El Handala zarpa hacia Gaza para romper el bloqueo marítimo con dos activistas cántabros a bordo
La estatua de los raqueros se despedía ayer del Handala, el barco de la Flotilla de la Libertad al que daban la bienvenida el pasado sábado.
El conjunto escultórico, en pleno muelle, recuerda a los raqueros, niños de las clases populares de la ciudad que se ganaban unas ‘perras’ de la época tirándose al agua a por monedas que les lanzaban los paseantes, y que si bien las clases altas de la época les trataban de presentar poco más que como delincuentes y pandilleros y el diccionario ha tratado de condicionar su percepción, siguen disfrutando del triunfo del legado, es decir, el recuerdo para siempre en un lugar destacado y la memoria todavía viva de los últimos raqueros o los que llegaron a conocerles.
De infancia a infancia ha sido el diálogo entre los raqueros y el Handala, cuyo propio nombre evoca una caricatura de un niño palestino, de espaldas, que es ya un icono de la resistencia y que ha servido para que esta singladura de la Flotilla de la Libertad se centre en la denuncia de la mayor vulnerabilidad de la infancia ante el genocidio: sin hospitales es difícil velar por su salud, sin colegios no se puede hablar de educación, sin ayuda humanitaria –bloqueada- lo que llega es la desnutrición, y sin padres o familia, hablamos de una desprotección extrema y de impredecibles consecuencias en la salud mental.
La otra pata que se ha esforzado en explicar la Flotilla estos días en Cantabria, a través de sus tripulantes, es la de la dimensión del genocidio: el cómo se llegó a esta situación tras año de tolerarle a Israel apropiaciones de tierras que no eran suyas y vejaciones diarias al pueblo palestino, pero también el grado extremo de incumplimiento de la más mínima legalidad internacional en materia de derechos humanos o para situaciones de guerra, que existe (y siempre teniendo en cuenta en una guerra hay bandos en más o menos situación de igualdad y aquí de lo que hablamos es un exterminio que no respeta ni los campos de refugiados).
A ese grito, al de “no es una guerra, es un genocidio” se marchaba la Flotilla de la Libertad de Santander, en la que ha sido la primera travesía en un puerto español: después vendrá Coruña, luego otras ciudades europeas y así hasta intentar llegar a Gaza, siempre y cuando, que es lo que ha pasado otras veces, no sufran el asalto de la flota Israel, detención o deportación.
Les despedían muchos de los ciudadanos, activistas, miembros de colectivos o movimientos sociales (feministas, pensionistas, internacionalistas, ONGDs, ecologistas…) que les han acompañado y arropado estos días en sus actos, completando el mapa del cariño del pueblo cántabro al pueblo de Gaza que durante estos meses ha organizado actos de apoyo por toda la geografía, de Castro a Unquera, de Reinosa a Cabezón, de Torrelavega a Santander, y muchos más.
Eso en tierra, desde el propio mar les ‘escoltaba’ una embarcación, el Narval, con miembros de Ecologistas en Acción a bordo, que les acompañaba en su despedida de la Bahía de Santander recordando así la conexión entre todas las luchas y la búsqueda de un objetivo común.
Y a bordo van activistas que representan a organizaciones, políticas, reporteros… Entre ellos, dos cántabros: Sergio Tamayo, activista internacionalista de Interpueblos, responsable de Movimientos Sociales en Izquierda Unida Cantabria, trabajador ferroviario, sindicalista en CGT, que viajará hasta Coruña; y hasta el final, la enfermera Ángeles Cabria, de Cabezón de la Sal, que ya estuvo en su día en los campos de refugiados en Grecia, y que coge el testigo de otra cántabra que fue en anteriores travesías, Lucía Mazarrasa.