Ningún ser humano es ilegal
Este fin de semana se han desarrollado diferentes iniciativas, dentro del activismo social en Cantabria, en las que el carácter global y local, de nuevo, han coexistido en la siempre complicada tarea de mantener el equilibrio entre esa realidad tan cercana que nos toca directamente y aquella a la que llegamos rompiendo las barreras de la distancia, poniéndonos “En el lugar de…”.
En el lugar del refugiado volvieron a ponerse quienes el sábado recorrieron las calles de Santander en un intento de que, a cada paso, la distancia entre quien mira y quien sufre se vaya recortando.
Cada paso sobre el asfalto gritaba “Ningún ser humano es Ilegal”, quizás una de las consignas que mejor definen, no solo esta reivindicación, sino cualquier alegato en favor de los derechos humanos, el axioma moral sobre el que toda sociedad democrática, que aspire a considerarse como tal, debiera tener en sus textos fundacionales, como principio elemental de cualquier política, como eje vertebrador para cualquier modelo social, para cualquier alternativa emancipadora.
Ningún ser humano es ilegal…se oía por las calles de Santander como eco de cientos de calles y lugares de tantas ciudades.
Así podría resumirse, en uno de sus interpretaciones posibles, ese derecho a la Membresía de que habla la pensadora turca Seyla Benhabib como un derecho humano universal sobre el que vertebrar el resto de derechos civiles. Donde los derechos de los otros vayan más allá de los límites marcados por un control fronterizo o una valla de concertinas.
La necesidad de avanzar hacia sociedades cosmopolitas donde la democracia no quede restringida a un selecto club, como dice el Paisa en una de sus viñetas, con derecho de admisión. Un proceso mediante el cual los derechos humanos UNIVERSALES formaran parte de toda lógica democrática. En el que los refugiados y por extensión las personas migrantes, dejaran de serlo, porque serían ciudadanos de pleno derecho.
Por eso “Todas las personas, todos los derechos” era otra de las consignas más coreadas en la manifestación. Algo tan intrínseco a cualquier posicionamiento moral y político que, sin embargo, cada día se ve más cuestionado. Tan sencillo como que los derechos están en las personas, no en las fronteras. “Porque los derechos se –otorgan- en razón de poseer humanidad y no una nacionalidad”
“Todos con papeles o todos sin papeles” era otra de las consignas coreadas con fuerza ¿Un papel puede decidir si vives o si mueres? ¿Si tienes derecho o no a intentar vivir? ¿A intentar no morir?…
De la mano de esa pedagogía democrática quizás se pudiera evitar ese, siempre presente, riesgo a la normalización del horror, a la tristemente famosa y recurrente banalización del mal. Lo que primero se miraba con estupor pasa al plano del silencio incómodo y, a renglón seguido, del reproche justificativo: “Si tanto quieres a los refugiados, llévatelos a casa”, era increpada una de las manifestantes. Y, de nuevo, la sombra de ese fascismo cotidiano que merodea nuestras conciencias, en mayor o menor medida, acompaña el cuerpo de un refugiado invisible, construido, como cadáver inventado, con pedazos de miedo, prejuicios, desinformación, banalización, criminalización e ignorancia.
Construir la imagen del otro como enemigo nos da la coartada perfecta para justificar no mirar quien yace dentro del ataúd. Y así el ser humano se diluye en su forma de peligroso yihadista enfundado tras un velo de fanatismo que amenaza los valores sobre los que durante siglos decimos haber construido nuestra sociedad. Dejamos de ver un ser humano para ver una amenaza, un enemigo, el representante de todo lo que atenta contra nuestra forma de vida.
Es la búsqueda del enemigo externo: “El malvado enemigo externo se convirtió en chivo expiatorio para exorcizar o dominar los diablos que acechaban en el interior” escribe el pensador norte-americano David Harvey en su análisis sobre la justificación moral y política de invasión de Irak por la administración Bush.
De esta forma se pone de manifiesto la necesidad de que toda pedagogía democrática vaya acompañada de una aproximación crítica al hecho histórico, en el que se ponga de manifiesto el necesario debate sobre las causas, los contextos y la naturaleza, siempre política, de los acontecimientos.
Porque ponernos “En el lugar de…” significa levantarte una mañana, ver como tu casa ha sido bombardeada, muchos de tus vecinos muertos y tú obligada a irte con lo puesto entre el fuego cruzado de quien solo dispara para matar. Recorrer cientos de kilómetros con la incertidumbre de hacia dónde te llevará el paso siguiente o si será el último. Con la angustia de no saber que ha sido de muchos de tus seres queridos, de dejar atrás lo que un día eran los cimientos de un futuro en construcción. De caminar entre escombros, de dormir con un ojo abierto, de temblar por frío y miedo a ser el siguiente. Y de mantener la esperanza, hasta el final, en que más allá de las balas hay una salida, una puerta abierta, un “Welcome refugees”. Si lo hacemos, aunque solo sea una vez, quizás nos sangren sus mismas heridas, atrapados en la misma alambrada, y gritemos juntas:
“Pasaje Seguro, fronteras abiertas”
Los comentarios de esta noticia está cerrados.