Graffitis
Quienes creyeron que la niñez no se acababa nunca acabaron enganchados al sueño suicida que cuelga de la aguja de una jeringuilla. Es cierto que cada vez son menos, porque la mayoría han muerto. La mayoría murieron solos. Muchos por sobredosis de soledad, de rechazo, de asco. Alguno casi ni se reconocía en el espejo del baño donde se metió el último chute de heroína.
Al tropezarme con él, en la puerta del baño, yo tampoco le reconocí. Bajó la mirada, se sonó la nariz y, con un gesto de pudor insumiso, interpuso entre nosotros su chupa de cuero para que no reconociera a quien un día compartió sueños, versos y caladas conmigo en un portal de la calle San Pedro.
Cuando quise darme cuenta doblaba la esquina con el paso de quien camina por un precipicio con los ojos cerrados, importándole una mierda de qué lado caer. Y yo, como tonto, a mitad de camino entre el saludo, el recuerdo y esa parte de vergüenza hecha mía por no saber que decir y acabar no diciendo nada.
Nadie hablará de él cuando muera. Quizás una misa, en la catedral, de una madre atravesada por la vida y que solo se tiene en píe aferrada a su rosario, a su misa de domingo y a sus paseos impacientes con el corazón en un puño por si acaso se lo encuentra. Con el corazón en un puño por si acaso no da con él. Y en el bolso unas monedas sueltas, un bocadillo y un hijo mío vente “pa” casa, ¿comes bien? Cada vez estás más flaco ¿Dónde duermes? Hace días que no se de ti. En buena hora…Que dios te ayude hijo mío. Y las mismas palabras atrapadas en la boca para una conversación que no llega nunca, que se cierra con silencios y culpa.
Desde esa vez en la calle San Pedro no he vuelto a coincidir con él. A su madre me da vergüenza preguntarla y ella, cuando nos tropezamos, siempre finge que tiene prisa o, simplemente, que no me ve. Demasiadas excusas que saben a Nada, demasiadas verdades que no explican nada. Demasiada culpa cuando nadie tiene la culpa o cuando la tenemos todos. Demasiada culpa a golpe de crucifijo y qué dirán. Demasiado dolor. Demasiados no quiero verte…
Cada vez quedan menos. Son como esos grafitis con una firma que solo entiende quienes utilizan el mismo lenguaje de escupir a las paredes y dejar su huella. De convertirlas en su folio en blanco para la indignación, la frustración, el inconformismo, o esa necesidad de llamar la atención, de serigrafiar un ego maltratado, recordando al mundo: “Aquí estoy Yo”. De tocar los ovarios porque el mundo te los toca a ti, o de combatir ese aburrimiento de tenerlo todo y sentirte vacío. Tal vez una suma: rebeldía, arte, malh(A)mor, inconformismo, nihilismo, vandalismo, quien sabe. O solo un garabato. El mordisco de quien tiene hambre de más, porque la realidad le sabe a poco.
Quizás solo lo sepa quien lo hace. O quizás no. Quizás sea una forma más de rebelarse contra la multitud que hace de ti un tono más de ese gris tan igual al resto que nadie hablará de ti cuando estés muerto. Ese exilio forzado a los márgenes de una normalidad asfixiante y en la que solo encuentras salida si te metes algo, o si “te metes con alguien”. No tengo ni idea, la verdad.
Vuelvo al bar con la esperanza de encontrarle. Quizás esta vez sea diferente. De camino me fijo en que las paredes están limpias. Todos los grafitis borrados. Una punzada de falsedad me golpea la boca del estómago. Como esas alfombras de bienvenidos bajo las que escondemos lo que nos avergüenza mostrar.
Me siento en la mesa que da al baño, junto a la ventana. Hojeo al azar el periódico y me encuentro con la noticia de que el Ayuntamiento de Bezana ha multado con 12 mil euros a un menor por realizar un grafiti en una pared de la Avenida Santa Cruz. Al ser menor serán los padres quienes deberán hacerse cargo de la multa. Al mismo tiempo, el alcalde de la localidad lamenta que la acción del grafitero haya supuesto una sanción y anuncia que se realizará un taller de arte urbano para concienciar. Y al mirar, de nuevo a la calle, me viene a la cabeza si, alguna vez, nos paramos a pensar en lo que hay detrás de un simple garabato. Si la multa o el (pre)juicio rápido de la lejía lo arreglan todo. Si no hay algo más. Si no es todo un poco más complejo. Y mi amigo que no viene…
Boa Mistura, el grupo artístico conocido por llenar las calles de Madrid y Barcelona con mensajes como Te comería a versos o No hay imposibles, sólo improbables, entienden el grafiti como una herramienta para transformar la calle y crear vínculos entre las personas. Y la pared sigue desnuda y mi amigo que no viene. Salgo a la calle, saco mi bote de espray y escupo en la pared: “las paredes hablan lo que la gente calla”. Fdo: Tú misma.
Esther
Un cepillo, cubo y jabón, les daba yo a esos y les ponía a pintar en la puerta de su casa.
del pomar
jajajajaja, Esther. Pues diles que vengan a pintar en la mía. Las paredes tienen patente de corso y no son multadas por decir verdades, las envidio en esto.