La ciudad escondida
Y bajo el asfalto crecen flores muertas, porque no cotizan en bolsa…
“Art. 47 de la Constitución Española:
Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la ESPECULACIÓN. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos.”
Y sobre el asfalto se borran tus huellas, porque a nadie importa.
Y en el espacio que queda, entre la piel y el asfalto, “la ciudad escondida” late, a duras penas, moribunda, como periferia de una modernidad depredadora. Una modernidad en la que los espacios se construyen mediante planes de ordenación urbana, con escuadra, cartabón y cheque al portador. Y sin alma.
Modelos de ciudad en la pasarela de la especulación. Modelos de ciudad fabricados en la trastienda de una casita de muñecas. Maquetas a escala que decoran despachos a los que solo puedes acceder utilizando “puertas giratorias”.
En su pequeño tablero de Monopoly, niños malcriados y egoístas, juegan a ser adultos con billetes de verdad, con esperanzas de verdad, con vidas de verdad. Pero por las puertas giratorias no se entra en la ciudad escondida. Están hechas para no verla, para que no importe, para que solo sea una forma de dar y dar vueltas al carrusel de la indiferencia, de la corrupción, del nepotismo, en un juego donde siempre pierden los mismos, donde ganan los de siempre. Donde el “banco” no da descanso, solo notificaciones de desahucio. Y tiene tantas sucursales como cartones convertidos en hogares para gente “sin hogar”.
La ciudad escondida no es una ciudad ni demasiado nueva, ni demasiado vieja, ni demasiado bonita, ni demasiado fea, ni demasiado perfecta, ni demasiado caótica, ni demasiado limpia, ni demasiado sucia. Es una ciudad viva, una ciudad con memoria. Una ciudad transitada por los pasos de quienes creyeron que la mejor manera de avanzar era echar raíces. De quienes creen que vivir es también convivir, que saludarse es conocerse y que conocerse es el primer paso para intentar construir proyectos en común. Por la ciudad escondida caminan Amparos, sin viales porque ya no respiran, que solo piden un poco de tierra para sus flores. Solo un poco más de tierra para sus flores…y RESPIRAR.
Son los mismos pasos cansados/ de dormirse bajo los párpados/ de soñadores: -solo un poco de tierra para mis flores– pedía Amparo como grito de auxilio para que la dejaran vivir y morir en paz. Pero sobre el cemento solo crecen flores de plástico. Flores perfectas, de una perfección asfixiante, flores plantadas en viales sin respiración asistida. Donde te falta el oxígeno hasta morir. Amparo fue la primera víctima del proceso urbanístico expansivo que contempla el PGOU de Santander. La casa de Amparo forma parte de esa memoria viva de quienes habitan la ciudad escondida.
LA CIUDAD ESCONDIDA
En el callejero de la ciudad escondida la c/ General Dávila no se llama así, sino Paseo del Alta, como se conocía a esta calle antes de la guerra. Porque los lugares son memoria viva de quienes “fueron”. Porque cada lugar muestra aquella parte de la que se siente orgulloso quien lo habita. Quien quiere “Ser”.
En la ciudad escondida los vecinos del Pilón mantienen cada una de sus viviendas, porque el interés general es cada una de esas familias. Porque el interés general se mide mediante el recuento de sus voces, de sus historias, de la experiencia y la memoria de quienes se niegan a ser considerados como un número más. Porque sus vidas, sus recuerdos, no se pueden recalificar, no pueden ser expropiados. Porque el art. 47 debe ser algo más que tinta sobre papel.
Por eso en la ciudad escondida los espacios verdes no son parte de un paisaje artificial, para maniquíes de diseño, en el escaparate de un gran centro comercial hecho de cemento, humo, ladrillo y alquitrán. Los espacios verdes se pisan, se respiran, se cuidan, se protegen, se conservan, se forma parte de ellos. Y también se cultivan, entre otras cosas, para evitar el peligro de degradación urbanística y social, siempre de la mano de la especulación, las puertas giratorias y los tableros de monopoly.
En la ciudad escondida los vecinos del Prado de San Roque y del Río de la Pila, en su mayoría familias trabajadoras, no se ven obligados a formar parte de un extrarradio estigmatizado bajo la etiqueta V.P.O. y pueden caminar por una Bahía en la que el Arte no tiene nombre de sucursal bancaria. Donde defender el patrimonio cultural es algo más que aumentar el patrimonio de unos pocos. Donde invertir en futuro no significa especular con nuestro entorno. Porque NO todo tiene un precio.
Por eso, hay una ciudad escondida en la memoria viva de quienes no se esconden, de quienes alzan la voz, de quienes se rebelan contra aquellos que les quieren vender al peor postor. Y en quienes giran para bailar, y no para cambiar de despacho.
Si puedo elegir, me gustaría vivir en “la ciudad escondida”.
Nota: “La ciudad escondida” es el nombre con el que una vecina del Pilón denominó a la zona conocida tradicionalmente como El Alta, al presentar sus sugerencias al Ayuntamiento, sobre la PGOU que afectaba a esa zona y que fueron desestimadas.