Calabazas de ida y vuelta
En los barcos que los emigrantes irlandeses llevaron al Nuevo Mundo, a Estados Unidos, iban unas calabazas, porque con ellos viajaban también sus tradiciones de origen celta.
En el constante viaje que es la globalización, las calabazas hacen un viaje de vuelta desde Estados Unidos a Cantabria, donde Halloween ya tiene una alta implantación en las próximas generaciones, como sabe todo aquel que tiene hijos o sobrinos.
Así que en una extraña paradoja espacial y temporal, los niños que preparan sus disfraces para celebrar este fin de semana Halloween están, sin saberlo, reviviendo una vieja tradición cántabra, el Samuin.
Y no tan vieja, como confirmó Diego San Gabriel cuando encargó a sus alumnos en el instituto Zapatón de Torrelavega, en el 90% de los casos sus padres y abuelos habían tallado calabazas con velas dentro por estas fechas.
Según explicaba en Buenas Tardes Cantabria este joven estudioso del patrimonio cántabro, el calendario celta tenía dos grandes fechas: el Samhain (de donde deriva el nombre Samuin), una conmemoración del fin del verano, y los primeros días de mayo, en los que se festejaba su inicio.
Para el final del verano, había ritos celtas que llegaron a Cantabria y que fueron absorbidos (como tantos otros) por el cristianismo.
Y así, nos encontramos casos de disfraces, sin la petición truco o trato, pero si la más propia de comunidades rurales de pedir el aguinaldo.
Y se tallaban calabazas, o nabos, usando las panojas como pelo, y haciendo agujeros dentro en los que se metían velas para asustar, dentro de esa simbología celta en la que se consideraba que en esa noche las puertas entre la vida y la muerte quedaban abiertas.
Diego San Gabriel considera que la implantación de Halloween supone una “grandísima oportunidad para reflexionar” sobre uno de los tópicos que justifica la desaparición de las tradiciones por “aburridas”.
Porque en este caso, lo que ha sucedido es que “lo nuestro se abandona por paleto y aldeano”, y se acaba abrazando por “mercadotecnia” al proceder de la imponente maquinaria cultural estadounidense.
No obstante, también llama la atención sobre una diferencia entre ambas tradiciones, el Samuin y Hallowen, aparentemente iguales: si Halloween tiene un componente más festivo y comercial, las tradiciones populares como el Samuin son más comunitarias, basadas en el apoyo mutuo y en la reunión de las comunidades en torno, por ejemplo, a las magostas (ya que las fechas coinciden con la época de la recogida de nueces o manzanas)
OTRAS TRADICIONES
No es la única tradición por estas fechas: el costumbrista comillano Domingo Cuevas habla de cómo en la festividad de los difuntos se visitaba las tumbas y se les llevaba comida.
También están documentados relatos sobre la huértiga, una versión cántabra de la gallega Santa Compaña, cuyo fin era ayudar al paso entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
Se la reconocía por las túnicas, a modo de fantasmas, y por el ruido de cacareos y relinchidos, que eran imitados en los caminos cuando se quería meter miedo esos días por la noche, ya que la tradición fue evolucionando hacia las bromas y el susto.
Y el estudioso Chuchi García Preciados recoge cuentos sobre los cruces de caminos en los que se dejaban pañuelos con rosquillas, una especia de “tentación” que era castigada si se caía en ella. Y sonaban letanías: “cuando estábamos vivos, comíamos estos higos, y ahora muertos, comemos por estos huertos”.