Isabel, la veterana ‘descendida’ tras su embarazo
Isabel López tiene el pelo caoba corto y rizado, los labios pintados de oscuro y una sonrisa amigable. Tiene 36 años y es la más veterana del grupo, ya que llevaba ocho años en la empresa y contaba ya con contrato indefinido, por lo que su valía estaba más que probada.
Durante este tiempo ha sido teleoperadora, aunque tras varios años ascendió posteriormente a coordinadora tras realizar una prueba.
Pero, con el tiempo, le pasó lo que a muchas mujeres en este mundo donde te venden que se ha logrado la igualdad pero en el que diariamente continúan pasando las mismas cosas. Todo el esfuerzo y el trabajo demostrado no pareció ser suficiente cuando, tras ser madre de dos mellizas, le devolvieron a su anterior puesto.
“Me mantuvieron el contrato indefinido”, cuenta casi como un consuelo. Las niñas tienen ahora cuatro años, y ahora mismo están a cargo de su tía, en la mesa de al lado, mientras Isabel me cuenta que no ha sido fácil conciliar su vida desde que nacieron. “No tengo familia aquí, con lo cual es todo un poco más complicado a la hora de llevar el día a día”.
Vive en Vioño, pero ella y su marido vienen de Valencia, desde donde se mudaron hace diez años porque él consiguió trabajo aquí como profesor. Dos años después, ella comenzó a trabajar para Aon, siguiendo la rutina habitual, primero por ETT y después para la propia empresa.
Las niñas obviamente son muy pequeñas para conocer el alcance de lo que supone el despido de su madre y, de hecho, se alegran de tenerla más en casa y que vaya a recogerlas al colegio. Pero para ella no ha sido fácil.
HABÍA ESTADO VARIOS MESES DE BAJA POR ANSIEDAD
“Ahora estoy mucho mejor”, confiesa, y es que reconoce que el ambiente “nos estaba afectando a la salud”. “En el día a día en la empresa buscaba encontrarle el lado positivo”, continúa.
Lo positivo era la reducción de jornada que incluía un horario de mañana tras el nacimiento de sus hijas y que el empleo estaba relativamente cerca de casa. Pero ella coincide en que lo mejor del trabajo eran las compañeras.
“Yo iba con el ánimo de trabajar y darlo pero, por mucho que quisiese tener buena actitud, te echaban abajo”, lamenta. Y es que el estrés y la ansiedad le llevó a estar de baja el pasado año durante cinco meses, en los que estuvo de tratamiento. Este año, durante enero y febrero, estrenó el 2018 con una nueva baja.
“Entiendo que en todos los trabajos hay presión pero en este caso parece que quieren máquinas”, me cuenta, con un ojo sobre una de las mellizas que se acerca para ver si su madre vuelve con ellas.
Con una pequeña promesa le vuelve a mandar con su tía y su hermana y me sigue contando que en la empresa no quieren que levanten la cabeza del ordenador. “Cuantas más llamadas atiendas, mejor, apartada en un rincón, de las compañeras que me daban algo de aire y siempre estaban con la presión en el cogote para que no me despistase”. Esa presión “insostenible” le llevó a una ansiedad por la que ha estado meses medicándose.
ALEGARON BAJO RENDIMIENTO CUANDO SOLO HACÍA 5 DÍAS QUE SE HABÍA REINCORPORADO
Por ello decidió formar parte de la lista sindical, para cambiar las condiciones en las que trabajaban todos. Aún no habían formalizado la lista porque estaban pendientes de que a dos compañeras les renovaran el contrato, que les tocaba cada tres meses, para hacerlo oficial.
Sabían que corrían el riesgo del despido, dados los antecedentes de la empresa, pero reconoce que en primer momento les costó entenderlo cuando éste llegó.
Isabel recuerda que la mañana era tranquila en Televentas, el departamento en el que trabajaba. “Yo llevaba 5 días en ese servicio, me había reincorporado de la baja y me habían cambiado de servicio para darme una oportunidad”.
Ella estaba comiendo cuando le llamaron a una sala junto a Arantxa, la otra compañera que trabajaba en ese departamento. “Cuando vi quién era mi compañera y al ver que iban pasando todas a las salas contiguas me imaginé que era por eso”, relata. “Hubo alguna que no se dio cuenta pero yo sí lo supe. De hecho le intenté preguntar al responsable que a qué se debía, porque ellos argumentaban que era una disminución del trabajo”.
Por lo visto, esa es la excusa habitual cuando se echa a alguien, que ha bajado el rendimiento y que el cliente así lo pide. “Pero es que a mí no me había dado tiempo a mejorar o empeorar los datos de rendimiento porque solo habían pasado cinco días desde que me había reincorporado”, razona ella.
Ahora, mientras esperan el juicio que aclare su situación, se apoyan entre todas ellas. “Obviamente tenemos nuestros bajones y hay veces en que necesitamos unirnos, juntarnos las nueve y sumar fuerzas”.
También cuentan con el apoyo de compañeros y comités de otras empresas, y también excompañeros de su empresa, aunque cuidándose de no perjudicarles por los avisos que han recibido desde dentro. “Llega a un punto en que quedas a tomar un café con alguno y estás con miedo a que te vean, no por mí, sino por la repercusión que pueda tener para la otra persona”. La repercusión, asegura, no ha sido aún de forma directa pero sí le han reconocido que ha habido advertencias.
“Yo creo que estamos vetadas en todas las empresas que pueda haber del grupo”, afirma, con una risa que baila entre la resignación y la incredulidad. Lo cierto es que la mayor parte del empleo que se genera ahora es de teleoperadora. “La mayoría o pertenecen al grupo o son de lo mismo”, lamenta, aunque siempre a la expectativa de ver qué pasa en el juicio.
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