Circo que pone los pelos de punta, teatro con grandes actores coleccionistas y dos pianos bailando caracolas… ¡¡¡Qué semana!!!
La colección – Teatro – Sala Pereda – 10-11 de enero
Cuando el guion de una obra dice de sí misma que “la colección es un cuento”, acierta. Pero no en el sentido de narrar una historia, sino en el de ser un invento, un infundio, una farsa con actores. La obra de Juan Mayorga, reputado académico de la Lengua, es lo que se conoce como un Macguffin, un acontecimiento que es necesario para la trama y la motivación de los personajes, pero insignificante, sin importancia, irrelevante en sí mismo. Se revela en el primer acto y luego disminuye en importancia; reaparece, va y viene, para ser olvidado al final de la historia. La colección -teatro presentado el pasado fin de semana, sala doblemente llena- es todo un ejercicio de hablar sobre algo que no se ve, que se fantasea, que se lleva al campo filosófico reflexionando sobre la misteriosa relación entre las personas y los objetos. ¿Para qué, si todo es un Macguffin y esa colección no existe?
El argumento gira en torno a un matrimonio que al final de sus vidas decide que su magna colección (¿de momentos? ¿de recuerdos? ¿de engaños literarios?) tenga un heredero/a que la haga sobrevivir. No parece que lo logren porque todo es una quimera en la que aparecen las sombras de la caverna y el ring de los perdedores.
No importa lo que ocurre, sino lo que nos imaginamos. Entelequia pura adornada de filosofía, con un discurso final que hace pedazos las capas de cebolla que el autor ha ido tejiendo con sabiduría. Menos mal que los actores sostienen con sus gestos y presencia unos diálogos pretenciosos, escritos para hacer titulares: “Vivir es una idea”, “Hay que hacer justicia a las cosas”, “La colección contiene todo lo que eres y todo lo que no eres”. Grande José Sacristán y grande Ana Marzoa, una pareja escénica que funciona y hace creíbles historias personales de un matrimonio con el paso del tiempo. Verlos es disfrutar, algo que una noche llena de toses desmedidas estropeó, haciendo parar varias veces su texto a Sacristán para esperar la calma. Fue una noche con una colección -real- de toses: Santander 10125 (caja nueva de coleccionista).
Ambulant – Circo – Sala Argenta – 11 de enero
El espacio que la nueva programación del Palacio de Festivales está dedicando a los niños/as y sus familias es de lo mejor del panorama español: escaso, pero con excelente calidad. El multipremiado espectáculo de circo “sin texto” Ambulant -deambulante de plaza en plaza como su nombre indica- fue el mejor cierre a un ciclo navideño lleno de llenos (relleno total).
Escenario vacío. Se oyen grillos insistentes de fondo. Unas sombras van apareciendo hasta hacerse visibles y entendibles: un circo está llegando a un lugar desplegando sus carromatos, maletas, baúles y luces. Empieza la función. Ocho artistas van ensayando sus números mientras dos músicos -batería y clarinete- tocan en directo (sobre bases de música pregrabada con entrañables sones de acordeón). Sobre la barra de equilibrios Amanda Wilson, especialista de ‘suspensión capilar’, sobrecoge colgada de su largo pelo en giros interminables. Luego llegan acróbatas, malabaristas, equilibrios y portes, barra fija, diábolo, yo-yo, báscula coreana (sí, existe e impresiona) y un tierno payaso siempre con su perro y un cartel anunciador. Un despliegue circense que hace que ochenta minutos sean una delicia llena de sorpresas y sonrisas. Circo cercano, moderno y antiguo a la vez, especial y entretenido. Un acierto de La Fam Produccions y de ese inquieto director -Adrian Schvartzstein, porteño universal-, exitoso desde Irlanda a Camerún, ahora también en Santander. Magnifica compañía (¡queremos más!).
Equilibrio entre Vanguardia y Tradición – Sala Pereda – 9 de enero
“La Montaña es un jardín, las montañesas las flores y el que quiera ser feliz busque en La Montaña amores”, canción popular de la cornisa cantábrica que el compositor Miguel Ángel Samperio (1936-2000) convirtió en una pieza para piano, para dos pianos, que fue uno de los momentos centrales de un concierto de obras bailables de compositores del siglo XX que gustaban de las danzas de su tierra.
Cantada a capella por la pianista Asunción Arenal fue la mejor introducción para explicar la creatividad vanguardista del compositor y pedagogo santanderino del que se cumplen 25 años de su fallecimiento. Un primer gran homenaje que el Palacio de Festivales diseñó de la mano de Esteban Sanz Vélez, ahora apartado de sus labores artísticas de programador por extrañas circunstancias (se ruega que nos lo expliquen a los amantes de la música, el teatro, la cultura y el futuro artístico de Cantabria). Desde el escenario, el pianista Ernesto Garrido Labrada reivindicó su figura y su empuje a los músicos de la región. Asunción y Ernesto son profesores en el Conservatorio de Torrelavega.
Fue un concierto que respondió a la intención de “equilibrio”, con piezas con mucha alegría dentro que las caras de los dos pianistas reflejaban. Difícil fue la Tarantella para dos pianos op. 97b de Shostakovich (1906-1975), pero su vitalidad entusiasmó a intérpretes y oyentes. Fue el bis elegido tras entrañables obras “entre la vanguardia y la tradición” de Samperio, cinco piezas breves y tres danzas cántabras, y tres danzas checas de Martinu (1890-1959). Hubo otra delicia de Shostakovich –Concertino en la menor 0p. 94– que puso a prueba a dos pianistas sólidos y con ganas de trasmitir lo mejor de sí mismos y de la música del siglo XX a dos pianos. Samperio empieza a reivindicarse y a cumplirse su deseo: “Hoy hay que llegar al gran público”.