El retrato de Dorian Rey
Por fin Antonio López ha cumplido el encargo que le hicieron hace casi veinte años, el retrato de la familia real.
El genial pintor que tan bien ha descrito el skyline madrileño ha hecho un buen trabajo, es un cuadro bonito, eso es así.
Lo que pasa es que, como tantas cosas, aunque llega justo para celebrar el Día de la Constitución, para todo lo demás llega tarde.
Fundamentalmente porque lo que iba a ser el retrato oficial de la familia real retrata a una familia real que es vieja. Como la joven democracia que ya no es la joven democracia.
Juan Carlos I ya no es el rey oficial y se ha producido la sucesión en su hijo, Felipe VI.
Y no sólo eso: el cuadro nos muestra una familia real, la de Juan Carlos, joven, extremadamente joven. No ha pasado el tiempo por ellos y claro, faltan personajes. No sale Corinna, por ejemplo, ni ninguno de los animales de las cacerías reales. Ni Iñaki Urdangarin, al que ahora apartan de todas las fotos.
Falla el retrato, y hay fallos de relato.
Ahora que estamos en la celebración del aniversario de la Constitución española, vemos que al final se trata de vendernos una imagen idealizada de todo lo que se puso en marcha en la transición.
Que tuvo sus cosas buenas al principio, y que era lo que había, pero a la que con el tiempo se les están desgarrando las costuras.
Los pintores de entonces siguen dibujando aquella época y continúan esbozando sus trazos en la nuestra, decidiendo desde la nostalgia, haciéndose, en definitiva, un generoso y diferido autorretrato.
Y si no queremos ver los fallos, difícilmente podremos arreglar los problemas.
El presidente Mariano Rajoy sigue diciendo que la corrupción es un hecho aislado, no general, pese a que se ha llevado por delante a su ministra de Sanidad y a que ni más ni menos que el tesorero de su partido, directamente, en la cárcel. O al expresidente de Baleares, o al de Castellón… Aislado.
Son esos mundos ideales, esos retratos, en los que prefieren vivir nuestros dirigentes en estos momentos, en un cuadro sin matices ni problemas en el que todo resulta más cómodo y no hay relevo ni de personas ni, sobre todo, de ideas o de formas de trabajar.
Aquí, como en el retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde, algunos se empeñan en seguir viéndose jóvenes, sin arrugas ni defectos, obviando la otra parte del tapiz, más oscura, más siniestra.
Ignorando que detrás de las sonrisas y las formas perfectas, en el cuadro de nuestra España están saliendo desde hace tiempo Corinas y Urdangarines, Monagos y Bárcenas, Fabras y Matas, Florentinos, castores, Nicolases… gente que, en definitiva, no debería pintar nada en nuestras vidas.
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