La revolución pendiente
Hay estallidos generacionales donde la edad es mucho más que la fecha de una partida de nacimiento. Donde un hecho se convierte en el altavoz de una indignación compartida. Y al comprobar que no es algo puntual intentamos profundizar en las causas que lo han provocado, en el contexto en el que se desarrolla. Capitalismo y Patriarcado son conceptos demasiado grandes, no solo etimológicamente hablando, demasiado complejos para abordarlos en 850 caracteres. Contienen por si mismos toda una pluralidad de significaciones históricas, políticas, sociales, ideológicas. Y no solo en una única dirección. Si queremos ser honestos, al menos de entrada, deberíamos intentar evitar apriorismos que nos coloquen tras verdades demasiado absolutas. El peligro de las verdades absolutas es que no dejan espacio para la crítica ni para la reflexión. Quizás no tengamos que ser tan ambiciosos o serlo, pero empezando por lo cotidiano; por esos ejemplos que transitan la senda de lo habitual porque se repiten tristemente como el patrón de un traje hecho a la medida del verdugo y que, sin embargo, se alzan como bofetada en la cara para recordarnos que porque algo se repita no significa que sea lo normal. Si así fuera hay normalidades que nos pueden llevar a la locura.
Cuando viste como desahuciaban a tu vecino, la imagen de un niño muerto en la playa, otro asesinato en riguroso directo, algo te golpeó, y tu dolor se rebeló contra esa capacidad inhumana de normalizar el dolor. Una joven violada en un portal cuya sentencia desenmascara un sistema hecha a la medida del violador, son solo algunos de los ejemplos de esa historia reciente en las que nos desenvolvemos sin darnos cuenta que estos acontecimientos tal vez se conviertan en referencias de aquello que las generaciones futuras no entenderán cómo se permitió. Y ya están aquí, alzando su voz para pedir cuentas. En el mes del aniversario de Mayo del 68 recordamos como una generación volvió la vista sobre la mirada de sus padres pidiéndoles cuentas por el horror de la guerra. Hubo incluso quienes las pidieron ya por la utopías fallidas que se habían convertido en la mejor coartada del “mejor malo conocido que bueno por conocer” porque lo bueno por conocer se parecía demasiado a lo malo. El situacionismo de Guy Debord, el existencialismo de Camí, el inconformismo estudiantil de Daniel Cohn-Bendit son solo algunos ejemplos. Es cierto que la contrarrevolución llegó, incluso la decepción a la hora de comprobar cómo evolucionaron algunas de sus figuras más representativas (incluidos los actuales). Pero también lo es que con cada estallido quiebran las certezas sobre las que nos han educado y en el sistema de valores aparentemente incuestionable aparece una grieta. Porque de una u otra manera nos resistimos a conformarnos con lo que hay, más allá de fracaso y decepciones.
Y es que, como decía “El Principito”:
Es una locura odiar a todas las rosas porque una te pinchó, renunciar a todos tus sueños, porque uno no se realizó
En Mayo del 68 una generación que parecía tenerlo todo sintió un vacío imposible de llenar. Y necesitó decirlo, buscar nuevos lenguajes que explicaran su inconformismo. Algo les golpeaba y el golpe no solo venía de fuera. La figura de Aylan nos mostró la imagen deformada de esa Europa de los valores, de refundación tras la experiencia de las guerras mundiales. Pero también la nuestra. La acampada de Sol en el 15 de Mayo puso en evidencia un modelo del “nuevo desarrollismo español” que no respondía a las promesas hechas en una Transición, no solo de sociedad del bienestar, sino de avance hacia una democracia real donde repensarnos no solo como individuos, sino como sociedad. Nos interpeló directamente acerca de si éramos capaces de aportar algo nuevo a la ruleta de la historia. ¿Tenerlo todo nos quitaría esa sensación de vacío?
La discusión sobre los cambios más o menos inmediatos no puede hacernos olvidar el sustrato simbólico que subyace y la semilla que deja cada estallido social de indignación. Todas ellas, más allá de sus evidentes diferencias parecen ser una válvula de escape del aire viciado de una realidad que asfixia. ¿Pero es suficiente con respirar para estar vivo?
Hablar de Patriarcado y Capitalismo es hablar de quien eres, de qué tipo de persona quieres ser, de la sociedad en la que vives, del tipo de sociedad que quieres construir. Y lo mismo pasa con cualquiera de los –ismos de nuestra historia sobre los que se busca construir una sociedad a la medida de la utopía sin mayúsculas, la imperfecta, la que puede hacerse realidad. Aquella que entiende ser radical con el ir verdaderamente a la raíz. Que no se quede en el slogan, en el panfleto de turno, o en el discurso sobrevenido. Que sienta que se puede estar hecho de vacíos y que no hace falta empacharse para estar lleno. Que hay una revolución pendiente a la que nos da miedo mirar. Aquella que nos pone primero frente a nuestro espejo antes de mirar a los demás. Algo tan cotidiano que quizás ni lo veamos. ¿Será mucho pedir?
“Se realista, pide lo imposible”.