La Semana Santa de los Nadie
Es la Semana Santa de Los Nadie, el vía crucis de los desheredados, la “madrugá” de quienes no pueden dormir, porque no cesan los tiros, ni los gritos, ni el ruido ensordecedor de las bombas, ni el silencio que llega tras ellas. Ni el silencio que se queda. Ni el Silencio…
Una semana santa donde los “pasos” vienen acompañados de la cofradía cántabra de las castañas pilongas, capaces de recaudar, en colaboración con Cantabria Actúa, más de 1300 euros destinados a colaborar en la atención sanitaria a los refugiados llegados a Serbia y a la compra de medicamentos.
Una cofradía quizás hermanada con aquella procesión del coño insumiso que parodiaba las procesiones de Semana Santa y, sobre el palio, en lugar de la virgen llevaba la imagen de una vagina cubierta con un manto. Una forma visibilizar, de denunciar la explotación y la precariedad de las mujeres. Una forma de dar un “paso” al frente para evitar que te pisen. Así son los “pasos” de una Semana diferente…
Porque también hay procesiones que van por dentro, que llevan el hábito invisible del gesto, de la acción solidaria y anónima de quien cree que en cada grano de arena hay un vendaval de desierto, y acaba siguiendo “los pasos” de la cofradía de la calima, de la hermandad del Simún con la mirada curtida por décadas de calvario. Como la Asociación Octubre y los medicamentos conseguidos junto a Cantabria por el Sahara y Alouda para viajar hasta los campos de refugiados saharauis. Y sus “pasos” nos llevan hasta una jaima del Sáhara para una ceremonia del té en la que descubrir una forma de cordialidad y hospitalidad que nadie puede ocupar, porque sus fronteras son brazos abiertos para acoger.
Porque la condición de refugiado es heredada, porque la condición de desheredado también lo es, porque cada paso nómada busca encontrar el camino de vuelta a casa, desandar una “marcha verde” que lleva más de cuatro décadas sacándoles a empujones de sus hogares, de su pasado, de sus derechos, de sus propias huellas, de su historia. Hacinándoles en campos de (in)refugiados en otra tierra de Nadie. Y así, bebiendo con ellos cada una de esas tres tazas de té, compartir a que sabe la amargura de la vida, la dulzura del amor y la suavidad de la muerte. Y con ellos recordar un verso de la poeta saharaui Zahra Hasnaui en el que explicaba cómo, durante el éxodo, las mujeres saharauis protegían a sus niños con las melhfas, como improvisadas jaimas: “Con la capa de estrellas, /arropaste la noche gélida, /acercaste la luna y la brisa marina” (Saharauia). Y así orientarnos en una geografía diferente cuya brújula es la poesía. Y así, conocer, entender, aprender, compartir…
Porque quizás esa hospitalidad del desierto, tan ausente de Nada tan lleno de Todo, sea el respeto a todos los pueblos, donde las fronteras no sigan el surco marcado en la tierra, sino en el eco que se pierde tras el “yuyu” o grito de las mujeres saharauis. Un grito que remueva conciencias que golpee corazones. Un grito que se convierta en palabra de acogida, de Welcome refugees, de #YoAcojo, de mi casa es tú casa. Un grito que desgarre las gargantas para resucitar en susurro, a modo de plegaria, de letanía, de saeta para esta Semana Santa de Los Nadie: ¿Quién me presta una escalera / para subir al madero, /para quitarle los clavos / a Jesús el Nazareno? (…). Porque hoy los clavos vienen con forma de patera hundida, de tiro en la nunca, de Indiferencia, de fascismo envuelto en sudarios del “nosotros primero…”.
(…) ¡Oh, no eres tú mi cantar! / ¡No puedo cantar ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar! (fragmento de “La Saeta”. Antonio Machado. «Campos de Castilla» (1912). Quizás si así fuera, si cantáramos, como decía el poeta, a ese Jesús que anduvo en el mar, quizás, si así fuera, no reclamarían su resurrección, desde el fondo del mar, miles de cruces sobre lápidas de olvido. Ese es el calvario de los perseguidos, de las crucificadas, de los olvidados, de las portadoras de cruces con forma de papeles mojados, con forma de alambrada, con forma de frontera, con forma de cuota, con forma de “sala de espera” donde esperar un destino incierto o a la muerte.
Es un vía crucis de miles de kms para acabar crucificada a las puertas de un espejismo. Y las coronas no son de espinos, son de concertinas. Y nadie resucita al tercer día y nadie grita “Dios mío, porqué me has abandonado”, (porque lo gritan todos). Porque, más allá de paraísos, hay demasiados infiernos, tan lejos que ya –casi- ni los vemos, tan cerca que ni los queremos ver. (O casi…)
Ta vez por eso nos agarremos, con la “pasión” del renegado, a ese “casi”. Para hacerlo más y más grande. Hasta que lo ocupe todo, hasta que sus pasos derriben los cimientos de cada dogma convertido en dogmatismo, de cada credo convertido en propaganda, de cada “paso” convertido en “Yo primero”, convertido en “te piso”. Convertido en “Yo me lavo las manos”.
Luis Enrique Antolín
No poca mierda ha acumulado el cristianismo a lo largo de su historia,no obstante si algo me gusta de él,aparte del proio personaje de Cristo,es que haya venido a plantar en su mismo centro una cruz y un crucificado plantados por los poderosos.Una cruz como signo de injusticia,de compromiso y también como signo de interrogación.
Permite y propicia así la Semana Santa cristiana un artículo como éste y concuerda con él.
Luis Enrique Antolín
No poca mierda ha acumulado el cristianismo a lo largo de su historia,no obstante si algo me gusta de él,aparte del proio personaje de Cristo,es que haya venido a plantar en su mismo centro una cruz y un crucificado plantados por los poderosos.Una cruz como signo de injusticia,de compromiso y también como signo de interrogación.
Permite y propicia así la Semana Santa cristiana un artículo como éste y concuerda con él.
JOSE
Muchas gracias por tu comentario Luis Enrique, un fuerte abrazo