La oveja negra

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Soldado desafía al ejército alemán. (Foto: Husmeandoporlared.com)

Soldado desafía al ejército alemán. (Foto: Husmeandoporlared.com)

“En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada.

Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.

Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.”  (Augusto Monterroso)

Este texto, que da título al artículo, es una de las fábulas que el escritor guatemalteco publicara en 1969, un año después del llamado  “Mayo del 68” francés. Una primavera marchita  en las urnas donde el general de Gaulle arrollaría tras anticipar  elecciones.

Es como si lo que florece en las calles muriera  en los parlamentos, como si es realidad se revelara contra aquellos que se habían rebelado contra ella: “Se realista pide lo imposible” fue uno de sus frases más conocidas que, quizás hoy, aguardan su momento bajo la lengua mordida de un “15M francés”.

«Abajo el realismo socialista. Viva el surrealismo» Se leía en las paredes de la Ópera Concordet.

Décadas después  de ese intento de revolución contracultural, tan diversa y plural como quienes la vivieron, suena el despertador. Sus palabras, quienes las pronunciaron, quienes quisieron que fueran una herramienta para combatir esta tozuda realidad, desafiante cada vez que abres los ojos, (re)aparecen en bocas indignadas que se niegan a ser solo otro “slogan publicitario”. Es como esa frase tan manida de Galeano:

La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.

Como si la misma frase formara parte de la campaña publicitaria de unas zapatillas deportivas, o de un  balneario  al que llegas solo si has pagado el plan de pensiones para la jubilación.  “Residencial Utopía, donde tus sueños se harán realidad”. –No podrá ser La Pereda, porque la cerraron y espera la llegada de unos refugiados atrapados en la alambrada-.

Y, por supuesto, solo logrará alcanzar la Utopía quien tenga dinero para comprársela: “Entonces ¿para qué sirve la utopía?-nos preguntamos, otra vez-, para eso, sirve para COMPRAR”. Y te quedas callado, avergonzado por preguntar una obviedad que ya casi nadie se cuestiona.

Y es en el momento, en el que  un graffiti se convierte en slogan,  cuando el  arte  pierde su capacidad crítica y transformadora.

Por eso, quizás, cada vez sean más las ovejas  negras que se tiñen de rubias –porque así las toman por tontas- en una sociedad tan machista que no ve la homofobia aunque la tenga antes sus narices: “Desabrochen el cerebro tan a menudo como la bragueta»  se podía leer también  en las paredes del Odeón parisino. -Dirigida a quienes han hecho de lo segundo la única forma de pensar y de amar-.

LAS PAREDES QUE HABLAN

Y es que las paredes hablan si las dejan y no las silencian con tachones y desinfectantes olor a pino-muy pocos saben cómo huelen los pinos de verdad-. Las paredes hablan pero no como “viejas chismosas” -otro tópico machista-, sino como garganta rota de quien las despelleja a base de versos. Como espejo de Alicias grafiteras que no necesitan cruzar al otro lado porque deciden romper los cristales de tanta dualidad impuesta.  De quien no necesita firmar pero no renuncia a los derechos de autor, a la responsabilidad de sus actos.

Porque “mis deseos son la realidad”, se leía en las paredes de Nanterre. Porque el deseo no avergüenza, sino que libera de tanto complejo, de tanto Don Juan reprimido. De tanto fascista vestido de normalidad golpeando a un joven, a la salida de un concierto –esta vez en Santander-, tras insultarle aludiendo a  su condición sexual. Como sucedió con la agresión a una pareja en Torrelavega y que un juez ha rechazado considerar como delito de odio pese a que fue precedido de insultos relacionados también con la condición sexual de las víctimas. Como si la identidad fuera  vestida de rosa o azul: “Con su delito de odio y su canesú”. Así se viste la LGTBfobia, en Cantabria o Teherán y eso no hay bandera ni religión que lo disfrace.

Y por eso  las paredes, de una cultura sin techos, se convierten en el último espacio donde el arte efímero puede ser eterno, aunque solo sea ese instante  que permanece en tu retina, para ser inquilino de tu memoria, antes de que el barrendero la borre, de nuevo.  Porque “Un pensamiento que se estanca es un pensamiento que se pudre»  se leía en la Sorbona. Porque abordar la realidad e intentar embotellarla, en nuestra burbuja de cristal particular, lo único que hace es asfixiar a quien dejamos fuera -al otro lado de la valla, de todas las vallas- para morir asfixiados.

Así la oveja negra muere, en el matadero de la Indiferencia, mientras se detiene activistas por los derechos civiles o se maquilla el rostro de nuevos fascismos levantando estatuas al soldado desconocido de la Solidaridad, de la Tolerancia, de los  derechos humanos universales y, como no, de la LIBERTAD, LA IGUALDAD Y LA FRATERNIDAD.

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