Protección sensual
Alas Ediciones, la editorial cántabra, sin merma de su inquebrantable independencia y de su irrenunciable negativa al lucro, ha puesto en circulación su quinta publicación en papel, “Mil palabras y viejas canciones”, poemario del escritor uruguayo, afincado en Madrid, Diego Garrido Stratta.
El libro está presidido por un “a modo” de manifiesto antipoético, que es, ante todo, una declaración de intenciones, más que un recetario poético a seguir, como se confirma con la lectura de sus versos, en cuanto que los 69 poemas confrontan unas ética y estética individuales, que se compadecen mutuamente sin complejos, con una realidad social y cultural mostrenca, por deshumanizada y agresiva, y lo hace con unos recursos intelectuales y emocionales, que se expresan elevando el lenguaje, que se habla, a rango poético, que se lee.
“Mil palabras…” es un poemario intelectualmente crítico y emocionalmente sensual. No siempre es fácil discernir lo reflexivo, que atraviesa los versos, de lo emocional, que late en ellos, por cuanto a lo uno y lo otro los conforman dosis proporcionadas de apasionamiento y ternura. El autor expone una fe humanista en las bondades del cuerpo, en el cuerpo amado, en la línea de poetas como Walt Whitman, por ejemplo.
El cuerpo y sus placeres eróticos como refugio ante las inclemencias de un tiempo histórico, que son todos los tiempos, pero que le interesa el que le toca vivir. Los versos de “Mil palabras…” rezuman irracionalismo, esa forma de racionalidad no excluyente, contra la que nos previnieron desde los albores de la cultura cristiano-occidental, hasta que los poetas, excluidos de la perfecta ciudad platónica, y algunos filósofos, nos fueron haciendo caer en la cuenta de que las esencias también son efímeras, y que con más frecuencia de la que pensamos, lo profundo flota en la superficie.
Así, los versos de Diego Garrido, no solo no sospechan de la validez de los sentidos y la sensibilidad, como vías de un más seguro y feliz acercamiento a la realidad, sino que depositan toda su confianza en ellos, como garantes de una vida mejor, por más humana. El poeta pone la palabra al servicio de esa vida, a la que canta con la música que suena a flor de piel, y que los dioses no saben bailar, porque planta cara a la muerte, a esa muerte, que se mueve por las calles, y a la que el poeta le niega anidar en el cuerpo, que es dador de vida.
Con versos libres, sin métrica regular y no sujetos a rima, “Mil palabras…” encadena poemas, sin puntuación alguna –riesgo que en alguna ocasión, no muchas, dificulta la lectura- como variaciones de un mismo tema, lo que dota al poemario de unas estrictas unidades formal y de contenido, con el soporte de un lenguaje asequible que sitúa al sujeto poético, y al lector, en un ámbito de existencia urbano, pero con vistas a una naturaleza dejada de la mano del hombre, como no sea para golpearla, como si fuera culpable, en aras de un racionalismo excluyente y demoledor. Solo el cuerpo es heredero de la ignorada “inocencia de la tierra” (Nietszche). Y por ello digno de amor, y acariciable. También hay un espacio en estos versos para el desamor, que tanta carga de amor deja en tristes barras de bar y en camas vacías.
A estos versos escritos en y con el calor y el dolor de la piel, como si escritos sobre la superficie de aguas donde se alternan calmas y tormentas, los acompañan 25 imágenes de la fotógrafa extremeña Lola K. Cantos, que transitan de la ciudad y sus estrecheces existenciales a las playas abiertas a horizontes de libertad moral, bajo la mirada, entre ingenua y maliciosa, de la belleza en ojos de mujer. Las imágenes, no tanto refuerzan las que ya merodean por los versos, sino que las expresan con la manera de un arte visual, dos lenguajes distintos para una misma intención poética, que no aspira a ser arma cargada de futuro, pero sí a ser escudo, sensual, con el que protegerse de un presente, (do)minado por lo políticamente correcto. Es lo que más tiene de “anti”. No es poco.