OTAN NO

Tiempo de lectura: 5 min

«La certeza injustificable en un mundo que nos sea común es para nosotros la base de la verdad».

En esta cita que la filósofa Marina Garcés  rescata del filósofo Merleau-Ponty para su ensayo “Un mundo Común” (Editorial Bellaterra,2013). Así mismo en su introducción la autora nos recuerda que:

“Vivimos atrapados en un mundo que se nos ofrece como una cárcel amenazante. Por eso la tendencia hoy es construir nichos de seguridad, ya sea en forma de privilegios, ya sea en forma de ideologías e identidades bien establecidas y cerradas”. Pero es obvio que la búsqueda de seguridad alimenta la guerra y siembra minas en el campo de batalla en que se ha convertido la realidad mundial. Frente a ello, recuperar la idea de mundo común no es una forma de “escapismo” utópico. Todo lo contrario. Es asumir el compromiso con una realidad que no puede ser el proyecto particular de nadie y en la que, queramos o no, estamos ya siempre implicados.”

¿Se puede recuperar la idea de un mundo común sin que eso suponga, como menciona la propia autora, una forma de escapismo utópico? ¿ha perdido la utopía su horizonte de posibilidad, por mínima que sea? ¿Y si en lugar de uno o dos pasos más, como decía Galeano, se ha convertido en su salto al vacío, negándonos así incluso la opción, por pequeña que sea, de seguir caminando hacia ella? ¿Hacia dónde nos llevaría negarnos ese camino?

En mi artículo anterior sobre ocurrido en la valla Melilla  “¿Todas las personas son igual de valiosas?» uno de los objetivos era reflexionar sobre la necesidad de quitarle los interrogantes al título que encabezaba el artículo. Al hacerlo, me refería al concepto de paradigma, explicado a mis alumnos como “marco mental” es decir. como forma preconcebida de entender el mundo a la que llegamos a través de la educación, de los valores inculcados, de nuestro contexto, experiencias y elecciones personales en ese difícil y continúo diálogo entre el Yo y el entorno. Como decía en el artículo el ser humano no es neutro, como a veces podemos llegar a creer, tiene la capacidad de incidir en su entorno y a la vez dicho entorno incide en él. Un entorno que, como nos enseña la Historia, es de todo menos neutro. Nacemos en él y caminamos sus contradicciones y las nuestras. Pero. si se impone una forma de pensar el mundo en el que solo tienes una opción, en el que solo puedes elegir A ó B o en el que solo puedes elegir A  y, si no lo haces,  acabas abocado a ese salto al vacío que hace de la utopía un mero “escapismo” individual; como el preso que en la celda se evade soñando que es libre. Pero la celda sigue y las condiciones del preso, cada vez mas precarias, cada vez mas alejadas de la libertad, cada vez mas sometida a la voluntad de otros, permanecen. Y no solo eso, le niegan la posibilidad de hacer realidad sus sueños por muy insignificantes que estos sean. Por eso necesitamos de un espacio común donde compartir nuestros sueños, donde mostrarlos, donde dejarlos  que conozcan a otros e intenten ver si lo que piensan y sienten es posible o no. Y solo en ese espacio de lo común es posible. En el caso de la cultura de la paz como horizonte de utopía realizable pasa algo parecido. Si no encuentra ese espacio común que le de la textura de realidad quedará marginado,  infantilizado  o, aún peor, inexistente.

Si se convierte en hegemónico el paradigma del uso de la violencia como única forma viable de lograr la paz, como herramienta preventiva para conseguirla, negaremos la posibilidad de que otros discursos, otras formas de ver el mundo, de construirlo, tengan su sitio en ese espacio de lo común. Sean consideradas como opciones reales, como sueños realizables o simplemente como realidades necesarias que rompan con ese “marco mental” que se presenta como único e inapelable.

Volviendo a la Historia, como ese lugar en el tiempo del que aprender, en el que fijarnos, vemos como durante la llamada Guerra Fría cuando dos bloques, aparentemente antagónicos con sus proyectos de sociedad e individuo “competían” por ver cual se imponía finalmente, parecía que el uso de la violencia como forma de implementar estos paradigmas era la única opción. Y, sin embargo, en esos bloques aparentemente antagónicos, uniformes y homogeneizadores hubo quienes se rebelaron convirtiéndose precisamente en símbolos de un nuevo paradigma, el de los derechos humanos, a quienes precisamente apelan  quienes hoy no parecen dejar espacio para otra alternativa, que incluso sustraen al individuo ese espacio de lo común donde plantear el debate. Así, pensar en una cultura, una política de la paz se convierte en algo así como la ensoñación del preso.

La certeza de lo injustificable (Volviendo a la cita que encabeza el artículo) es que el uso de la violencia, la negación de la vida humana, como única vía de resolución de conflictos, no es el camino. Al hacerlo crearemos puentes con quienes con diferentes banderas o barrotes habitan la misma cárcel que nosotros. Y esa certeza es la base de esa verdad.

  • Este espacio es para opinar sobre las noticias y artículos de El Faradio, para comentar, enriquecer y aportar claves para su análisis.
  • No es un espacio para el insulto y la confrontación.
  • El espacio y el tiempo de nuestros lectores son limitados. Respetáis a todos si tratáis de ser concisos y directos.
  • No es el lugar desde donde difundir publicidad ni noticias. Si tienes una historia o rumor que quieras que contrastemos, contacta con el autor de las informaciones por Twitter o envíanos un correo a info@emmedios.com, y nosotros lo verificaremos para poder publicarlo.