Seguimos soñando contigo: una aproximación sociológica a Camela
(Este artículo llega varios días después del concierto ofrecido por Camela en Escenario Santander, el pasado sábado 29 de noviembre. Debería haber llegado antes del espectáculo, pero se adelantó la fiebre)
por MADA MARTÍNEZ
La pregunta fue: «¿Qué te sugiere Camela?».
Planteada en un universo sociológico reducido (más bien pequeñito) de personas con los treinta cumplidos y con gustos musicales de lo más diversos, la pregunta ha sido la base (raquítica, que sí) de un intento de análisis generacional sobre este grupo español de tecnorrumba, probablemente el más superventas, el de los pelazos y los estilismos fulgurantes, el de las letras desatadas de amor-desamor-necesidad, pasión-aversión, adoración-desdén, letras hechas diálogo y condenadas a la rima asonante («Sabes que no quiere hablar, que ya no hay solución, no te pertenece más, no digas que es tu amor»).
Y esto, ¿por qué? Porque el hecho de que los del barrio madrileño de San Cristobal de los Ángeles ofrecieran un concierto en Santander desató (o eso queremos entender) los recuerdos y los instintos en el seno de una generación con un pasado musicalmente revuelto, personas que, cuando nació Camela, también empezaba a nacer como seres sociales. Y eso tiene un poso.
Bien, las respuestas fueron diversas, pero ni una sola interrogativa, nadie dijo ¿qué? o ¿cuál?, nadie respondió de qué me estás hablando, de quién me estás hablando; todos exclamaron «¡ja, Camela!», sonriendo mínima, irónica o ampliamente.
Tras un primer filtro, estas respuestas quedaron agrupadas en tres categorías: aquellos que, inmediatamente, casi sin respirar, refirieron el título de una canción y la tararearon a continuación («cuando zarpa el amooor»); quienes hablaron en primer lugar de indumentarias propias o ajenas («ay, vaya pelo tenía Dioni», «ay, mi chandal de corchetes»), o quienes asociaron el nombre con un hito de juventud, en toda la extensión de la palabra hito: «Sí, los vi en una plaza portátil en Cueto», «sí, me recuerdan a cuando me besé con X en la fiesta de Y; o cuando dejé a X en la fiesta de Y».
Hubo una cuarta categoría dominada por el «esto me suena de algo», que mutó en categoría uno, dos o tres, una vez se describía al trío formado por Ángeles Muñoz, Dionisio Martín y Miguel Ángel Cabrera (este último, teclista y compositor cameliano, abandonó el grupo en 2013, por lo que ahora Camela es un dúo), o si se tarareaba eso de «tu te has burlado de mí, y pasas por mi lado para hacerme sufrir». Ambas cosas surtían el mismo efecto.
Esto ya viene a señalar que Camela is in inside of us.
La tecnorrumba de Camela lleva en el mundo desde los noventa. Después de un tiempo presentando sus trabajos en casete, en 1994 sacaron a la venta el disco Lágrimas de amor. Bombazo, un millón de copias vendidas, una arriba, una abajo. Un año después lanzaban Sueños inalcanzables. Otro éxito de idénticas características.
Eran los tiempos en que sus trabajos circulaban por los calificados por José María Íñigo como «circuitos be» (ver especial Camela en Qué tiempo tan feliz), esto es, mercadillos y gasolineras, territorios aquellos donde encontrar alimento para el radiocassette. Luego, Camela llegaría a las listas de venta y difusión, a partir de Corazón indomable (1996), oficializando su éxito.
Lo de hablar de los orígenes humildes de Camela es un clásico. Ellos lo llevan entre bien y regular, a juzgar por las entrevistas, como si el asunto ya les aburriera y fagocitara toda su trayectoria posterior. Se les nota cansados, pero contestan siempre educados.
Y sí, su primer reino fueron los expositores giratorios de las estaciones de servicio, como el de tantos. El casete se había generalizado, el casete daba alas en la carretera. Pensar en música de gasolineras es pensar en Los Chichos, El Fary, Chiquetete, Junco, Julio Iglesias…, también en las cintas de chistes de Arévalo. El que añore este subgénero tiene un programa especial en Cachitos de Hierro y Cromo, de TVE, con guión de Luis Troquel, que sabe un montón de esto.
A los del presente análisis generacional, que empezábamos con nuestras incursiones, más o menos afortunadas, en la esfera de lo social se nos pegaron trozos de esas letras de Camela en los pliegues de la memoria. A los que les gustaba el grupo y a los que no. Y ahí se quedaron.
«Llorarás por su amor, y tu nunca lo tendrás, no vendrá, déjalo, tú jugaste con su amor».
«Escúchame, compréndelo, es imposible nuestro amor, porque entregué mi corazón a la mujer que quiero yo».
Ahí se quedaron las canciones (aunque, a veces la discografía se asemeja a una única y enorme canción que va cambiando) sobre personas que sufrían por otras intensamente, o que se necesitaban intensamente, o que se pedían cuentas o se sentían traicionadas intensamente, todo expresado sin concesiones, cero metáforas.
Había en una misma estrofa celos, coraje, había dolor y pasión, era un chute de idealización del otro muy fuerte. Pero, piensan muchos, si a los 15 años solo sabes que no te gustas a ti mismo. «Se lleva mi vida (…) Viviré esperando».
No sé si muchos serían capaces de explicar el porqué de que esa ligadura letristicomelódica y de que todo eso siga en aún ahí, intacto (sin haber sido ejercido la escucha proactiva, me refiero).
Imagino que en ello confluyan muchos factores, aunque como este análisis generacional está cojo, la conclusión ramplona es que la mezcla de sentimientos y tecno pegadizo, hizo que se quedara en el imaginario de una generación que en los noventa estrenaba chándal, corazón y cartilla de ahorros. Pero no somos expertos y esto debería estudiarse en profundidad.
Más allá de percepciones adolescentes, Camela cosechó un montón de éxitos. A mediados de los noventa era cuando las listas de ventas y difusión de música en España se hacían a base de Laura Pausini, Take That, Bon Jovi, Amistades Peligrosas, Ramazzotti… Luego aparecería el Wannabe de las Spice Girls. Eran los años del tecno, el bakalao, también estaban por allí el grunge y Nirvana y estaba Sting.
Entre todos se hizo hueco Camela, como una ola, sus temas llegaron a nuestras vidas. Hizo marca de su escenificación pimpineliana de la vida, se hizo fuerte mezclando invariablemente los mismo ingredientes: corazón, arreglos y teclado, corazón, arreglos y teclado.
Su proyección televisiva se la agradecen a Nieves Herrero y, sobremanera, a José Luis Moreno, que les invitó en varias ocasiones a Noche de fiesta (ese espacio, cuyos programas duraban casi tres horas y te secaban el lagrimal con los brillazos, también se ha quedado en los pliegues de la memoria generacional). Y todos nos aprendimos, al menos, siete u ocho estribillos desgarrados.
Saltemos en el tiempo. Se suceden Solo por ti (1998) -cuando se acentuaba solo, otros tiempos-, No puedo estar sin él (1999); llega la multinacional EMI y editan Simplemente amor (2000), Amor.com (2001)… y así hasta Más de lo que piensas, su último disco, con el que vuelven a ser número uno. La portada es de temática Bollywood, porque ellos son muy de portadas impactantes (referencia: La magia del amor, todos vestidos de Piratas del Caribe).
Ahora, algo ha cambiado. Más allá de que tienen miles de fans, en España y en Chile y en más lugares, de que tienen más de 15.000 seguidores en Twitter, ahora dicen que no tienen dueño. Ahora, Alaska, Mario y Cristina Pedroche salen en sus videoclips. Y ya no pueden ni contar las copias que han vendido.
Por eso, y aunque ellos digan que lo que les da fuerza es el cariño de su público, no se entiende bien que no tengan premios gordos de la industria. Es rarer, rarer. Y entonces surge el debate de la discriminación mediática y cultural.
Hay teorías al respecto, por ejemplo, la del periodista musical Víctor Lenore.
Habla de ello en su libro Indies, hipsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural (Capitán Swing), donde viene a decir que hay una élite cultural (periodística también) que es excluyente y que desecha dar espacio a productos como los Camela. «Camela hacen canciones tan bonitas como los Ramones, pero unos se consideran cool y otros cutres», ha declarado.
Volviendo al pseudoanálisis generacional, pinchen una canción de Camela que creían olvidada. A ver cuánto tardan en seguirla. «Sueño contigo, qué me has dado».
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Mike Medianoche
Me habría encantado escribir este artículo. Felicidades.