
Marineros, cazadores y cortesanos paseando por Santander con un tal Vivaldi y una reina de Ponto. Gozo de ópera y emociones con teatro de gestos junto al mar
Arsilda – La Cetra Barockorchester Basel – Palacio de Festivales – 4 de febrero
En octubre de 1716 Vivaldi estrenó en el modesto teatro Sant’Angelo veneciano su tercera ópera: ‘Arsilda, regina di Ponto’ (RV 700). Cuentan las enciclopedias que su gestación fue larga y llena de dificultades salidas del libreto de Domenico Dalli, plagado de confusiones y cambios entre los personajes. El talento de Vivaldi (1678-1841), también empresario, superó las trabas del censor de la ciudad-república de Venecia que bloqueó la representación: Arsilda se enamora de otra mujer -Lisea- que se hace pasar por un hombre, algo muy adelantado para los gustos y morales de la época. Pero, un año más tarde, fue aceptado el enredado guion y la ópera triunfó. Tres siglos más tarde ‘Arsilda’, su corte de cantantes y La Cetra -orquesta suiza de prestigio- triunfaron en Santander, en un estreno que superó en calidad acústica y vocal al tenido dos días antes en el Auditorio Nacional.
La historia se desarrolla en el mítico reino de Ponto y gira en torno a la reina Arsilda y una serie de intrigas políticas, amorosas y de identidad. La trama es muy complicada, con disfraces, personajes que se hacen pasar por otros y secretos que se revelan a lo largo de la ópera en medio de los numerosos enredos que se desencadenan. Tantos que ya no se sabe quien es cilicio, corso, bitinio o pontico, lio de reinos y amoríos causado por los descendientes de Alejandro Magno (ausente en la obra). Esta termina con un matrimonio doble, da igual entre quienes a las alturas finales del concierto: la contralto con el tenor y la mezzo con el contratenor. Un detalle muy positivo para la sala: se pudo leer los textos de recitativos y arias traducidos del italiano del settecento en un gran panel superior.
Una ópera de Vivaldi siempre es una oportunidad para conocer la música del compositor veneciano más conocido, joven todavía cuando compuso ‘Arsilda’. Una ópera que en versión concierto se disfruta cada minuto de los 155 que duró la interpretación de La Cetra, con una orquesta de veinte instrumentistas brillantes en la cuerda y en sus instrumentos de época (tiorbas y trompas). Andrea Marcon es un especialista que sabe dirigir orquesta y voces de forma efectiva y afectiva. Un excelente clavecinista -Andrea Bucarella- ayudaba en los importantes recitativos. Los cantantes lucieron desigualmente destacando la británica Beth Taylor (Lisea), un papel para mezzosoprano que ella llenó con mucha pasión, buenas dotes interpretativas y una teatralidad que se echó en falta en sus compañeros. Un aria en especial –Se un cor sofrir sapra– mostró su poderosa y bien timbrada voz. Un ameno apunte final: los siete cantantes hicieron juntos tres momentos corales que se saborearon con antelación viendo sus figuras como marineros, cazadores y cortesanos. También hubo muchos pájaros en ‘Arsilda’, pero esa es otra historia que Vivaldi continuó en otras estaciones y conciertos.
Forever – Kulunka Teatro – Sala Pereda – 7 y 8 de febrero
En un lugar del País Vasco -Hernani- surgió en 2010 un grupo de entusiastas del teatro y los columpios que se balancean (Kulunka en euskera) que comenzaron a madurar la idea de ir y venir por los espacios escénicos con montajes diferentes, usando máscaras para representar personas. Su última producción -‘Forever’ (ese ‘siempre’ o ‘para siempre’ de los anglosajones, ‘siempre lo mismo’ o ‘siempre igual’ para los poco sajones o anglos)- se adentra en muchos temas actuales centrados todos en una familia desde sus amorosos comienzos a finales desoladores. Una evolución que se ve a través de casi ¡70! cambios de escenario en una gran plataforma giratoria con tres ambientes diferenciados. Quizás es la moraleja oculta: la vida da muchas vueltas.
Tres actores protagonistas -Garbiñe Insausti, José Dault y Edu Cárcamo- sostienen unos personajes cuya expresividad depende de la máscara que llevan puesta. Garbiñe es la creadora de las máscaras, autora también con sus compañeros y el director Iñaki Rikarte de ese guion de gestos y situaciones trascendentales.
Primera escena: sobre el escenario aparece una mujer tirada en el suelo de una habitación. ¿Qué ha pasado? Punto de partida retrospectivo de una vida que se va asomando en cada vuelta de una plataforma implacable. En cada giro se pasa de una habitación a otra, de un salón de una casa movediza al cuarto de un hijo al que se le ve crecer desde bebé a una espinosa adolescencia. Las ilusiones familiares del comienzo pronto son problemas cotidianos primero y conflictos irresolubles después. Aparece el dolor, la incomprensión, la discapacidad, el bullying, incomunicaciones humanas, separaciones y la crueldad: “Eder muérete”, pintada a la puerta de la casa giratoria.
Una historia que conecta con el público que reconoce algo familiar y muy habitual en esta sociedad, primero con sonrisas, luego son asombros y finalmente con tristezas. La obra produce un sinsabor final: maravillosamente actuada, reflejo de lo que pasa hoy con amable crudeza, máscaras muy vivas, escenografía aparatosa y deslumbrante, penas sin solución. Ya lo dijo el tango: “Al mundo nada le importa, Yira, Yira”. ‘Forever’ emociona, ‘Forever’ yira.