“De loca no tuvo nada”
El poder de las mujeres. El contacto con la naturaleza y el amor por los animales. La mirada hacia el territorio, hacia los pueblos indígenas. La reflexión sobre otras formas de espiritualidad más allá de la religión católica. El antifacismo, las fronteras del arte, incluso la salud mental, o la violencia sexual, víctima de una manada. Todos estos ítems que hoy en día nos parecen comunes, algunos de ellos apenas esbozados en la última década, estaban ya en la vida y en la obra, valga la redundancia, de Leonora Carrington en los años 30 y 40 del siglo pasado.
Como un susurro, casi como una llama que lucha por no pagarse, su legado se mantenía tímidamente vivo. Estaban sus propias vivencias, sus ‘Memorias de abajo’, en las que contaba su vergonzante paso por el sanatorio del doctor Morales –todavía hay un parque en Santander que lleva su apellido-, donde fue torturada con un agresivísimo fármaco, el funesto Cardiozol, el eletroshock hecho fármaco. Estuvo luego la novela que sobre ella escribió Eleona Poniatowska, y en Cantabria tenemos ‘La novia del viento’, la producción teatral de Ábrego.
SU SANACIÓN ARTÍSTICA
La explosión llegó el año pasado, cuando la Bienal de Venecia, sí, la Bienal de Venecia la homenajeó con una exposición internacional, ‘La leche del sueño’.
La mirada al reconocimiento general de las mujeres en el mundo del arte, la búsqueda de valores “que han estado escondidas”, permitieron recuperar a “una gran artista”, con un centenar de obras sólo en España, con relaciones muy asentadas con referentes del surrealismo como Bretón.
Y el año pasado la Fundación Mapfre organizó en Madrid una exitosa exposición monográfico que recopila todas sus obras, incluido el cuadro que pintó sobre su penosa estancia en Santander.
La muestra finalizaba la semana pasada, contribuyendo a poner en su sitio su legado artístico, con múltiples referencias en prensa general y especializada.
Y ha tenido un efecto previsto, la resurrección en salas (con proyecciones esta semana, hasta el día 18, en los Cines Princesa) de ‘Leonora Carrington. El juego surrealista’, el documental realizado hace una década por Javier Martín-Domínguez, presidente del Club Internacional de Prensa, con quien charlamos en EL FARADIO.
El trabajo había tenido recorrido en festivales y su propio caudal de reconocimiento, con proyecciones en festivales como el de Guadalajara, en México, en Sitges, Málaga, Matadero, Girona, pero nunca había salido a salas. Hace una década prácticamente “no existía”, casi como el reconocimiento general a la propia Leonora.
LÚCIDA, MAGNÉTICA, ALEGRE Y CAUTIVADORA
Una artista a la Martín-Domínguez llegó tras quedar “marcado” por las ‘Memorias de abajo’, el relato posterior, con intenciones terapéuticas, de su estancia en Santander, que le hizo ver que en esta artista había “una gran historia”.
A la que se acercaría años después, consiguiendo contactar con ella, a sus 89 años, en su retiro en México, primero por teléfono, luego en largas conversaciones in situ y finalmente en grabaciones recogidas en el trabajo, que se articula sin un guión externo, con la voz de Leonora contando sus vivencias.
Es una memoria “personal, directa y propia” que se marcó el reto de “mostrarla como es”, recogiendo sus pensamientos sobre el amor, el arte o grandes temas que nos conectan a todos como el paso del tiempo o la vejez.
Un documental que cuenta con más testimonios y entrevistas, entre ellas el de Elena Paniatowska, la autora de la novela, Premio Cervantes –entre otros- y la voz de la entrañable Coco, sí, de la peli de Disney que supuso un chute de orgullo para la comunidad mejicana global.
En su trabajo, y eso se revela en el documental, descubrió a una mujer con un gran “magnetismo” –de las que dan a elegir a las visitas entre té o tequila-.
Lúcida y alegre, franca y divertida, en ocasiones seria o triste cuando, con una personalidad “muy cautivadora” que hace que la gente en las proyecciones de esta segunda vida del documental la reciba con aplausos, o que en la exposición en Madrid, donde se proyectó este trabajo, hubo que poner filas de bancos extra ante el interés suscitado.
Era una persona mayor y “lúcida”, que tuvo algún problema de salud mental como tantos, pero que “de loca no tuvo nada”, sino que, además de ser una “gran artista”, la más importante de su estilo, atesoraba una “gran capacidad internacional”.
SU PASO POR SANTANDER
En el documental, que fue proyectado aquí dentro de los cursos de verano de la UIMP, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, sale su estancia en Santander.
Tenía que salir por todo lo que supuso en su vida, pero se aborda de una forma “delicada” porque “todavía le perturbaba el pensamiento todo lo que le pasó en España”.
Aquí llegó en busca de una solución, en un momento de auge del fascismo.
Y acabó encontrando más problemas: desde el rechazo familiar hasta la agresión sexual por una ‘manada’ falangista hasta su reclusión, confinamiento, en la clínica del doctor Morales –hace un par de semanas leíamos en el periódico la carta de un descendiente incómodo por las referencias, reivindicando el apoyo que luego su familia dio al relato y desagravio de Leonora–, donde sufrió los efectos del Cardiozol, descrito por ella como el “síndrome de guerra”.
No todo fueron enemigos en Santander: un médico de la ciudad, amigo de la familia, fue quien la sacó de la finca, una antigua casa indiana de la que se han mostrado fotos y planos inéditos en la exposición de la Fundación Mapfre.