Samuel «K»
Su verdadero nombre no es Samuel, y su historia sería una de tantas de no existir miradas comprometidas con esa parte del cuadro que nadie mira, que muchos obvian. Por darle la vuelta y descolocar a quien cree que está todo en su sitio. Que está todo en orden.
Quizás tienen la mirada tan domesticada que ni siquiera lo vieron. Quizás un día lo vieron, pero poco a poco lo fueron perdiendo de vista y, a día de hoy, se escandalicen si se les acusa de no ver esa parte del cuadro que nos humaniza, que aún nos permite rebelarnos contra las injusticias.
Quizás por eso cuando Samuel “K” recorría los pasillos de su Indiferencia ellos tan solo veían un problema, un poco de caspa sobre la solapa de sus recién planchados trajes. Quizás ni tan siquiera lo veían y por eso no entiendan a qué viene tanto revuelo. Quizás de mirar tanto a otro lado, de ver sólo lo que querían ver, de graduar la realidad a la medida de sus miradas, se quedaron ciegos. Y deambulando por los pasillos interminables de los códigos binarios, de las baldosas amarillas manchadas de sangre, de los números, las cifras, los cálculos electorales, las disciplinas de partido, el corporativismo y el siempre presente “siempre se ha hecho así, para que me voy a complicar la vida”, se perdieron y no lo saben, o lo saben y les da igual.
El caso es que no hacen nada. Y no ven a Samuel K, o le miran pero no le quieren ni ver. Les resulta demasiado incómodo enfrentarse a su presencia. Tenerle tan cerca les irrita los ojos. Y sus razones son tan absurdas que ni ellos mismos se las creen. Balbucean nerviosos o guardan silencio con la mirada clavada en su montón de (sin) papeles. Y así se mueven inmóviles en el letargo de una indolencia que duele, de una rutina que asfixia, de un pasillo tan largo que perdieron la noción de donde empezaba y acababa todo. Recorriendo interminables pasillos y despachos, ventanillas y salas de espera hasta encontrar ese rincón donde sentarse para ser otra cara más al otro lado del cristal. Una cara que mira sin ver. Una sensación de vacío que no son capaces de llenar con nada, por mas que se atiborran de «buenas palabras». Y un “pase el siguiente” a una fila vacía.
Y en esa fila espera Samuel “K”. Y mientras aguarda su turno no le queda más remedio que recordar. Recuerda su “proceso”. La pérdida de sus padres, la ayuda de su tía para escapar, los kilómetros recorridos, el regusto a sal y miedo de un mediterráneo a punto de engullirle. Las palizas marcadas en la cicatriz de su cabeza. Las manos tendidas y las que se cerraron de repente sin explicación alguna. El hospital, y las radiografías que buscaban su edad sin ver la Vida que le están arrebatando.
Pero tras la ventanilla eso a nadie parece importarle. Tanto tiempo esperando para que ahora le despachen tan rápido con un vete, no puedes estar aquí, no tienes derecho a estar aquí. Tanto tiempo esperando para no saber dónde ir, para quedarse en tierra de nadie esperando un billete a ninguna parte.
“Lo siento pero no podemos hacer nada” son las últimas palabras que escuchó Samuel K antes de lanzarse al vacío. Y en el vuelo de caída solo podía pensar en cómo la tierra prometida se había convertido en su cementerio.
Quizás haya quien piense que Samuel K solo es el personaje de una novela de Kafka, que existe tan solo en la literatura. Quizás no conozcan a Samuel K, porque aunque le tienen cara a cara no le ven. Les separa tantas excusas y justificaciones que hacen de Samuel K el culpable de estrellarse contra el suelo, de venir aquí buscando una tierra de acogida, de huir del dolor y la guerra, de la miseria o la persecución. De creerse palabras como derechos humanos, democracia o ese “bienvenidos” cosido a las lenguas de doble filo, esas que dicen una cosa pero hacen otra. De creer que aquí le darían esa oportunidad que otros le negaron. De pensar que iba a ser tratado como un ser humano y no como una mercancía, como otro número, como una pieza defectuosa y por eso desechada sin más en un «proceso» que ni siquiera es Kafkiano, sino inhumano.
«Alguien debió de haber calumniado a Samuel K, porque sin haber hecho nada malo, una mañana fue expulsado» (reinterpretado del comienzo de la novela “El proceso”)
Samuel K es un nombre inventado para proteger el anonimato de alguien a quien el Gobierno de Cantabria no quiere ver. Es el nombre de muchos que nunca llegaremos a conocer. Y sin embargo es tan real como tú y yo. Samuel K aún puede salvarse. Depende de ellos, depende de ti.
¿En serio nadie le ve?
Nota: Desde la Plataforma civil Pasaje Seguro & Cantabria con las personas refugiadas se propone llevar a cabo diferentes acciones para evitar que Samuel sea expulsado en menos de 30 días. Aquí puedes firmar para apoyar una de estas iniciativas:
https://www.change.org/p/gobierno-de-cantabria-samuel-es-menor-debe-ser-protegido-no-expulsado
Maria
Por los derechis humanos,ahora y siempre.
Maria
Por los derechos humanos ahora y siempre.
Jose
Gracias Maria, Un fuerte abrazo.