No es Rock, es Fascismo

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Algo sucede en la calle, en tu barrio, no sabes si sale por la tele o en las redes sociales, pero algo está sucediendo. Esa inmediatez de un presente que te golpea no es nueva, ya se ha dado antes, se ha dado siempre. Paro, inmigración, guerras, inconformismo, violencia, han golpeado siempre a sectores de la sociedad y la música se ha convertido en una forma de reaccionar ante esas realidades, de afrontarlas, de rebelarse contra ellas o de ser la banda sonora de lo que sucede. En forma de letras, de canciones, de ritmos que se convierten a la vez en la expresión sublimada de quien las compone. No todos de la misma manera, pero existe ese agregador común, esa necesidad de expresar cómo lo estás viviendo. Y la música es quizás la expresión más popular, ritualizadora, la que más capacidad tiene de llegar a la gente, incluso de influir y de moldear conciencias en el momento que conviertes una canción en un himno y apelas a su literalidad militante (es decir, a hacer realidad sus letras) por encima de su capacidad de sublimar emociones,deseos o fantasías.

Incluso cuando, rodeado de basura, decides escribir sobre la flor que se levanta insumisa ante la dictadura del asfalto, o simplemente necesitas de esa belleza de esa flor como forma de escapar, de aferrarte a lo que sea para sobrellevar la barbarie. La música, el arte, han ofrecido diferentes lenguajes para afrontar esa forma de ver la flor o de no verla. Y nunca han sido neutros, no pueden serlo si quien escribe, recita o canta es, de alguna manera, protagonista de lo que cuenta. Y siempre lo es, porque decide qué cuenta y desde donde cuenta lo que cuenta. Esa decisión se convierte, en el mismo momento que cruza la línea de la realidad, en un acto político. Y al hacerlo, al escribir, al decidir mostrar esa realidad que nos rodea, que nos interpela a cada instante en forma de precariedad, de amor a primera vista, en forma de pérdida de un ser querido, en forma de angustia existencial, de enfermedad, de cola del paro. o en la forma que sea, estamos haciendo un acto político, es decir, una forma de mostrar como procesamos esa información, como la transmutamos en forma de cuadro, de poesía, de canción o género musical y la compartimos. Planteamos ese “Ser Yo en el Mundo”, que diría el filósofo.

Solo por darle un poco de contexto histórico a eventos musicales de corte nazi/fascista: Rock Against Communism (acrónimo de RAC, en castellano: Rock Contra el Comunismo) es el nombre de una serie de conciertos de rock político organizados por el partido fascista Frente Nacional en Reino Unido a finales de los años 1970. También designa el género musical surgido a raíz de estos conciertos. Durante estos años la escena punk gozaba de gran popularidad sobre todo entre los jóvenes nacidos y criados en los diferentes cinturones industriales que veían en esta música la mejor forma de expresar lo que estaban viviendo: Hijos de los ganadores de la la Segunda gran Guerra que sin embargo solo ofrecían un futuro de miseria. Así la música empezó a ser su forma de rebelarse contra el sistema. El discurso neonazi vio su potencial agregador para conectar con los jóvenes desencantados y, a través de sus letras, expandir una ideología supremacista que ofrecía a estos jóvenes unos culpables al alcance de sus posibilidades (en forma de inmigrante, negro,judío, musulmán, homosexual etc…) y de esa inmediatez, en forma de violencia, que reclama quien siente que le está siendo arrebatado no solo el Futuro, sino el mismo presente.

A España este tipo de grupos y discursos llegarían tras la transición y, adaptándose a la realidad del país, buscan ser los catalizadores de esta indignación que nace de la crisis del sistema, de las pérdidas de referentes, de la propia sociedad y su incapacidad de darles respuestas. Y de esa urgencia aparecen las diferentes “Galernas”. Así la música se convierte también en una declaración de intenciones, en tu forma mas o menos consciente de posicionarte. Y es en ese “posicionarte en el mundo” donde se establece la verdadera línea roja, pues la música, como decía, no se puede desligar de sus contextos, de la realidad de la que forma parte. Se convierte en una fotografía pero también en un código, en un lenguaje, y si ese lenguaje incita al odio, criminaliza y señala desde la intolerancia, ya no solo hablamos de música, ni de libertad de expresión, hablamos de cómo la música y la libertad de expresión se ponen al servicio de un determinado discurso o ideología totalitaria cuya esencia es precisamente negar, amordazar, eliminar al diferente. La música, el arte, pierde su capacidad de ser y ofrecer ese “algo más”… para convertirse en panfleto, en catecismo de un rebaño que no encuentra otra salida a su dolor, a su rabia, a su frustración, que construir enemigos a la medida de su propia sin razón. Se disfrace de Galerna o de brisa de Septiembre negro.

Y no hay nada de inconformista, emancipador, subversivo, alternativo, revolucionario y mucho menos de patriótico o democrático en eso. Por eso, No es Rock, es Fascismo.

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