«El Cabildo ya no es un barrio, es una calle de paso para la Calle Alta o para la Plaza de las Estaciones»

Este domingo se cumplen 17 años del derrumbe en la Cuesta del Hospital, en el que fallecieron tres personas. Lucía Gómez-Colmenero perdió a su madre, a un hermano y a un amigo. Lo sucedido en octubre en la explosión en La Albericia reconoce que le "impactó mucho"
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Lo que ocurrió en la Cuesta del Hospital de Santander el 8 de diciembre de 2007 es otra de esas historias que reflejan cómo funciona el urbanismo en la ciudad de Santander. Tres personas fallecieron aquel día cuando se vino abajo el edificio del número 14 de esa calle, a pocos centenares de metros del Ayuntamiento.

Lucía Gómez-Colmenero perdió a su madre, a un hermano y a un amigo de la familia en ese suceso. Pero no supuso un punto de inflexión. Los esfuerzos vecinales por cambiar las cosas y rehabilitar ese barrio céntrico de la capital no fructificaron. Ella incluso llegó a pensar que la pérdida de esas tres vidas tendría como efecto «cambiar la situación del barrio», según comenta en una entrevista concedida a EL FARADIO.

Cuenta que «se mantiene el recuerdo muy vivo» pese a que han pasado ya 17 años. Las secuelas psicológicas siguen muy presentes, y se encienden cuando ve que ocurre una desgracia, aunque no tenga relación con la que sufrió ella. Por ejemplo, la explosión del pasado octubre en La Albericia, en la que también perdieron la vida tres personas.

Recordando que «en Santander nos conocemos todos», Lucía cuenta que se ha podido poner en contacto con familiares de los afectados por este nuevo desgraciado suceso. Y ve que otra vez es una desgracia que sucede en un edificio antiguo y que «todo lo deteriorado se deteriora todavía más».

También incide en que no sólo hay que lamentar lo trágico de las personas fallecidas, que es lo peor de todo, sino también las vidas que se pierden cuando un edificio se viene abajo, en forma de objetos personales y recuerdos que quedan bajo los escombros y que no se pueden recuperar.

En el caso de la Cuesta del Hospital, el derribo de un edificio acabó causando que cayera el de al lado. Los vecinos reclamaron a la Policía y al Ayuntamiento, pero desde el Consistorio les dijeron que todo estaba bien y no había nada que temer. Por eso Lucía señala la negligencia de quienes hicieron esa obra de demolición y de las administraciones que dejaron hacer, con una licencia de obra menor, y no supieron ver lo que finalmente sucedió.

«En teoría Santander es una ciudad inteligente, pero no sé quién es el inteligente que lo puede decir», dice Lucía, testiga de la degradación de un barrio que est´frente al Ayuntamiento y que alberga los juzgados y el Parlamento de Cantabria. «El centro está derruido», lamenta.

Tras el derrumbe, sí que hubo actividad, «se presentaron proyectos, se hicieron catas en todas las manzanas, hubo muchas reuniones, se abrió una oficina que se llamó Recuperación del Cabildo» incluso. Fue el momento de las buenas palabras y de que pareciera que las cosas iban a mejorar, pero la realidad es que el tiempo pasa y las mejoras no llegan.

Recuerda Lucía que se planteó al Ayuntamiento que hubiese una modificación puntual del Plan General de Ordenación Urbana para ayudar a la rehabilitación del barrio, pero no se llevó a cabo. Sin embargo, esa suerte sí la tuvo el Centro Botín, que necesitó de modificación puntual para ser levantado. «Te preguntas si es que los del Cabildo valemos menos».

Lucía cree que debería haber «un plan social para el Cabildo», una zona muy antigua, pero que considera que «ya no es un barrio, es una calle de paso para la Calle Alta o para la Plaza de las Estaciones».

Los vecinos formaron una asociación del Cabildo, preocupada de que se estudiara el estado de los edificios y que tuvo conexión con otras asociaciones vecinales, pero reconoce que esa labor tiene «mucho desgaste», sobre todo cuando escuchas buenas palabras que después no se traducen en hechos. «La gente se va desengañando y se cansa».

El Cabildo es el barrio de los solares. Los agujeros que se han ido formando. Donde había viviendas y personas habitándolas, y ya quedan menos. Y  en vez de unirse las administraciones para garantizar que las familias pueden seguir teniendo una vivienda digna, se deja languidecer una zona céntrica. Lucía no pide que se le regale una vivienda a nadie, pero las instituciones sí que pueden favorecer las condiciones para abrir esa posibilidad. «Sólo queda un edificio al lado» de lo que era el número 14, y ya «queda poca gente de nuestra época», refleja Lucía.

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