Identidad y entrega
Cincuenta y seis años separan los nacimientos de Marcos Díez y Julio Maruri. Santander alumbra poetas en cualquier década y bajo cualquier régimen. No hay edad posible que limite las posibilidades creativas, la extrañeza del mundo que se proyecta sobre el papel y se hace verso.
Visor Libros ha hecho coincidir la publicación de la ‘Antología poética’ de Maruri, preparada por los poetas Juan Antonio González Fuentes y Lorenzo Oliván, y de ‘Combustión’, el poemario con el que Díez ha ganado el Premio Hermanos Argensola 2014, convocado por el Ayuntamiento de Barbastro. La mirada, una vez más, vuelve al norte.
La publicación de un libro de poemas es siempre una cesión de intimidad, una fórmula aceptada de compromiso con el mundo. El escritor vuelca su voz en el libro, extrae lo más preciado -o lo más confuso- de su experiencia y de su tiempo.
‘Combustión’, precisamente, es un ejercicio de arqueología. El pasado surge en la escritura de Díez como una promesa que exige evaluación. ¿Qué ha ocurrido? ¿Ha valido la pena la opción, el gesto elegido? El poeta cuestiona su identidad, contempla las huellas y trata de explicarse a sí mismo. “Todo lo que veo es unidad y es parte”. La respuesta se intuye sin concreción. Cada poema eleva el drama.
‘Muchacha en el televisor’ es una de las piezas clave del poemario. La visión del pasado vivo, de la imagen de juventud, y su confrontación con el presente, acaso buscando una señal que justifique la evolución que sigue (“en la chica que ensilla su caballo, que no habla con nadie, /que se mueve despacio como si ya supiera”).
‘Combustión’ es el paisaje que vuelve a descubrirse. La esencia no es la misma. Y el poeta no opone engaño a la contradicción, sino honestidad. Su actitud rechaza la máscara y pide a los otros el sentido. “¿Qué inventará su mente para explicarme a mí?”, se pregunta ante la visión de la mujer de ‘Oficinas en la noche de Madrid’.
La época no acompaña. La realidad, prosaica y traicionera, interrumpe la construcción de la personalidad. “Quieres permanecer fiel a tu centro, /te preguntas dónde está tu centro”.
“Con precisión anatómica me disecciono”, “sentimos que no somos suficiente”… Poco a poco, se llega a la verdad desnuda: “no necesita el mundo tu mente para ser”. Claro. El sueño se ha desvanecido. ¿Derrota? Quizás, sólo sabiduría, edad. Oportunidad. “La vida sin significados /qué ancha es, qué grande el mundo /si desatas aquello que contemplas”. Y el futuro sale al encuentro.
HUELLAS
Si el libro de Marcos Díez recoge un periodo creativo, la antología de Maruri explica un itinerario completo, marcado por cambios de país, escritura en tiempos de miseria, aventuras espirituales.
A sus 94 años, el santanderino es el último representante de una generación luminosa. José Hierro, José Luis Hidalgo o Pablo Beltrán de Heredia compartieron su biografía y su actividad literaria en un Santander aún marcado por los ecos de la Guerra Civil.
No es sencilla la aproximación al Maruri poeta. “Esta voz se resiste a la fácil definición, pues está hecha de las más extrañas mezclas”, advierten Oliván y González Fuentes en su prólogo.
Eso sí, los inicios parecen claros. El ingrediente que domina la receta de Maruri es la tristeza ante la imposibilidad de la entrega. ¿Cómo darse al otro? “La verdad, que se oculta como un odio, /va creciendo en el pecho /hasta tomar la forma de amargura”, dice ya en 1945. Es el inicio de su propuesta. “Sólo quiero ser voz o queja /quiero ser sólo muerto o triste”. La opción no invita al optimismo.
Pero, Maruri hace de la necesidad virtud. Como Claudio Rodríguez, que maldecía “no poder ser hostia para darse”, el santanderino opta por el sacrificio de la juventud. “Si pudiera morir y con mi muerte /darte pudiera a ti toda mi sangre…” (Inmolación).
Penetramos en la década de los 50 del siglo pasado. Maruri abandona su
militancia cultural (poética y plástica) e inicia su periodo religioso, que se extenderá hasta 1965.
Su regreso al mundo profano se produce en forma de canto y celebración de la vida. Humor y crítica se hermanan. “Con qué alegría /se dio aquel Coronel /a la sangría”.
Oliván y González Fuentes destacan su compromiso con los perseguidos, en un exilio francés que trasciende el mero cambio de residencia, para hacerse cómplice de los acontecimientos políticos que se suceden.
En definitiva, dos vidas, las de Maruri y Díez, hechas poema; convertidas en voz que excava la realidad, que busca una identidad con la que hacer frente al mundo, a menudo hostil, que nos envuelve. Y todo esto, desde el norte, de cara al mar, en clara invitación a la vida explicada.
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Opinión/Información
Este artículo de crítica literaria, ¿quién lo firma? ¿Es opinión editorial de El Faradio?
Oscar Allende
Buenas, lo firma Pablo Sánchez, de la revista D Artes. Un saludo
vale
Gracias.
Enjalbegado
Cuánto daño está haciendo Antonio Lucas.