten colocar la primera baldosa, la de definir a otro como enemigo o amenaza, después, la segunda, la del insulto o el vacío, hasta llegar a la última, la de la violencia, que no sería posible si no se hubiera alisado la tierra y puesto el primer adoquín.
Pero no es lo mismo hablar del odio, en genérico, que, en una tierra en la que todos somos primos, ponerle nombre y apellidos a las víctimas de la ltgbifobia en Cantabria: son nuestros compañeros de clase, trabajo, vecinos o familiares, amigos de amigos. Y hemos aprendido muchos de ellos.
Recordamos a esa pareja de Torrelavega que fue agredida mientras se les lanzaba el insulto de siempre. Y nadie hizo nada. Pero después, quien no hizo nada fue un juzgado al que acabaron rectificando.
O incluso a otra pareja en Astillero, insultada constantemente por sus propios vecinos, hasta el punto de que en su denuncia le tuvieron que poner voz desde ALEGA, la asociación que representa al colectivo en Cantabria.
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Recordamos a Jaime, que fue agredido simplemente por estar besándose con su pareja a la salida de un concierto en Santander. Y que llamó la atención sobre la importancia de denunciar. Para que no ganen.
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Recordamos a Marsha, la adolescente trans que fue perseguida y humillada por una manada en Torrelavega, y cómo pedía actuar sobre la educación y con medidas como la Ley LGTBI, aprobada finalmente en Cantabria con retraso.
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Incluso recordamos un caso en Madrid, contra la pareja de un cántabro, de Carlos Martínez Allés, que nos enseñó que ni siquiera los entornos que se creen más abiertos están libres del odio, y que nos llamó la atención sobre el papel real que tiene la legislación o la formación especializada de los cuerpos de seguridad.
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No todo es violencia e insultos, por cierto: para quienes tratan de diferenciar entre derechos humanos y laborales, recordamos a quien no fue contratado en un taller lebaniego porque no iba a “encajar” al ser como era, en un caso revelado por la Cadena Ser.
Todos ellos nos dicen muchas cosas, sobre todo la importancia de la educación, de la ley, de tener red de apoyo, de no estar solos, y de denunciar, porque para los más duros de mollera, a los que no les ha entrado la educación, se les puede educar –y a aquellos que tengan curiosidad por probar esa característica del mundo de los adultos que son las consecuencias de sus actos– a base de multazos e indemnizaciones, que además de educar brindan la infinita satisfacción de conseguir que el dinero de los intolerantes vaya a los servicios públicos y a compensar a las personas que odian.
Para eso, para la denuncia, es vital la red de apoyo, el sentirse seguros, y eso es la parte en la que podemos ayudar todos los demás: conseguir que se sepa que una víctima tiene todo un grupo de alianzas detrás, desde la familia y amigos o compañeros hasta las asociaciones, la Ley y quienes velan por la seguridad.
No puede ser de otra forma: es mera supervivencia, al fin y al cabo, la reacción se ha organizado muy bien ya en una cadena de montaje muy profesional y rentable que hace tiempo que ha echado a andar ese angustioso camino del odio. Mucho mejor las baldosas amarrillas.
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