Zorrilla, Chami, VRAC y la gran fiesta del Rugby español
Esa sensación de que se te eriza el vello. Es algo difícilmente describible. Te puede ocurrir por una simple caricia, en un momento de excitación o cuando algo te emociona. El domingo, en Valladolid, me pasó a menudo, no en un momento concreto, me ocurrió en varios. Ya sabía que me pasaría, pero eso no evitó que viviera un día muy intenso junto a 26.000 amigos que, de una u otra forma, sienten un interés por el deporte del oval.
En el estadio pucelano había mucha gente que nunca había visto en vivo un partido de rugby. Quizá algunos, ni por televisión. Pero esta ocasión era una fiesta ovalada que mucha gente no quería perderse. De pronto algo distinto había ocurrido. Un movimiento de gente que era como una bola de nieve descendiendo por la ladera de una montaña. Lo que eran tres copos juntos se convirtió, en no muchos días, en la primera vez que un partido entre equipos españoles iba a tomar un estadio de fútbol y además lo iba a llenar hasta la bandera.
El comentario generalizado es que nadie podía ser tan optimista como para pensar que se podía llenar el José Zorrilla. Pero Valladolid ha demostrado que es una ciudad de rugby, la capital española de este deporte.
La idea era estar pronto en el estadio para poder palpar ese ambiente. Así que tocaba madrugón en Madrid para desplazarse hasta la capital castellanoleonesa. Casi 200 km donde la conversación ya era, en buena parte, sobre lo que iba a suceder a las 13:00 de la tarde. Uno de mis acompañantes desconocidos quería ir al partido, pero las entradas volaron tan deprisa que se quedó sin la oportunidad de vivir la fiesta.
La mañana era fresca en Valladolid, pero sobre todo en el estadio. Está apartado de la ciudad, sin nada alrededor, y no muy lejos del río Pisuerga. Obligaba a abrigarse. Ya lucía el sol, pero aún no calentaba a los cientos o miles de aficionados que, casi tres horas antes del partido, ya poblaban los aledaños del estadio.
Y es que la organización había decidido abrir las puertas a las 10:30. Demasiado pronto, sobre todo porque, una vez dentro, ya no se podía salir de nuevo antes del partido para volver a entrar.
Aunque todavía era pronto, algunos ya estaban honrando al rugby tomando su bebida fetiche: la cerveza. Querían aprovechar, pues dentro del campo sólo la venderían sin alcohol. La organización optó por una prudencia entendida como excesiva por los que ya llevan muchos años disfrutando de este juego en los campos.
Emoción palpable desde temprano. Llegué desde Madrid con muchas imágenes previstas, siendo consciente del tamaño de lo que iba a vivir, no en vano ya he vivido partidos especiales y/o emotivos de fútbol o baloncesto otras veces. Pero esto era rugby, iba a ser distinto. Y por eso se me erizaba el vello, por mucho que ya tuviera en mente lo que iba a suceder.
PROTOCOLO DE SEGURIDAD
Ningún problema para recoger la acreditación, pero para entrar había que esperar. El público iba entrando, poco a poco, pero a los periodistas y fotógrafos nos hicieron quedarnos un rato en la calle. Mientras, llegaban los dos equipos al estadio, rodeados de un ambiente que se iba caldeando, sobre todo cuando fue el autobús del VRAC Quesos Entrepinares el que llegaba hasta la puerta.
El protocolo de seguridad era lo que retenía a los acreditados fuera. Y es que venía el Rey Felipe VI al partido, y eso hacía que la cita fuera más especial todavía. Pensábamos que nos harían un control exhaustivo al entrar, pero nada más lejos de la realidad. El DNI para comprobar que estabas en la lista y para dentro.
Nunca había estado en Zorrilla. Tiene la característica de tener en las sillas los colores del Real Valladolid: hay asientos blancos y otros morados. Pero se iba a teñir de blanquinegro y azul todo. Es un estadio distinto a El Sardinero. Más grandes los laterales, más pequeños los fondos. Eso sí, con escaleras incómodas de subir y bajar.
A falta de un par de horas para el partido, ya iba cogiendo color el campo. Aún no estaba a medio llenar, pero no le quedaba mucho. A dos horas del comienzo de la gran final. La explicación es simple: las entradas no estaban numeradas, así que coger un buen sitio requería entrar pronto. Los más rezagados tendrían que conformarse con ver el partido desde un fondo. Y no es lo mismo.
Hacer fotos, lanzar tuits, reencontrarse con algunos conocidos o hablar con desconocidos. El tiempo pasaba despacio hasta ese momento, las 13:00, en que el oval volaría, al fin, sobre Zorrilla. Mientras, los equipos calentaban y a los espectadores nos llegaba un problema, especialmente a los periodistas: el 3G nos dejó tirados. Había tanta gente que se colapsó, y todavía teníamos más de media hora hasta el partido.
ACLAMACIÓN AL REY
Justo antes de que comenzara la gran final, se produjo el hecho que muchos estábamos esperando. Felipe VI salió al palco de autoridades en medio de una atronadora ovación, cánticos de ‘Felipe, Felipe’, mientras él saludaba, seguro sorprendido por tener un recibimiento tan caluroso. Últimamente, en las finales coperas de fútbol, no tiene tanta suerte.
El monarca no era la única celebridad del palco, pero sí la que todo el mundo esperaba. Su presencia ha resultado ser un impulso mediático importante. No sólo se iba a llenar el estadio, sino que la presencia de su majestad provocaría que toda España se enterase de lo que iba a pasar en Valladolid.
Para saber bien lo que sucedió en el partido, es mejor consultar la crónica que hizo Javier Otero. La verdad es que no parecía que el partido fuera muy relevante, hasta que empezó. Y no fue lo mejor del día. Los dos mejores equipos de España protagonizaron un partido comedido, quizá en demasía. Nadie quería ser el que desencadenara un fallo irreversible.
El VRAC no supo meter mano al choque en casi ningún momento, y eso acabó dándole el triunfo a un SilverStorm El Salvador que pareció llegar un poco mejor físicamente y al que le costó menos concentrarse en el objetivo.
Fue curioso ver cómo, nada más darse el pitido inicial, la lluvia arreció con fuerza sobre el estadio y eso provocó algunas estampidas entre el público que no estaba bajo la cubierta. No fue el único momento de lluvia, pero sí el peor. Mientras, en un punto cubierto de la grada mis acompañantes y yo degustábamos tortillas, empanadas, bizcochos, quesadas y pasteles. Casi nada.
Se notaba que mucha gente del público no estaba acostumbrada a un evento de este tipo. No sabían muy bien qué hacer, y por eso no fue un encuentro demasiado ruidoso. Sólo lo fue al final, por la emoción del marcador. Eso sí, en las patadas a palos se logró un silencio que apenas podía molestar alguna voz aislada. Ejemplar.
Cuando concluyó la final, los chamizos fueron los que estallaron de júbilo, pero la ovación cerrada a ambos equipos vino por parte de todo el estadio. El Rey entregaba los trofeos y medallas y de allí no se iba prácticamente nadie.
EL TERCER TIEMPO
Una vez que la ceremonia acabó, la gente salió deprisa hacia el nuevo lugar de la fiesta. A un lado del campo, pero fuera, había una carpa y varios bares, además de un escenario donde habría concierto por la tarde. El tercer tiempo estaba servido.
Si hasta entonces el comportamiento de la gente había sido exquisito, ahí ya lo fue aún más. Dos numerosísimas aficiones compartían un gran espacio y lo hacían con el máximo respeto, sin conatos de incidentes, disfrutando porque a eso habían ido: a disfrutar de la gran fiesta del rugby español.
Los queseros demostraron la deportividad que caracteriza a este deporte. Lejos de estar enfadados y marcharse deprisa a casa, reconocieron la superioridad del rival y le felicitaron por el triunfo. Al máximo rival. Con una cerveza en la mano. El tercer tiempo es la oportunidad de enfriar la cabeza y recuperar la sonrisa, aunque las cosas hayan ido mal en los 80 minutos de juego.
Como es habitual, por esa enorme fan zone fueron pasando jugadores y entrenadores, que tenían un montón de gente con la que charlar, celebrar o animarse. En el fondo, todos habían ganado, y lo habían hecho antes incluso de empezar el partido. Por fin el rugby ha sido grande por un día en este país encerrado en la dicotomía Madrid-Barça (y con el Cholismo dando guerra).
La tarde fue transcurriendo entre cervezas y música. Un grupo local fue desgranando versiones de temas poperos y rockeros de los años 80 y 90. Poco a poco, el volumen de gente decrecía. No en vano, era domingo y el lunes empezaba a amenazar. Si hubiera sido la final en sábado, Valladolid hubiera quedado patas arriba.
Todavía hubo tiempo de pasar un rato por el bar donde los queseros suelen prolongar el tercer tiempo tras los partidos. Las caras no eran las mejores, pero se había asumido que no se puede ganar siempre y que, por esta vez, el eterno rival había merecido llevarse la copa. El próximo fin de semana tendrán la oportunidad de resarcirse, pues se vuelven a enfrentar, pero en liga. Volverán al Pepe Rojo, el campo habitual. Lo de Zorrilla ha sido cosa de un día, por el momento.
Cuando la noche estaba a puntito de caer, fue el momento de la retirada. Aún tenía un par de horas de coche hasta Madrid. Uno de mis acompañantes desconocidos en ese regreso había estado también en el partido. Su VRAC había perdido, aunque tampoco es de los acérrimos. Nos interesaba mucho más destacar lo que había sido ese gran día más allá del resultado, porque además resaltamos que no fue el mejor partido posible.
Es posible que lidiar con el hecho de que hubiera más de 50.000 ojos mirando, como señalaba mi compañero Otero en la crónica, no debía ser fácil. Los jugadores nunca se habían visto en algo similar, aunque tuvieron todo el calentamiento para hacerse a la idea, porque durante esos ejercicios previos el campo ya prácticamente se llenó del todo.
Era casi medianoche cuando llegué a casa y no me hacía falta pellizcarme. Acababa de vivir una experiencia que hace meses hubiera sido del todo impensable. Hace dos años me pasó lo mismo. Vi a un equipo de Santander jugar la final de la Copa del Rey.
Esta vez el Bathco no estuvo en la final, aunque sí vino gente del club a Valladolid (y de otros muchos clubes), pero el rugby ha alcanzado un hito en nuestro país que no se debe olvidar. Y menos aún la federación española, que ahora puede tener patrocinadores más al alcance que nunca.
CONCLUSIONES
Ha llegado el momento de probar nuevas sedes para los partidos de la selección española. El Campo Central de Madrid es muy bueno por ubicación, pero el estado del césped deja mucho que desear y las instalaciones se pueden quedar pequeñas si lo ocurrido en Valladolid se deja notar en cuanto a asistencia.
Pucela se ha ganado el derecho a acoger algún partido del Seis Naciones B. Y se pueden probar otras sedes, precisamente para probar si el tirón de este deporte puede llegar a más rincones de España.
Para otros partidos de gran tamaño, esperemos que se tome nota de los fallos que ha habido en esta ocasión. En un estadio grande es mejor numerar las entradas y tener el campo abierto menos horas. Eso obliga a un esfuerzo menor de seguridad.
El tema de la cerveza… Sí, es cierto que hay una Ley del Deporte que afecta a todos los eventos y todos los recintos, pero el rugby es distinto. A la gente de este deporte se la puede dar de beber, porque su comportamiento es distinto, no se van a pegar con el de al lado. Me imagino la cara que pudo poner algún espectador o periodista extranjero cuando quisiera tomarse una y le dijeran que SIN.
El próximo mes de junio hay otro evento enorme en España. La final del Top-14, la liga francesa, se disputará en junio en el Camp Nou de Barcelona y ya no quedan entradas. ¿Le dirán a los miles de franceses que vengan que la cerveza es sin alcohol solo?
Más allá de esos pequeños detalles, Valladolid ha demostrado estar a la altura de las circunstancias, ha acogido un evento de gran nivel (es el primer lleno de la historia de Zorrilla) y todo ha salido bien. Es el momento de que la familia rugbística se felicite y cruce los dedos para tener otra final de este tipo la próxima temporada. Y que haya un efecto contagio. Que nadie nos mire raro porque nos gusta ese deporte de bestias salvajes. Todo lo contrario. Que se acerquen a los valores que emana este deporte, válido para adultos y para niños.