Sobre las trampas linguales
||por VÍCTOR GUTIÉRREZ LARRAÑAGA, de WAAHI CONCEPT||
Dadas sus múltiples responsabilidades y habilidades, la lengua goza de una vital importancia anatómica, siendo casi insustituible en el habla, la degustación, la masticación y la deglución. Las heridas en la lengua, incluidas las lesiones, suelen ser el resultado de accidentes automovilísticos, convulsiones, caídas e incidentes durante la práctica de deportes de contacto. Afortunadamente, el abundante suministro de sangre en la boca ayuda a sanar cortes y rasgaduras leves, además de que las heridas rara vez se infectan. Cualquier cortadura grande en la lengua requiere de atención médica inmediata, ya que podría ser necesaria una sutura para asegurar que la lengua cicatrice correctamente. Además, las lesiones profundas pueden infectar u obstaculizar la habilidad de una persona para tragar, comer y hablar.
Seamos honestos, vivimos en un mundo donde debemos mordernos la lengua a diario para preservarnos de que nos la corten. Aunque parezca mentira, esto aplica también para los que hacemos gala de ser “echaos pa lante”. Aunque nos encantaría, sabemos que tenemos familias, socios, amigos, empresas y colaboradores por los que velar, lo que en la práctica significa aparcar nuestras lenguas viperinas en nuestros incisivos más de lo que la lógica, la decencia y la justicia son capaces de soportar. Por pura responsabilidad para con los tuyos, nos aplicamos el terrible consejo de que, a falta de hacer amigos, es prudente evitar enemigos. Derivado de esto, nace un silencio ( nos guste o no cómplice) que es la consecuencia inevitable de la propia autopreservación. De esa autocensura, de esa omertá auto inducida, viven seres de medio pelo moral e intelectual pero con el carnet, los apellidos o las cuentas bancarias adecuadas, esos equivalentes a ser el puto sheriff y que parecen creer que nuestro silencio es fruto de la idiotez, cuando más bien es del sano juicio. En este mundo en el que por ser un diputadete o un consejerillo se embarra uno al borde de la ley tanto escrita como natural, a los pobres plebeyos nos toca morder fuerte sin generar herida en nuestras lenguas y almas, evitando la peor etiqueta posible ( peor aún que la del rebelde): la del resentido.
Como servidor no ha venido a sufrir, e intuyendo que el derecho a mandar a la mierda al poderoso aun no se tramita vía real decreto, nos queda una medicina del alma cada vez más escasa: la prensa libre y honesta. Consuela y satisface por tanto que queden últimos mohicanos como El Faradio, alejados de los pesebres y comederos tanto mayores como menores. Agrada que canten verdades y deleita que lo hagan sin dar voces día tras día desde hace 10 años, más allá de la sonrisilla que se les escapa a veces por las chorradas que sueltan nuestras élites. Por último, directamente mola ( adjetivo supremo del viejoven) que sepan conjugar la parresía sin perder la capacidad de buscar puntos en común y de compartir mesa con otras opiniones, ya sea agamenón (el poder en sus distintos grados) o su porquero (desde proyectos y personas humildes pero con sustancia hasta mindundis de lengua remendada como servidor). Que dios o equivalente os guarde la lengua por muchos años más. Feliz aniversario y felices fiestas.