Candy Crush: el juego de la política española
No nos vamos a detener en que Celia Villalobos utiliza la Tablet que le pagamos todos los españoles para que termine jugando con el aparatito durante el Debate sobre el Estado de la Nación. Ese no es el argumento, eso es perderse en la anécdota; también les pagamos un sueldo para defender el interés general y, como dijo Zaplana, han venido para forrarse. Ellos.
Lo que nos tiene que preocupar es la adicción de la señora Villalobos al Candy Crush y buscar soluciones. Tenemos que ir a la raíz del problema.
Agradezco a mis amigos la explicación sobre el juego que más veces he rechazado en las redes sociales (hasta el mismísimo Ohio de recibir invitaciones). No os penséis, que mis amigos también ven series suecodanesas como El Puente. Igual también lo hace Celia, entre partidita y partidita, un capítulo de Scandal. Y por eso sabe que Olivia Pope en España se hubiera suicidado.
¿Y cómo es el Candy Crush? Bueno pues lo primero que se encuentra Celia Villalobos al abrir la aplicación de su Tablet es una pantalla llena de caramelos de diferentes tipos y colores. Como el Congreso de los Diputados, piensa ella, que hay rojos y azules, verdes y magentas.
El objetivo es juntar caramelos, acumular, que a Celia Villalobos siempre se le ha dado bien. Siendo alcaldesa de Málaga, el siglo pasado, tuvo que admitir que había sido un error mantenerse en las empresas públicas siendo además diputada.
Cuando los agrupas, resulta que la pantalla se vacía y ganas puntos. Algo parecido a cuando se gana tanto dinero que se pregunta por Suiza y Andorra, y a la hora de figurar en estúpidos portales de transparencia sale que no se llega a fin de mes, como Gallardón.
Y lo que ha pasado es que has juntado a los rojos con los rojos, los de Sánchez con los de Díaz. Y a los verdes con los verdes, los de Cayo con los del pobre Garzón. Todo para, al final, desaparecer.
Mágico. Hay que entenderlo, le tiene que dar mucho gustito, a Celia, ver cómo se esfuman los colores que no son los suyos. Como aquella partida que se jugó en 2011, que sólo quedaron caramelos azules.
El dilema viene con los azules, que los hay de distintas formas y tamaños. Como en la misma calle Génova, piensa Celia Villalobos. Con sus liberales y nostálgicos, moderados y reaccionarios antiabortistas. A estos últimos, que son cuatro o cinco, los junta los primeros y también desaparecen. Ya le gustaría a ella que la política fuera tan sencilla como el Candy Crush.
Pero la cosa se complica, porque en la siguiente pantalla aparecen nuevos colores. Va a ser que tienen razón las encuestas, y que este era el último debate del bipartidismo, reflexiona.
En la siguiente pantalla no sólo hay rojos, verdes, azules y magentas; en la próxima fase hay también morados y naranjas. Más difícil que un discurso de Rita Barberá en valenciano.
Nadie lo vio, ni siquiera Antonio Maestre, pero Celia le mandó un whatsapp a Rajoy para advertirle de los retos del futuro para el PP. Fue un mensaje escueto: “Junta a los naranjas y a los morados, que también desaparecen y sumamos más puntos”.
Y así fue como el líder del PP metió a Ciudadanos y a Pablo Iglesias en el Debate sobre el Estado de la Nación, que hasta ese momento estaba más sobrevalorado que Gareth Bale.
Ahí se empezó a hablar del rescate con el que hemos financiado el fichaje de Cristiano Ronaldo (bueno, de esto no) y de las propuestas económicas del gurú de Albert Rivera.
Y todos pudimos concluir que la inyección pública en la cuenta de Florentino Pérez por el Castor la aprobó el PSOE y la certificó el PP.
Sólo entonces Rajoy buscó las dos debilidades de Pedro Sánchez, externa e interna: Pablo Iglesias y Susana Díaz.
Sólo entonces Pedro Sánchez reaccionó a los estímulos y pronunció una frase para la historia: “Yo soy un político limpio; usted y el PP están ligados para siempre a Bárcenas”.
Y sólo entonces se insultaron, sinvergüenzas y patéticos, para acercarse un poco más a la opinión pública que predomina sobre ellos.
Para que luego digan que el Candy Crush es la anécdota. No, el Candy Crush es el juego de la política española. O en realidad es el juego de la calle que llega al Parlamento. Un juego que consiste en acumular caramelos, sumar puntos y ganar experiencia, para pasar niveles abusando de los colores de los partidos, hasta que terminan por desaparecer de nuestras pantallas.
Santander de Toda la Vida
¿No os da vergüenza escribir esto?