Tú también puedes ser un talibán. Yo acabaré siéndolo

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El 19 de Julio, se cumplirá una década y media, de la transferencia de gobierno en el Afganistán de la era post-talibán. Previamente a las elecciones presidenciales de 2004, la ONU, planteó la absoluta necesidad de establecer un gobierno civil, para la redacción de una Carta Magna y el desarrollo de un Parlamento (Loya Jirga o Asamblea), que ratificase dicho documento. La intención era buena. Los métodos, personas figurantes en este proceso y desarrollo del mismo, no.

Fue un absoluto fracaso, que impidió crear un nexo común entre las diferentes etnias del país centroasiático (pastunes, tayikos, uzbecos, hazaras, turcomanos, nómadas kuchis…) y que asimismo, para espanto de los defensores de los derechos humanos, principalmente la Asociación de Mujeres Revolucionarias Afganas -RAWA, por sus sigla en inglés-, situó en puestos ministeriales, a no menos de 11 señores de la guerra, acusados de diversos crímenes durante la invasión soviética (1979-1989) y posterior guerra civil (1989-1992; 1992-1996).

Talibanes

Se había logrado expulsar del poder -con ayuda norteamericana tras los atentados del 11S-, a un grupo militante; que basaba sus principio en la aplicación extrema de la Ley Islámica o Shari’a.

Lo que no se consideró o tomó en cuenta es que el movimiento talibán, era homogéneo, en base a la etnia mayoritaria del país, los pasthunes (aproximadamente, un 40% del total de la población).

Ello, unido al código de honor de dicho grupo étnico (pasthunwali), daba a las huestes del ya fallecido Mulá Mohammed Omar, legitimidad ante gran parte de la población; aún a pesar de sus brutales y retrógrados métodos.

Pero el principal problema de esta guerra, marcada por ser el “conflicto creado” por George W. Bush y “heredado” por Barack Obama, es como bien indicó el periodista Bob Woodward; el factor de la total inexistencia de un estado centralizado y/o con capacidad de dirigir las múltiples provincias del país.

Unido a una lacra global en esa zona, como es la corrupción endémica, junto a las reyertas entre clanes que compiten por el poder y el lucrativo negocio de las drogas. Con todo ello, el movimiento talibán había “erradicado” los focos de corrupción y eliminado los cultivos de adormidera.

Todo ello, claro está, aplicando las leyes más brutales que Occidente pudo ver desde sus televisores. Cuando al fallecido Richard Holbrooke, asesor de Bill Clinton en la Antigua Yugoslavia, el presidente electo en 2008, Barack Obama, le preguntó acerca de la estrategia a seguir en Afganistán, la respuesta del primero fue clara: “Señor presidente, debe parar esta guerra”.

9 años más tarde y con un nuevo inquilino en la Casa Blanca, poco interesado en centrar la diplomacia para acabar con ese conflicto sin fin, la guerrilla talibán, ha cobrado nueva fuerza.

No sólo eso, dicho grupo militante, se ha transformado a través de una “Oficina de Relaciones Públicas”, que usa las redes sociales para mostrar un mensaje de “resistencia ante el invasor” y denostar a un movimiento integrista foráneo (el mal llamado “Estado Islámico”), al cual acusan de ser falsos musulmanes.

Como dijo Boris Gromov, el último comandante de las fuerzas soviéticas en el país, durante su larga ocupación: “Nos hallábamos ante un movimiento fundamentalista, si. Pero eran vistos por la población como partisanos, que combatían a un invasor foráneo. Es la guerra de guerrillas clásicas. Y va desde Vietnam a Somalia. Sólo que ahora es también un conflicto asimétrico”.

Gromov, acertó en esas consideraciones, pero quizás la respuesta más sincera, salió de un campesino anciano que vivía en las afueras de Kandahar; al periodista Simon Reve: “Todos somos podemos ser un talibán, muchacho. Tanto tú, como yo mismo. Cuando el estómago no tiene sustento y tampoco puedes dar el mismo a tus seres queridos; aceptas el dinero del propio diablo”.

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1 Comentario

  • SONIA
    15 de julio de 2017

    Brillante articulo y muy bien explicado.Felicidades

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