A la tragicomedia por lo grotesco

Crítica de 'La visita de la vieja dama', de Methanoia Teatro, dirigida por Blanca del Barrio
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Los tiempos han ido cambiando y la condición humana se ha ido adaptado a los cambios, sin dejar de ser la misma. La historia del arte, en general, es la de esa adaptación a las novedades que depara el devenir del tiempo. Y el teatro, en particular, se erige en la expresión más acabada de cómo la condición humana no ha cambiado y ha atravesado todos los cambios tal cual. Mostrar esa persistencia es una de las funciones principales del teatro, la de ponernos frente a nosotros mismos en nuestro tiempo, aunque nos esté hablando de otros tiempos y de otros seres humanos, sobre todo en su dimensión de teatro social, sea cual sea la estética dramática que adopte.

Es el caso de la obra “La visita de la vieja dama”, del dramaturgo, novelista y artista plástico suizo Friedrich Dürrenmatt, que la Cía. Methanoia Teatro puso en escena, dirigida por Blanca del Barrio, en la Sala de la Filmoteca de Cantabria Mario Camus, el pasado día 17 de enero.

Con un cuerpo de actores lo suficientemente numeroso, como para considerarlo un lujo en los tiempos que corren, después de la pandemia, y aún de antes, Methanoia Teatro ofrece un espectáculo, para el que Blanca del Barrio ha respetado la estética que el autor había declarado preferir, la estética de lo grotesco, con tintes góticos, y sin reparos en la exageración, como mejor forma de que lo de comedia y de trágico concurren en las realidades personal y social se compadezcan lo uno con lo otro, y que el espectador tome conciencia de que las biografías y la  historia de la humanidad es una tragicomedia, en la que la tragedia y la comedia se suceden, cuando no se simultanean, y deviene farsa.

Eso es “La visita de la vieja dama”, una tragicomedia, que a ratos induce a la risa, cuando menos a la sonrisa, para dar lugar, en otros ratos, al gesto grave por lo que se dice y ocurre en escena, y que en realidad tiene poca gracia.

Para lo uno y lo otro, la directora, desde el arranque efectista del sonido real y la humareda de la llegada del tren, en el que llega la “dama”, ha dispuesto un trabajo actoral que, aun individualizados los personajes, tiene más que un algo de coral, entonando, a modo de salmodias cantarinas, la miseria, los sueños, la menesterosidad, pero también el cinismo, la hipocresía, la codicia de la población de una localidad sumida en el abismo de las necesidades más elementales, no satisfechas, del que un día salió la “dama”, que aún no lo era, víctima de una ofensa, y que ahora regresa, enriquecida, para reclamar venganza, bajo la apariencia de una justicia que, como todo, se puede comprar, porque está dispuesta a venderse, después de unas tímidas reticencias de sus administradores. Miremos alrededor…

En un escenario decorado con a modo de troncos móviles, dispuestos para cumplir varios cometidos escénicos, los intérpretes, tanto en sus actuaciones individuales, envueltos en unos ropajes estrafalarios, pero indicativos de su ‘papel como en su trabajo coral, mantienen unos no tan fáciles regularidad y equilibrio interpretativo, tanto en el decir cantarín, como en la gestualidad bailarina, sin moverse del sitio, subrayando el efecto grotesco buscado. Son ellos, claro, los que, adecuadamente dirigidos, contribuyen muy eficazmente a que la tragedia transite por los atajos de la comedia.

¿Y la “dama”?, desecho humano, físico y moral, de fachada aparente, podrido de una riqueza advenida al margen de la moralidad, con ansias de venganza, largamente cocinada , embutido en un elegante vestido, contrapunto de los harapos pretenciosos de sus despreciados, y despreciables, conciudadanos, cuyas intenciones criminales son delatadas por unos zapatos amarillos nuevos, que todos, menos uno,  han comprado y los lucen.

En cualquier caso, una sorpresa sujeta a interpretación -la de cada quien-, la de la “dama”, que en sus declaraciones publicadas, Blanca del Barrio ha obviado, cuando dio las claves de la obra, y que yo no voy a desvelar aquí, por más que ya la hayan podido difundir todos y cada uno de los espectadores, que llenaron la sala y prodigaron prolongados aplausos merecidos.

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