El Nacimiento…de Esperanza
Érase una vez una familia. Ella, estudiante de medicina obligada a dejar la carrera, sin dinero para las tasas, embarazada de nueve meses y a punto de dar a luz. Su pareja, ebanista en paro, que durante años trabajó en el sector de la construcción, pero que tras la crisis no tuvo más remedio que currar “en negro”, y al final ni eso.
– A quien se le ocurre quedarse embarazada en su situación, escuchaban decir a las voces de los modernos Torquemadas. Todos la miraban a ella, como si Fátima tuviera la culpa, como si en la vida todo se pudiera planear, como si tuviera que rendir cuentas, que dar explicaciones sobre lo que decide hacer con su cuerpo, junto a su pareja, con su vida.
Decidieron casarse, no porque les gustaran más o menos los convencionalismos sociales, sino porque tenían esa opción. Al día siguiente se divorciaron. No porque quisieran romper con los convencionalismos, sino porque tenían esa opción. Por supuesto, nada de esto era un juego para ellas; simplemente tuvieron el impulso de reivindicarse a través de estos pequeños actos cotidianos. Actos de los que, hasta no hace mucho, habían sido excluidas. Porque aún había quien no las veía, porque aún había quien no las quería (ni) ver.
Acurrucadas entre abrazos y miradas de complicidad, el cajero de la sucursal bancaria, donde les tocó pasar la noche, no parecía tan desolador. Dentro de los macutos llevaban los pocos recuerdos que consiguieron rescatar antes de salir corriendo. –Parece que fue ayer y ya han pasado 5 años pensaba Fátima sin dejar de acariciarse la barriga, dibujando sobre ella una espiral con forma de interrogación. Es curioso cómo, cuando no tienes nada, puedes ser capaz de construir un TODO con las cosas aparentemente más insignificantes, aferrarte a la esperanza de un latido anudado al otro lado de tu ombligo.
Una vela, medio bocadillo, una pieza de fruta y una libreta llena de dibujos, garabatos del camino y sueños plasmados en un papel. Una conversación que se apaga por la incertidumbre del “y ahora qué”. Nada de lo que estaba pasando era ideal, nada estaba previsto, nadie escoge ese camino. Al otro lado del cristal esperaba el frío y la lluvia. Al otro lado del cristal esperaba una realidad que las había desahuciado sin darles una oportunidad. Al otro lado del cristal rostros de personas encapuchadas, encerradas en sus pensamientos, ensimismadas en sus vidas, eran incapaces de volver la vista por un momento y ver lo que estaba ocurriendo.
Las contracciones cada vez se sucedían a intervalos más cortos de tiempo. La mano de Fátima sudaba apretada a la de su compañera. La apretaba con tanta fuerza que solo su sonrisa disimulaba un grito de dolor contenido. Por suerte los sollozos no tardaron en oírse. Y, de repente, la vida se abre paso, pese a quien pese; pese a los miedos, los prejuicios, las bombas, la violencia, la indiferencia. Pese a todo, la vida se abre paso.
Al otro lado del cristal el mundo seguía a lo suyo como si no existieran, como si a nadie le importara. Los oídos sordos de una humanidad perdida entre las luces de colores, los fuegos artificiales y las serpentinas. De una muchedumbre que miraba admirada como tres personas, una con barba blanca, la otra con barba de un color castaño cobrizo y la última del mismo color que Fátima, recorrían las calles sobre sus gigantescas carrozas, agitando sus brazos y repartiendo sonrisas. Rodeadas de todo un séquito de acompañantes, disfrazados de anuncio, daban la sensación de estar vendiendo algo.
De repente el cuerpo de Fátima se estremeció: –Por un momento creí que era Él pensó. Pero no estaba segura, con toda esa barba cubriéndole la cara: –No puede ser, se decía mientras notaba la boca de la pequeña Esperanza aferrarse a su pezón con la fuerza de una superviviente nata. –No puede ser Él, seguro que no es Él, se repetía al tiempo que buscaba en su abrigo la orden de alejamiento. No, no puede ser Él…
Al otro lado del cristal el frío seguía esperando. En un abrir y cerrar de ojos la multitud había desaparecido y solo quedaban los restos de una celebración demasiado efímera para recordar lo importante. Ya no quedaba ni rastro del bocadillo y la vela estaba a punto de consumirse. Solo la cámara de seguridad del cajero automático había sido testigo de lo ocurrido en esa noche de reyes. Nadie se había parado en el portal. Ni oro, ni incienso, ni mirra acompañaban el nacimiento de la pequeña Esperanza. A lo lejos, el sonido del camión de basura recogiendo las cajas de regalos vacías, utilizadas para el desfile, rasgaba el velo de silencio.
Con el último parpadeo de la vela, envuelta en una camiseta de “Welcome Refugees” la recién nacida Esperanza se quedó dormida. En su rostro se dibujaba algo parecido a una sonrisa.
Y de repente la vida se abre paso, pese a quien pese; pese a los miedos, los prejuicios, las bombas, la violencia, la indiferencia. Pese a todo, la vida se abre paso.