De la «burbuja» de las aulas a la «realidad» de los refugiados
La educación consiste en algo más que traspasar conocimientos propios de un temario curricular. Así lo consideran en muchos colegios, da igual que sean públicos o concertados, que tratan de inculcar a sus alumnos un valor fundamental: el de la empatía.
Esta semana, en la librería La Vorágine se han acercado a dos proyectos llevados a cabo por dos centros muy diferentes que, sin embargo, persiguen lo mismo. En ambos casos, tanto el colegio público El Zapatón, en Torrelavega, como el concertado Los Ángeles Custodios de Santander, el objetivo es que sus alumnos comprendan, se acerquen y empaticen con la experiencia que deben sufrir las personas refugiadas en su huida de la guerra y el horror.
Estos proyectos han surgido tras las oleadas de migraciones masivas con motivo de las guerras en Siria o Afganistán, principalmente. El descontrol, el pánico y las miles de muertes que se han producido en el camino han surtido dos efectos contrarios: la comprensión y el rechazo.
Contra este último tratan de trabajar dentro de las aulas con estos proyectos. En Los Ángeles Custodios lo hacen mediante diversas actividades, como la II Carrera Solidaria por el Pueblo Sirio, que han organizado recientemente en Las Llamas, su participación en las carreras de Santander Corre por Siria o campañas de recogida de mochilas solidarias, en colaboración con la Asociación de Ayuda al Pueblo Sirio.
Pero uno de los proyectos más continuos es el de la Escuela-refugio, que ese año celebra su segunda edición y donde buscan sacar a los alumnos de la “burbuja” del colegio y “llevar la realidad al aula».
Uno de los encargados de esta labor es Paulino, quien destaca especialmente los diferentes juegos de rol que han llevado a cabo en los pasillos y las clases. La idea es “generar empatía” en sus alumnos, que se “pongan en lugar de las personas refugiadas”, por lo que les ponen en “situaciones límites” dentro de un “contexto controlado de escuela donde no se pone en peligro su vida” para que se acostumbren a ponerse “en el lugar de otros”. “La idea es que piensen cuales son las dificultades con las que se encuentran las personas que tratan de llegar hasta nuestra sociedad porque pueden perder la vida en sus casas”, cuenta el profesor.
Esas actividades reciben, por lo general, un gran apoyo y “mucha participación del alumnado y de la mayoría de las familias”.
Uno de los primeros juegos de rol que hicieron fue uno sobre fronteras, donde usaban “muros de papel incómodos de atravesar”, en el que los alumnos encontraban puestos fronterizos y trabas en su paso de camino a clase.
O también llevaron a cabo otro juego sobre restaurantes, donde se podían ver en diferentes circunstancias. Unos comían en comedores amplios y bien surtidos para pocos alumnos mientras que grupos más grandes se vieron hacinados en lugar pequeños y con escasa comida, incluso con pan duro.
Esta pequeña muestra demostró la parte “humana” de los alumnos. Cuando algunos lograron salir de los peores sitios, se escapaban y robaban comida a otros comedores, o negociaban; otros compartieron su comida con los compañeros que habían caído en los peores comedores o incluso los mayores se pusieron a dar de comer a los pequeños. “Todo va acompañado de un ejercicio de reflexión para que analicen sus reacciones”, insiste, porque es en esta reflexión donde perciben el mensaje de fondo.
De hecho, el siguiente juego de rol que tienen planeado es “la actividad más extrema”, que probablemente realizarán en el mes de abril, y que consiste en la organización de un “campo de refugiados” en el pabellón para que se queden a cenar y a dormir una “mala noche”. “Les daremos un kit de supervivencia, les dividiremos por zonas y dejaremos que, por una noche, aprecien un poco las dificultades que viven los refugiados”.
“LOS ADOLESCENTES SON PERSONAS CON IDEAS EN CONSTRUCCIÓN, COMO LAS NUESTRAS QUE MERECEN SER ESCUCHADAS”
En El Zapatón también buscan convencer antes que vencer. Los tres profesores responsables de la unidad didáctica trimestral que busca abrir sus mentes al mundo de los refugiados, José, Luz y Benito, consideran que, ante todo, hay que hacer pensar a los alumnos.
“Lo que les proporcionamos es datos y, si ellos quieren justificar una idea, tienen que buscar información que lo haga; igual que yo cada vez que les presento una idea clave he de comprobarla y justificarla”, defiende Luz.
Todo ello, defendiendo que “las ideas de los adolescentes importan”, ya que son “seres legítimos que tienen unas ideas en construcción, como las nuestras, que merecen ser escuchadas y que juntos tenemos que o transformarlas o justificarlas. Nuestro trabajo es construir el aprendizaje juntos”, añade. “Necesitan situarse dentro de su mundo”.
En sus clases ellos prefieren no usar libros de texto, aunque los estudiantes cumplen con el temario académica. Ellos prefieren seleccionar por si mismos el material de sus clases, como canciones, noticias, documentales, películas… “Todo ello hay que ponerlo en orden, concretar el discurso y ordenar las ideas para que eso ayude en las clases y actividades” defiende Benito.
También trabajan para integrar en sus clases a los pocos alumnos refugiados que han llegado a España. Una de ellas es una estudiante de bachillerato que, por las noches, trabaja en una empresa de limpieza. “Hicimos una presentación de un trabajo que ella me preguntó si podía realizarlo en árabe subtitulándolo al español”, cuenta Luz, lamentando que, muy posiblemente, esta chica ahora tenga que dejar de estudiar para ponerse a trabajar a tiempo completo.