La contracultura de los 60, 60 años después

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«Nosotros no acabamos con el racismo, pero sí con la segregación legal. Nosotros acabamos con la idea de que es posible enviar a medio millón de soldados alrededor del mundo a luchar en una guerra que la gente no soporta. Nosotros acabamos con la idea de que las mujeres son ciudadanas de segunda clase. Nosotros hicimos del medioambiente un asunto que no puede ser ignorado. Las grandes batallas que ganamos no pueden ser revertidas. Éramos jóvenes, soberbios, temerarios, hipócritas, valientes, ingenuos, obstinados… y estábamos muertos de miedo. Pero teníamos razón. Y no me arrepiento de nada».

Abbie Hoffman, activista «yippie»

«When I´m 64» se titulaba una conocida balada de The Beatles, donde un joven y contracultural Paul McCartney fantaseaba sobre cómo sería su vida a la edad de 64 años.  Precisamente cuando escribo estas líneas se cumplen esos 64 años, desde que se inició la «década prodigiosa». Eso supone que ha transcurrido un período muy extenso para la vida de sus protagonistas, pero muy breve para la Historia, desde que una parte de la juventud se rebeló contra la sociedad, el poder, la cultura y las formas de vida imperantes.

Y lo hizo de forma llamativa -fue la primera gran protesta social televisada- pero, a la vez, subterránea: tratando de desarrollar «contra-sociedades» en la gran Sociedad, a modo de «oasis» donde ensayar esas nuevas formas de vivir, producir, consumir y relacionarse, con el fin de mostrar y demostrar que «otro mundo era posible».

El fenómeno tendría similitudes simbólicas con la revuelta de los esclavos que lideró Espartaco contra la Roma imperial. Entonces una minoría de excluidos se rebeló contra la sociedad de su época. No les movía la búsqueda del poder, sino las ansias de libertad, pero llegaron a poner en jaque a todo el Imperio Romano. De modo similar, las protestas juveniles de finales de los 60 surgieron en el seno de EE. UU. (la «Roma imperial» del momento) y estuvieron protagonizadas por sectores sociales que sufrían algún tipo de exclusión. Tampoco pretendieron llegar al poder y sus motivaciones tenían que ver con ideales de justicia social y libertad. Pero, pese a ser una minoría, llevaron al sistema sociopolítico de su época hasta una de sus mayores crisis institucionales y de legitimidad.

En ese sentido, La Contracultura es iniciadora de un nuevo tipo de movimientos sociales (los denominados «Nuevos Movimientos Sociales»), donde – por primera vez en la historia- no son las clases desposeídas las que se revolucionan de forma violenta para conseguir el poder, sino que la protesta proviene de jóvenes, con altos niveles sociales y educativos, que se rebelan de manera pacífica, mediante acciones directas que tratan de llamar la atención de los medios de comunicación. Además, se organizan de forma anti-jerárquica y al margen de partidos y sindicatos.

De ahí que también se considere La Contracultura el primer gran ciclo de movilización social en la era post-industrial y el más importante, al influir en los otros dos ciclos posteriores: el movimiento alter-globalizador y el movimiento internacional de Indignados.

Un movimiento multiforme

Otra premisa que considero importante a la hora de analizar el fenómeno, reside  en su diversidad, heterogeneidad y pluralidad,  es decir, a su falta de uniformidad.

En primer lugar, no fue uniforme en el tiempo. En realidad, «el 68» duró casi dos décadas, pudiéndose distinguir una etapa de inicio -a principios de la década de los 60- con las luchas por los movimientos civiles de los negros. Seguida de otra de auge, cuyo momento álgido sería el significativo e intenso año 1968. Y una tercera de decadencia, que podría vincularse al surgimiento de la crisis del petróleo de 1973 y se prolongaría hasta llegar a la revolución conservadora de los primeros 80, que definitivamente acaba con cualquier atisbo de protesta contracultural.

Además, si echamos la vista atrás, descubriremos que La Contracultura seseintayochista no surge de la nada, sino que formaría parte de toda una cadena histórica de fenómenos contraculturales que se enfrentaron subterráneamente a los poderes de su época, compartiendo todos ellos unos valores antiautoritarios, heterodoxos, universalistas, iconoclastas, transgresores y bohemios[1].

tampoco fue uniforme en el espacio: la protesta estalló de forma sincrónica en muchas de las sociedades industriales más avanzadas de los distintos continentes. Así, se produjeron movimientos juveniles y contraculturales relevantes en países con regímenes tan distintos como: Francia, Alemania, Holanda, Checoeslovaquia, México, Inglaterra, EE. UU., Italia, Brasil, Canadá, Dinamarca, Japón …

Esta explosión simultánea y espontánea despertó la desconfianza de muchos de los gobernantes afectados por la protesta, quienes acusaron al movimiento de formar parte de un complot internacional. Sin embargo, no existía una relación y conexión previa entre los distintos líderes de cada país, sino que fueron teniendo noticias y conociéndose entre unos y otros, a través de las imágenes que ofrecía la televisión sobre la protesta en otros países.

Por último, no fue uniforme en su esencia, de forma que la propia organización del movimiento adoptaba dicha pluralidad y diversidad, al estar formada la Contracultura por muchos sub-movimientos, con particularidades dependiendo de cada país[2].

Sin embargo, pese a toda esta mutabilidad, multiplicidad, diversidad y riqueza por la que apostaba el movimiento contracultural, podemos encontrar unos rasgos comunes. Los jóvenes contraculturales de los distintos países y sub-movimientos se rebelaron ante toda forma de represión y autoritarismo en los distintos aspectos de sus vidas, lo que incluyó un rechazo a la política convencional, al margen del sistema político en el que se hallasen (bien fuera democracias, regímenes comunistas, dictaduras…).

Por ello un segundo rasgo común sería el gran «gap» o choque generacional que se produjo entre las generaciones adultas y los provocativos y rompedores nuevos estilos de vida.

Vinculado al anterior, un tercer rasgo común sería el hecho de que, en todos estos países y regímenes políticos tan variados, se produjo una radical reacción del Sistema (político, industrial, militar) dirigida a desactivar estos movimientos a través de distintas estrategias: demonización y banalización por parte de los medios de comunicación, absorción de los estilos de vida contraculturales por parte de la sociedad de consumo a la que se enfrentaban; brutal represión de los poderes públicos…

Otro elemento coincidente sería el relevante papel que adquirieron los intelectuales y artistas en la protesta, así como las Universidades, que se convirtieron en el principal «escenario de batalla». Por último, hallaríamos algunos elementos movilizadores y aglutinadores comunes como sería ese «gran rechazo» juvenil al «Sistema» y a la «sociedad oficial y adulta», así como a la guerra de Vietnam.

La herencia de la Contracultura

A medida que se acercaba la década de los 80, la Contracultura entró en una etapa de decadencia que le llevó a acabar reprimida y «devorada» por el » Sistema» al que se enfrentaba. El «fin del sueño» llevó a algunos jóvenes a caer en la lucha armada o auto-marginarse en comunas rurales; la libertad sexual se comercializó en pornografía y fue rematada por el SIDA; del experimento comunal se aprovecharon muchas sectas destructivas; la búsqueda espiritual inicial degeneró en drogas duras. La Contracultura , en definitiva, se convirtió en una moda e incluso – sin pretenderlo- contribuyó a fortalecer la sociedad de consumo a la que se enfrentaba, generando un nuevo tipo de consumo «cool» y «rebelde» (en la música, nuevas tecnologías, moda, viajes…), así como nuevas formas más atractivas de marketing y publicidad, gracias a la creatividad de una generación joven de «publicistas bohemios».

No obstante, si bien no consiguió el cambio social radical e instantáneo al que aspiraban estos jóvenes ( «we want it all and we want it now!»), no es cierto que » pasase» dejando inalterada la realidad, sino que su huella e influencia posterior es más profunda de lo que pudiera parecer a primera vista.

De hecho, en mis libros sobre el tema analizo como el impacto de los movimientos e ideas contraculturales tiene mucho más que ver con su legado posterior que con los logros alcanzados durante su vigencia. En su período de vida, ciertamente, la Contracultura logró algunos hechos destacables como el fin de la Guerra de Vietnam y varios cambios legislativos en ámbitos como las libertades y derechos civiles, el respeto a las minorías, la Educación o la Psiquiatría. Pero en muchos países, la represión y el enfrentamiento social producido acabó derivando en gobiernos conservadores o autoritarios que se postularon como «salvadores» dispuestos a restablecer «la ley y el orden» y acabar con el caos generado por las protestas contraculturales. Y el fin definitivo del movimiento se produjo con la revolución neoconservadora liderada por Thatcher y Reagan, que pretendía un retorno a los viejos valores frente al bohemismo contracultural, pero a la vez aprovechaba su crítica antiautoritaria y antiburocrática para legitimar sus políticas de desmantelamiento de los sistemas públicos del bienestar.

Sin embargo, si miramos a más largo plazo, hallaremos un amplio legado contracultural y su influencia en muchos ámbitos y aspectos cotidianos de nuestra realidad actual. Para empezar, su principal legado ha sido el cambio en los valores y estilos de vida, acabando con muchos tabúes y convencionalismos. También influyó en aspectos tan actuales como el ecologismo, nuevo feminismo, pacifismo, extensión de los derechos civiles, cooperativismo y economía social, redes de intercambio y consumo colaborativo, las filosofías orientales, una ciudadanía más crítica y una gestión más participativa en las políticas públicas, el boom de las nuevas tecnologías… por poner algunos ejemplos.

Sin olvidar muchos aspectos cotidianos tan presentes en nuestras vidas que tienen su germen en aquellos movimientos juveniles, sin que seamos conscientes de ello, como serían: las clases de yoga, los mercadillos artesanales y herboristerías, las bicicletas municipales, los festivales, raves y discotecas; los albergues y centros juveniles, las guías de viaje, los centros de día y los de planificación familiar, las casas de acogida a mujeres maltratadas, el reciclaje y comida ecológica, el teatro callejero…y hasta el ordenador personal con su ratón, internet y las redes sociales…

Por último, apuntar que la Contracultura influyó y marcó las vidas de quienes la protagonizaron. Me refiero a aquella generación de jóvenes y soñadores activistas, quienes, en ocasiones -como en el mito de Prometeo o la rebelión de Espartaco- pagaron caro su atrevimiento en favor de unos loables ideales. Su propuesta de «cambiar al ser humano para cambiar el mundo», sigue aún pendiente, pero es de agradecer su papel de modernos exploradores que nos han dejado algunos mapas e indicaciones de caminos más certeros y otros más erróneos, para que las nuevas generaciones puedan seguir buscando.

Luis Ruiz Aja es sociólogo experto en Juventud y movimientos juveniles, autor de varios libros relacionados con el contenido de este artículo, como: «La Contracultura: ¿qué fue, qué queda?» (ed. Mandala); «El descontento social y la Generación IN» ( sobre el movimiento 15M); y su ´ultima obra:»Rebeliones Juveniles» (ambos en  editorial Popular).

[1] En mi libro Rebeliones Juveniles realizo un repaso desde los cínicos de la antigua Grecia hasta los beatniks de los años 50 pasando por los goliardos, juglares y trovadores del medievo,;los grupos espirituales herodoxos como los cuáqueros, sufíes, cátaros o diggers; otros grupos libertarios como los románticos, socialistas utópicos, anarquistas y transcendentalistas; hasta llegar a las vanguardias más cercanas:Dadaísmo y Surrealismo, Monte Veritá, Situacionismo…
[2] Hippismo, activismo estudiantil, luchas por los derechos civiles, movimiento gay, pro-minorías étnicas, feminista, movimientos alternativos, comunales, artísticos, anti-psiquiatría, psicodelia…

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